Mateo, al notar que Valentina había despertado, ejecutó con maestría su plan: fingió tropezar y se dejó caer al suelo con un golpe resonante, exagerando el impacto contra su cabeza mientras disimuladamente observaba su reacción con el rabillo del ojo. Sabía que esta era su única oportunidad para ablandar el corazón de Valentina y conseguir que se acercara.
—Ay... me duele mucho —gimió con voz quebrada adoptando la expresión vulnerable de un niño herido.
Pero no era más que uno de sus trucos, una forma sutil de coquetear. Resultaba absurdo pensar que un experto como él —capaz de enfrentarse a cinco hombres en plena oscuridad— pudiera tropezar por simple torpeza.
—¡Mateo! ¿Estás bien? —Bajó rápidamente de la cama y se acercó a él, tendiéndole la mano para ayudarlo.
Mateo asintió con gesto de dolor y, apoyándose en Valentina, se incorporó del suelo mientras se frotaba la cabeza, tratando de mostrarse fuerte ante ella.
—¿Te golpeaste muy fuerte? A ver, déjame ver tu cabeza —insistió