En el corazón de una 'Ndrangheta gobernada con puño de hierro, Dante Bellandi, el hijo mayor de un despiadado líder del clan de Reggio Calabria, se ve arrastrado a un abismo de poder tras la repentina muerte de su padre. Con apenas veintitrés años, Dante se convierte en el inesperado heredero de un imperio construido sobre sangre y traición, enfrentándose a enemigos que acechan en cada sombra y a aliados cuyo apoyo es tan volátil como su humor. En medio del caos, su mundo se cruza con el de Svetlana, una talentosa bailarina que vive para la luz del escenario, ajena a los oscuros secretos que gobiernan en el bajo mundo del crimen italiano. Un secuestro inesperado la arranca de su vida de ensueño, obligándola a enfrentar una realidad peligrosa donde el amor y la venganza son caras de la misma moneda. Mientras Dante y Svetlana se enfrentan a sus propios demonios, una atracción inesperada surge entre ellos, amenazando con derribar los muros que ambos han construido para protegerse. Pero en el mundo de la mafia, el amor no es un lujo: es un arma que puede destruirlos a ambos. Entre conspiraciones, lealtades quebrantadas y un legado que lo consume, Dante debe decidir si luchar por el poder que heredó o arriesgarlo todo por la única mujer que podría salvarlo... o condenarlo.
Leer más—¡Suéltame, maldito loco! —gritó ella, con la voz desgarrada de terror y rabia.Y entonces, con la precisión del pánico, le dio un rodillazo directo entre las pelotas.El golpe fue brutal.Nikolai dejó escapar un alarido, cayendo de rodillas, sus manos volando instintivamente a su entrepierna, y el rostro torcido en una mueca de dolor agónico.Svetlana no esperó.Corrió.Corrió como si su vida dependiera de ello, que de hecho, dependía.Sus pies descalzos golpeaban el mármol, resbalaban en las esquinas, subió las escaleras casi de rodillas, tropezando, jadeando, con las lágrimas cegándola.Llegó a su habitación, cerró la puerta de un portazo y echó el pestillo temblando.Se dejó caer al suelo, sollozando, con la espalda contra la puerta.Sus manos aún temblaban, su garganta ardía, el corazón parecía a punto de estallar.Pero la sensación de seguridad duró apenas segundos.Porque escuchó los pasos.Pasos pesados, arrastrados, ascendiendo por las escaleras.La risa.Esa risa enferma, de
El comedor, amplio y lujosamente decorado, parecía demasiado grande para solo dos personas. La luz cálida de la araña de cristal bañaba la larga mesa de madera oscura, donde platos de porcelana y cubiertos de plata brillaban como armas al acecho.Nikolai comía despacio, observándola con esos ojos que parecían ver más de lo que ella quería mostrar.Svetlana bajaba la mirada hacia su plato casi intacto, sintiéndose como una mariposa atrapada en una red invisible.—Te ves hermosa esta noche —murmuró él, con la voz tan suave que la piel de Svetlana se erizó—. Sabes lo mucho que me gustas, ¿verdad?Ella no respondió. Su estómago estaba hecho un nudo, como siempre que compartían esos momentos donde las palabras eran dagas disfrazadas de seda.Nikolai sonrió ladeando la cabeza, como un depredador que disfruta acechando a su presa antes de devorarla.»¿Qué piensas cuando me miras así? —preguntó él, dejando la copa de vino en la mesa con un golpecito seco.—Nada —respondió ella rápido, demasia
La casa en la que Nikolai la retenía no era un hogar.Era un mausoleo de recuerdos podridos.Había oído rumores muchos años atrás, susurros sobre un lugar al borde del bosque, aisladodel resto del mundo,donde hombres del mundo criminal se reunían para embriargarse y participar en orgías,fiestas grotescas para la élite corrupta, donde las paredes eran testigos mudos de torturas y horrores inconfesables. Incluso ahora, que las habitaciones habían sido adornadas con flores frescas y cortinas nuevas, el aire seguía oliendo a miedo rancio, a sexo desenfrenadoy a sangre vieja.¿Quien iba a imaginar que esa macabra propiedad perteneciera a un hombre que se iba a obsesionar con ella?Svetlana sentía el horror en cada respiro. Lo veía en las pequeñas grietas de las paredes, donde la pintura no lograba ocultar manchas antiguas. Lo oía en el
Nikolai la vistió con sus propias manos. Le puso un vestido blanco. de seda, largo hasta los tobillos, con escote en la espalda.Era uno que ella solía usar cuando bailaba.Había envejecido entre telas guardadas y perfumes rancios, pero aún conservaba el olor a escenario, a vida antigua.—Vamos a intentarlo de nuevo, palomita.Svetlana no protestó.Dejó que la peinara, que le pusiera los pendientes, que le maquillara los ojos.La condujo hasta un gran salón, que había transformado en una réplica de un teatro, y ella no pudo evitar pensar en Dante, dibujando una media sonrisa en los labios que, por suerte, Nikolai no vio.Luces bajas. Un viejo tocadiscos en un rincón. Un par de zapatillas de ballet colocadas con cuidado al centro del mármol.—¿Ves? —dijo, con una sonrisa torcida, mientras servía dos copas de vino tinto—. Casi como en tus días de gloria, ¿no? —él se acercó a ella, y... ¡joder! Si no fuese porque lo odiaba con todo su ser, quizás habría admitido que lucía endemoniadament
El pasillo estaba sumido en un parpadeo de luces intermitentes, como si la morada de Lucifer se hubiese instalado en los cimientos de la base.El eco de disparos en la distancia le erizó la piel.Dante avanzó con sigilo, con la Glock firme en su mano y los sentidos al máximo.Sus botas pisaban sobre charcos de... ¿agua? O algo más viscoso que no quiso identificar.Una sombra se deslizó al fondo del corredor.Dante se pegó contra la pared, agazapado, respirando apenas.Dos figuras emergieron del humo.Altos. Armados.Llevaban pasamontañas negros cubriendo sus rostros.Sin pensarlo, Dante disparó.Tres tiros, secos, precisos.Uno cayó como un muñeco roto.El otro rodó hacia cobertura, gritando en un idioma que no reconoció de inmediato.Fogonazos, no sangre real.Su mente analítica captó el primer detalle.—Balas de fogueo... —murmuró, mientras avanzaba.Pero entonces, un dolor ardiente le cruzó el costado. Una bala de goma impactó justo bajo sus costillas, haciendo que gruñera de rabi
El sobre era grueso, sellado con el viejo emblema de la familia Bellandi: un león rampante sobre un escudo partido.Dante sostuvo el sobre durante largos segundos antes de abrirlo.Era la primera carta que recibía desde que había llegado a ese exilio voluntario.Rasgó el papel, desplegó la hoja y comenzó a leer."Signore," —así comenzaba— "espero que este mensaje lo encuentre bien dentro de lo posible. Le escribo para informarle de los avances y la situación general desde su partida...La reconstrucción de la Villa Bellandi avanza, lenta pero firme. Hemos logrado restaurar el ala este y reforzar la seguridad en los accesos principales. Algunos hombres —los leales a su nombre y al de su padre— han regresado sin que se los pidiera. Otros, como era de esperarse, han dado la espalda, vendiendo su lealtad al mejor postor”.Dante cerró los ojos un instante. Visualizó las cicatrices en sus tierras, en su casa. Las balas todavía resonaban en los pasillos de su memoria.“El clima en Reggio Cal
La puerta se cerró tras él, dejando un vacío más helado que el invierno ruso.Svetlana se quedó en la oscuridad, abrazada a la nada, con la respiración hecha pedazos y el corazón convertido en un espectro que no sabía si latir o dejarse morir.Dante… muerto.¿Mi padre tambien?No, debía ser una mentira, un juego psicologico...Sin embargo, laspalabrascaíanuna y otra vez en su mente como una sentencia.Los únicos dos hombres que había amado en su vida, ¿estaban muertos?Eso significaba que... nadie iría a rescatarla.Con ellosse había ido todo: la esperanza, el amor, la posibilidad de salir de ese infierno.El primer día no lloró. Se quedó quieta, acurrucada junto a la pared como una niña abandonada, con la vista clavada en la nada.El segundo d&iac
El rugido del motor del jet privado se desvaneció en la inmensidad blanca mientras descendía en la pista privada, solitaria, tallada entre las montañas heladas del norte de Islandia.El viento, afilado como cuchillas, azotaba los abrigos negros de los tres hombres que descendieron junto a Dante, quien apenas podía mantenerse erguido. El vendaje que cruzaba su pecho se teñía de rojo pálido en el borde, un recordatorio del disparo que casi lo arrojó al otro lado.—Benvenuto, signore—dijo uno de los hombres que lo esperaba al pie del jet. Su nombre era Lorenzo, viejo leal de Vittorio Bellandi, ahora al servicio del hijo.—¿Está todo listo? —preguntó Dante con voz áspera, aún arrastrando el cansancio de la herida.—Sí, señor. La base está operativa. Todo elequipo llegó esta mañana.D
El cielo estaba cubierto por una manta gris, como si incluso el clima supiera que nada era real esa tarde.Caminaban por una de las calles principales de la ciudad, rodeados de vitrinas con ropa de diseñador, cafeterías boutique y flores frescas colgando de los balcones. Un lugar que, en cualquier otro contexto, habría sido idílico. Romántico incluso. Pero a su lado iba él. Nikolai. Su carcelero. Su pesadilla hecha carne.Svetlana llevaba un abrigo beige ajustado a la cintura y el cabello suelto, ondulado por el viento que soplaba desde el norte. Nadie sospecharía que estaba secuestrada. Nadie imaginaría que detrás de su mirada de hielo se escondía el deseo desesperado de gritar. Todo estaba perfectamente calculado. Demasiado perfecto. Como una coreografía ensayada hasta la extenuación.Nikolai caminaba a su lado con una sonrisa plácida y las manos en los bolsillos del abrigo largo de lana, como si fuese un esposo orgulloso paseando con su amada. Su andar era relajado, seguro. Dominant