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La Tan Esperada Noche De Pasión

De pronto, Valentina emergió del baño envuelta en una bata de seda, aún con pasos vacilantes, y se sentó al borde de la cama, Mateo, al notarlo, se aproximó con cautela.

—Valentina, ¿cómo te sientes? —preguntó con suavidad, y con una profunda preocupación.

Ella, entre párpados semicerrados, lo miró y esbozó una sonrisa débil. Mateo comprendió que los efectos de la droga persistían, por lo que intentó calmarla mientras planeaba conseguir el medicamento discretamente para proteger su reputación. Cuando giró para marcharse, Valentina lo agarró del brazo con fuerza inesperada.

 Al volverse, sus miradas se encontraron: la de él, cargada de conflicto interno; la de ella, cargada de una dulzura que desarmó sus defensas. Los recuerdos de años de amor reprimido lo asaltaron, derritiendo su habitual frialdad. En ese instante, su corazón clamó en silencio por el afecto que siempre había anhelado de ella.

Cautivado por su encanto, Mateo cedió a sus impulsos y dejó fluir toda la pasión contenida durante tanto tiempo. De forma inesperada, Valentina dejó caer la bata, quedando completamente desnuda ante él mientras lo observaba con una mirada cargada de deseo. Incapaz de resistirse, Mateo la cubrió con su cuerpo mientras se despojaba de su propia ropa, sus labios de encontraron en un beso profundo que sellaba años de pasión contenida. Mateo exploro cada centímetro de su piel con una devoción que los dejó a ambos sin aliento.

Sus dedos trazaban caminos de fuego sobre su piel. Valentina rindiéndose al placer, dejo escapar suspiros que se transformaban en gemidos de éxtasis que resonaban en la habitación cada uno más intenso que el anterior, mezclándose con susurros de pasión, mientras el eco de su intimidad se filtraba por los pasillos de la mansión. Siendo los sirvientes testigos de tan mágico momento.

 Horas después, exhaustos pero satisfechos, cayeron en un sueño profundo, aún entrelazados, como si temieran que al separarse el hechizo pudiera romperse. 

 Al amanecer, Mateo se levantó en silencio, permitiendo que Valentina continuara sumida en el descanso. Se dirigió a la cocina y preparó para ella con esmero su desayuno favorito “panqueques” Cuando Valentina apareció, pálida y con evidente malestar a tomar un poco de agua, la sorpresa la paralizó al encontrarse cara a cara con él, recordando apenas fragmentos de la noche anterior.

 —¿Cómo te sientes? —preguntó Mateo con dulzura, interrumpiendo su torpe intento de abordar el tema.

 —Me duele un poco la cabeza, pero...

 —Toma —le ofreció un analgésico y agua—. Esto te ayudará. Por cierto, preparé tu desayuno favorito —añadió, sirviéndole con cuidado.

 —¿Y tú? ¿No comerás? —preguntó Valentina, conmovida por su gesto.

 —No, debo salir a unos asuntos, pero regresaré antes del almuerzo. Así que, por ahora descansa —respondió antes de partir, decidido a enfrentar al responsable de haberla drogado.

 Con información precisa de sus contactos, Mateo irrumpió en la suite hotelera donde el sujeto se alojaba con una amante. Sin mediar palabra, lo inmovilizo contra la pared con fuerza bruta.

 —¿Conque esto es lo que disfrutas hacer? —rugió Mateo con voz cargada de odio apretando con más fuerza el cuello del hombre contra la pared—. ¿También drogaste a esta mujer para tenerla contigo? ¡Habla, desgraciado!

El hombre respondió con una risa burlona antes de escupirle directamente al rostro. Mateo, con los músculos tensos por la furia contenida, se limpió lentamente el rostro y luego le propinó un puñetazo tan violento que le quebró la nariz, haciendo brotar un hilo de sangre escarlata. Sin darle tregua, lo aferró por el cuello y lo estrelló contra la pared mientras gruñía:

 —Vamos a dar un paseo... Será el último y más memorable de tu miserable vida.

Con movimientos precisos, le ató las manos a la espalda mientras su informante neutralizaba a la mujer. Juntos los obligaron a subir al auto, donde Mateo despachó a su colaborador con un gesto seco.

 A mitad del camino, abandonó a la mujer semidesnuda en la carretera. Mientras ella gritaba y corría tras el vehículo, Mateo la observó por el retrovisor con desprecio:

 —Deberías agradecerme por salvarte de esta escoria —murmuró antes de acelerar.

 Durante dos horas interminables condujo hacia un bosque remoto, donde los árboles formaban una barrera natural contra miradas indiscretas. Arrastró al hombre hasta un claro oculto, sacó un frasco con un líquido turbio y lo mezcló meticulosamente con jugo.

 —Bebe —ordenó con voz gélida.

—¡No me obligarás, cobarde de m****a! —el hombre escupió sangre mientras reía con desprecio—. ¡Mátame si tienes huevos!

 La respuesta de Mateo fue inmediata: otro golpe preciso que le hizo escupir más sangre. Luego, con calma mortal, introdujo el cañón de su arma en la boca del hombre:

—¿Pensaste que podrías lastimar a Valentina sin consecuencias? —susurró con voz venenosa—. Su padre está muerto... pero yo sigo aquí. Toma la misma m****a que le diste a ella o te vuelo los sesos ahora mismo.

 Le obligó a tragar cada gota del líquido adulterado, observando cómo tosía y se ahogaba. Cuando terminó, lo ató con fuerza al tronco nudoso de un roble centenario.

 Los efectos de la droga no se hicieron esperar. El hombre comenzó a reír con risa histérica, reflejando la locura:

—¡Ahora recuerdo tu cara! —escupió entre carcajadas—. ¡Eres el perro que dejé pudriéndose en ese cementerio! Te arrojé a esa fosa medio muerto... ¡Nunca creí que sobrevivirías!

 Mateo sintió cómo el recuerdo lo golpeaba con fuerza: el frío penetrante de la tierra, la sangre escapando de su cuerpo, la oscuridad que casi lo consumió...

 —Mi único error fue no rematarte —continuó el hombre, perdiendo el control de su baba escapando de sus labios—. ¡Debería haber… 

 El disparo resonó antes de que terminara la frase. La bala perforó limpiamente su frente, exactamente entre los ojos. Mateo bajó el arma humeante y murmuró:

 —Lo que tú no tuviste el valor de terminar... yo sí.

 Abandonó el bosque sin mirar atrás, el eco del disparo mezclándose con el crujir de las hojas secas. Regresó a la mansión con la satisfacción de haber saldado dos deudas de sangre: la de Valentina... y la suya propia.

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