Mundo ficciónIniciar sesiónEmilia Collins nunca imaginó que su vida daría un giro oscuro y peligroso tras la desaparición de su hermana menor, Ana. En su búsqueda por descubrir la verdad, se adentra en los rincones más sombríos de Crestview, una ciudad donde las luces de neón esconden secretos y las sombras albergan enemigos. Su camino la cruza con Alexander Sidorov, un magnate envuelto en un aura de misterio y poder. Con un pie en los negocios legítimos y el otro en un mundo clandestino lleno de traiciones, Alexander es tanto su mayor esperanza como su peor amenaza. A medida que sus destinos se entrelazan, las líneas entre el bien y el mal, la pasión y la venganza, comienzan a desdibujarse. En un mundo donde confiar puede ser mortal, Emilia deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar por justicia, y Alexander deberá enfrentar una verdad ineludible: algunos amores son demasiado oscuros para sobrevivir bajo la luz. Entre fiestas cargadas de peligro, traiciones que desgarran el alma y un amor que desafía todas las normas, ambos exploran los límites de una pasión peligrosa que se tambalea entre la redención y la perdición, dejando una pregunta al descubierto: ¿pueden dos almas marcadas encontrar un futuro, o están destinadas a destruirse mutuamente?
Leer másEl aire en el apartamento de Emilia Collins estaba impregnado de silencio, interrumpido solo por el zumbido ocasional del viejo ventilador que giraba perezosamente en el techo. A pesar de este, parecía que el tiempo se había congelado dentro de esas paredes si se ignoraba la presencia de la joven pelinegra sentada frente al espejo del pequeño tocador.
El minúsculo recinto exudaba un aura densa y estancada, cualquiera que mirara el lugar con detenimiento notaría la pesada y sombría presencia del resentimiento y la desdicha en cada rincón.
La joven mujer terminaba de peinar su cabello, recogiéndolo en una alta cola de caballo; sus ojos, cansados y un poco hundidos, no podían evitar desviarse, ya fuese por costumbre o por inercia, en dirección a la pequeña y desgastada foto encajada a un lado del marco del espejo.
La imagen de dos chicas sonrientes, reflejo de días más simples, era el único toque cálido del lugar.
En la foto, el rostro de Ana, su hermana menor, era un recordatorio constante del propósito que había guiado los últimos dos años de su vida: encontrarla. Emilia sintió una opresión en el pecho, un dolor sordo que, de tanto sentirlo en los últimos dos años, ya se había entumecido, haciéndose casi inmune a él.
Quería ver… necesita saber… ¿Ana estaba viva? Y si no lo estaba, al menos precisaba conocer las respuestas sobre su desaparición.
Por fin, esa noche, después de casi dos años, regresaría al lugar donde todo había comenzado.
El departamento era pequeño y todo dentro de él estaba ordenado casi obsesivamente, atestiguando la necesidad compulsiva de evitar el cambio. Las paredes blancas, apenas decoradas, reforzaban una sensación de vacío, de una vida interrumpida en pausa. Emilia quería que cuando su hermana volviese notara que nada había cambiado, que ese era su hogar, que solo ella podía traer vida a ese espacio.
Emilia se puso en pie, pasó los dedos por el borde de su nuevo —y a la vez viejo— uniforme, ajustando los pliegues de los puños de la camisa con movimientos mecánicos, como si el ritual pudiera devolverle el control sobre su mundo. Sus pensamientos, sin embargo, eran menos dóciles, detrás del rostro inexpresivo se desataba una vorágine, en el que la culpa y la ira se daban un festín con las memorias de sus tiempos felices.
Recordó las tardes compartidas con Ana, las risas y las confidencias, y cómo esas memorias se habían convertido en fantasmas que la perseguían día y noche.
Vació sus pulmones de aire buscando soltar esas emociones embotelladas, no aspiró hasta que sintió que su cabeza comenzaba a perder lucidez por la carencia de oxígeno. Se ciñó el suéter que descansaba en el espaldar de la silla, ajustó la solapa y cerró la cremallera a la vez que echó un vistazo rápido al reloj de pared: las seis quince, tenía el tiempo justo para alcanzar el autobús.
Agarró su bolso y se dirigió a la puerta, echando una última mirada a su apartamento antes de salir. Todo estaba en su sitio, nada fuera de lugar. Emilia no ocultaba su necesidad obsesiva, una que había desarrollado en los últimos meses para mantener su mente ocupada y no caer en el abismo.
Llegó justo a tiempo para subir al autobús, el trayecto hacia Mercantile Quarter era largo, de aproximadamente cuarenta minutos. Tuvo la suerte de encontrar un asiento vacío. El vaivén del autobús ofreció a Emilia el tiempo necesario para calmarse y poner su cabeza en orden. El zumbido del motor y las conversaciones apagadas de los pasajeros se convirtieron en un ruido blanco que permitía que sus pensamientos vagaran. Miró por la ventana durante todo el trayecto, las luces de la ciudad reflejándose en los cristales, dibujando largos haces de luces multicolores que desdibujaban los contornos de la ciudad, pero le otorgaban vida a la noche.
El sonido de una notificación interrumpió sus pensamientos. Era un mensaje de W******p del Detective Hayes:
[Emilia, ten cuidado. En ese mundo, la curiosidad puede ser mortal. Ana no hubiese querido que perdieras tu vida por su causa.]
Sus dedos temblaron ligeramente al leerlo. Gabriel Hayes había sido el detective encargado del caso de Ana al principio, pero con el tiempo, y tras los innumerables callejones sin salida, la investigación oficial había sido archivada.
No importó cuánto hizo Emilia, cuantas pistas siguió ni cuanta evidencia entregó; al final de cada ruta, se topó con una fuerza invisible que truncó sus esfuerzos. Aun así, el buen detective seguía apoyándola de manera extraoficial. Sin embargo, sus advertencias constantes solo lograban llenarla de una ansiosa determinación de llegar al final.
Entre más se opusiera el mundo, más insistiría Emilia.
Dos años de intensas búsquedas la llevaron de vuelta a su antiguo empleo, Emilia había ido de bar en bar, de restaurante en restaurante, buscando alguna señal de Ana. Desde los lugares más tétricos y peligrosos hasta los más elegantes, que escondían su inmundicia detrás de sedas, cristales y costosas bebidas.
En esos veinticuatro meses había visto un lado cruel y oscuro de la naturaleza humana, sin embargo, eso no la detuvo de continuar.
Mientras guardaba el teléfono en el bolsillo del suéter, un pensamiento cruzó su mente: «¿Y si esta vez sí logro encontrar algo?» Durante dos años había buscado sin descanso, pero la esperanza se mantenía tambaleante, un hilo tenue que a veces sentía que estaba a punto de romperse. Cerró los ojos por un instante, intentando aplacar el nudo que se formaba en su garganta. El autobús se detuvo con un chirrido y en la pantalla se anunció el nombre de la parada; Emilia bajó, enfrentándose al bullicio y las luces de Mercantile Quarter.
Caminó las pocas cuadras necesarias para alcanzar el restaurante. Se detuvo delante de la impresionante fachada, apretando las mandíbulas con fuerza hasta el punto de que los dientes comenzaron a dolerle.
Estaba de regreso… Y esta vez descubriría la verdad.
El mes de noviembre llegaba a su fin y la ciudad de Crestview comenzaba a respirar un aire navideño. Las temperaturas bajaron, alcanzando niveles de hasta diez grados, haciendo que la gente sacara bufandas esponjosas de sus armarios.Apenas una semana atrás habían celebrado Acción de Gracias, Emilia recibió en su nuevo hogar a un grupo de amigos pequeño pero íntimo. La celebración fue cálida, llena de alegría, de risas y de esperanza. Esa noche, después de despedirlos, se sentó en la pequeña terraza del segundo piso y observó la noche, en silencio y sin luces, acompañada solo por una copa de vino blanco que descansaba sobre la mesita auxiliar a su lado.El auto oscuro que estaba estacionado frente a la casa vecina del otro lado de la calle se le hizo familiar, pero fue solo tras despedirse de sus visitas que identificó de quién era. Sintió un escalofrío recorrerla de pies a cabeza, y después de quedarse sola, esperó con intranquilidad la llegada de su dueño.Sin embargo, pasadas dos h
La cafetería en Rosewood District era un refugio modesto, cálido y perfumado con el aroma de café recién molido. El lugar estaba decorado con tonos tierra y madera desgastada, creando un ambiente acogedor que contrastaba con el peso que Emilia sentía en su pecho. Había elegido un rincón junto a una ventana que ofrecía una vista parcial de la calle. Allí, el sol de media mañana se colaba a través del vidrio, iluminando su rostro con un resplandor tenue.Gabriel llegó puntual, vistiendo su acostumbrado abrigo oscuro que parecía ser parte de su armadura. Llevaba una expresión neutra, pero sus ojos ocultaban una mezcla de preocupación y alivio al ver a Emilia.—¿Llegué temprano o tú demasiado pronto? —preguntó mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba en el respaldo de la silla frente a ella.Emilia esbozó una sonrisa cansada, apartando la taza de café que apenas había tocado.—Ambas cosas, supongo. No he dormido mucho.—¿Por la mudanza? —Ella asintió—. Es normal. Dejar un viejo lugar qu
El apartamento de Emilia en Rosewood District estaba bañado por la tenue luz de las farolas de la calle, que se colaba por las persianas. Era una noche tranquila y algo fría de mediados de octubre, pero la tensión en el aire hacía que cada rincón del espacio pareciera más pequeño, más sofocante. Sentada a la mesa, con una taza fría de té entre las manos, su mirada perdida en las sombras que danzaban en la pared, contemplaba las palabras que le había dicho la terapeuta esa tarde.Dos semanas transcurrieron desde la gala fallida. Tras dar su declaración, confirmar que Dimitri se enfrentaba a una larga condena por múltiples delitos y renunciar a sus trabajos, se encerró en su departamento por tres noches, ignorando el mundo que continuaba moviéndose detrás de la puerta. Fue a la mañana del cuarto día que decidió salir de la cama, porque el ruido incesante de la puerta se convirtió en una tortura.—¿Qué haces aquí? —preguntó a Clara, quien la miraba con ojos cargados de preocupación.—No
El pasillo fuera de la habitación privada de Alexander en la exclusiva Northwood Health Clinic estaba silencioso, salvo por el eco lejano de pasos y murmullos de enfermeros y galenos. La clínica, conocida por atender discretamente a las élites de Crestview, tenía un diseño moderno y minimalista que contrastaba con la intensidad de los eventos recientes. Su ubicación en un tranquilo rincón de la ciudad la hacía el refugio perfecto para quienes buscaban privacidad absoluta y secretismo total.Emilia estaba sentada en una de las sillas de la sala de espera, con la vista fija en el suelo. La intensidad de la noche pesaba sobre sus hombros como un manto sofocante, envolviéndola en un agobio que parecía imposible de sacudir. Las imágenes de la confrontación, los disparos y los gritos no se iban de su mente; todo era tan agobiante que no lograba cerrar los ojos y descansar un poco. Respiró hondo, tratando de calmarse mientras observaba la puerta cerrada al final del pasillo.El médico salió
En la mansión de Alexander parecía que el caos había sido contenido. El eco de las sirenas policiales resonaba a lo lejos anunciando la llegada de refuerzos mientras el salón principal se llenaba de agentes, luces intermitentes y murmullos nerviosos. Los cuerpos inmóviles eran retirados uno por uno, y algunos de los atacantes que acompañaron a Viktor estaban siendo esposados. Los invitados, visiblemente afectados, respondían las preguntas de los oficiales.El aire olía a sudor, metal y pólvora.Ivan, con rastros de polvo y sangre sobre su cuerpo, observaba la escena desde un rincón. Su postura tensa, y sus ojos escudriñaban cada detalle con precisión militar, conteniendo las ganas de encender un cigarrillo. No mostraba ninguna emoción visible, pero por dentro ya estaba calculando los próximos pasos necesarios para proteger los negocios de Alexander. Cerca de él, a un escaso metro, Katerina estaba sentada en una butaca, con una copa de licor ambarino entre las manos, cuyo leve temblor
El salón principal de la mansión estaba impregnado de una calma irreal. El rugido de la tormenta nocturna se filtraba a través de las ventanas rotas, acompañado por el crujir ocasional de escombros bajo las botas de los oficiales que revisaban la escena. Alexander avanzaba tambaleante, con cada paso dejando un rastro de sangre que se mezclaba con los restos del enfrentamiento. Su pecho subía y bajaba con esfuerzo, pero su mente estaba en un solo objetivo: encontrar a Emilia.Los candelabros de cristal pendían del techo destrozados y las sombras proyectadas por las luces intermitentes parecían burlarse de él. Su mirada recorría cada rincón, buscando desesperadamente entre los cuerpos inmóviles y los rostros aterrados de los sobrevivientes. La posibilidad de no verla nunca más lo golpeó como una ola de hielo. Una fracción de duda comenzó a filtrarse en su determinación.De repente, una figura familiar cruzó la puerta. Emilia, su falda estaba desgarrada y sus ojos marcados por el cansanc
Último capítulo