Damián mantuvo la calma ante los pensamientos que lo atormentaban. Se aferró a su poder, exhibiendo una actitud firme que inspiraba seguridad ante los ojos de todos, logrando así mantener la lealtad de sus hombres.
Mientras tanto, Valentina luchaba en silencio contra la dolorosa realidad de que Mateo ya no era el mismo… Todas sus esperanzas de escapar del sufrimiento junto al hombre que había amado desde la adolescencia se desvanecieron sin siquiera intercambiar una palabra con él. Solo basto una fría mirada para confirmar que seguía completamente sola. Conteniendo el llanto, observó cómo se acercaba con pasos decididos.
—Hola, Valentina —dijo con voz suave —Quiero expresarte mis condolencias por la muerte de tu padre. Vine porque no quiero que enfrentes este momento difícil en soledad.
Valentina apretó los labios y se alejó sin pronunciar palabra, refiriéndose en su habitación. No deseaba ver a nadie, mucho menos a Mateo, aquel que en otro tiempo había sido el amor de su vida. Sus preguntas resonaban en su mente sin entender el porqué de la llegada de Mateo después de tantos años de ausencia.
Al caer la noche, Valentina se encaminó hacia la oficina de su padre con los ojos nublados por las lágrimas, decidida a organizar los documentos que yacían en completo desorden. Solo quería preservar todo exactamente como su padre lo había dejado, pero al entrar, descubrió con sorpresa que todo estaba impecablemente ordenado. Desconcertada trato de entender quién podría haber intervenido… hasta que recordó que Mateo estaba en la gran mansión… y que solo él tendría la osadía de tocar las pertenencias de su padre. Apoyándose contra la antigua biblioteca, intento dominar la ira que amenazaba con consumirla.
Desde la penumbra, Mateo la observaba en silencio. Escuchando cada uno de sus sollozos, en ese instante los recuerdos volvieron a él con la violencia de un torrente helado: recordando que la última vez que la había visitado en secreto, la había encontrado así, temblando y desconsolada, una imagen que quedaría grabada en su memoria para siempre. Por más que hubiera deseado protegerla del dolor, se había marchado con el corazón destrozado, sin siquiera atreverse a tenderle una mano en ese momento.
Pero esta vez sería diferente, no podía perder la oportunidad de ayudarla y aliviar su dolor. Así que llamo suavemente a la puerta y hablo con firmeza:
—Valentina, he vuelto por ti. Sé que no puedo aliviar tu dolor por la pérdida de tu padre ni de otros seres queridos, pero prometo protegerte de cualquiera que pretenda lastimarte. No permitiré que vuelvas a sufrir nunca más.
Valentina giró bruscamente hacia él con lágrimas en los ojos y una voz entrecortada, mirándolo detenidamente antes de estallar:
—¿Realmente te importa mi dolor? Desapareciste durante mucho tiempo sin explicación, mientras yo me consumía, atormentada por el temor de que algo terrible te hubiera ocurrido ¿Dónde estabas tú? ¿Dónde estabas cuando casi acabo con mi vida? ¿Y ahora vienes hasta aquí como si nada hubiera pasado, mostrando preocupación por mí?
Las lágrimas recorrieron su rostro, mientras luchaba por mantenerse serena. Sin embargo, Valentina aún sentía el dolor por su partida repentina con la misma fuerza que el primer día.
—¡Respóndeme! — exigió con los puños temblorosos—¿por qué te fuiste? ¿Por qué no tuviste la decencia de decirme siquiera que estabas vivo?
Mateo escuchó en silencio cada acusación, aceptando la culpa que Valentina le atribuía, aunque no podía revelarle la verdad de lo ocurrido.
—Valentina, sé que tienes todo el derecho de estar enojada conmigo —dijo mientras le tomaba suavemente la muñeca, donde una cicatriz era testigo silenciosa del pasado—. Lo hice por ti. No quería que tu padre volviera a castigarte por mi culpa. Si me lo permites, estaré aquí para protegerte. No quiero verte sufrir nunca más.
En ese momento, Valentina sintió que el Mateo del que se había enamorado en su adolescencia había regresado. Un torrente de emociones la inundó, y asintió con una mirada llena de esperanza hasta que fueron interrumpidos por la llegada de la ama de llaves.
—Disculpen, señorita Valentina —anunció la mujer—. Acaba de llamar uno de los hombres del jefe Damián. Debe asistir a la reunión en el salón del Hotel Mozzalers.
Valentina secó rápidamente sus lágrimas y fingió ocuparse con unos libros.
—De acuerdo, gracias. Puedes retirarte.
Salió de la oficina sin mirar atrás, mientras Mateo la observaba en silencio.
Al llegar al hotel, Valentina se encontró con todos los miembros de la organización, incluido el nuevo líder, Damián. Una ola de incomodidad abrumadora la invadió, y estuvo a punto de retirarse cuando una mano firme la detuvo por el brazo. Al alzar la vista, sus ojos se encontraron con los de Mateo, provocando que sus emociones colisionaran como una tormenta en su interior. Su cercanía despertó sentimientos que creía olvidados.
Retrocedió un paso, pero Mateo insistió:
—No tienes que irte. Te prometí que cuidaría de ti. Vamos, escuchemos lo que el señor Damián tiene que decir —declaró, soltando su brazo y avanzando con determinación, dejándola atrás.
Confundida, Valentina miró a su alrededor antes de seguir a Mateo. Aunque su actitud fría la desconcertaba, su presencia le brindaba una seguridad inesperada. Tomó asiento lejos de él, lanzándole miradas furtivas que él nunca devolvió, lo que aumentó su frustración. Mientras tanto, se concentró en las nuevas directrices que Damián implantaba en la organización.
Lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas al escuchar los cambios. Todos apoyaban a Damián, dejando a Valentina sin voz ni voto, obligada a aceptar lo que consideraba una traición a la memoria de su padre.
Al terminar la reunión, Damián se retiró y los fundadores comenzaron a debatir entre ellos, excluyéndola por completo. Valentina se sintió invisible, como si ya no importara.
Mateo se acercó al notar su angustia.
—No estás obligada a quedarte. Vamos, te llevaré a casa —ofreció, abrochándose su saco con una frialdad que la confundía aún más.
Valentina se levantó y abandonó el lugar, consumida por el dolor. De regreso en la mansión, se encerró en su habitación. Horas después, unos golpes en la puerta la sobresaltaron. Al abrir, encontró una mesa auxiliar con un plato de panqueques, su comida favorita, y una nota:
"Espero que tu cena favorita alivie un poco tu tristeza. —Mateo"
Una sonrisa espontánea iluminó su rostro mientras buscaba con la mirada a Mateo. Tras tomar el plato, regresó a su habitación, preguntándose:
¿Por qué tiene estos gestos si me trata con frialdad? ¿Aún siente algo por mí?
Aunque anhelaba su afecto, su distante comportamiento la hacía dudar de sus verdaderas intenciones al regresar.
Al día siguiente, la ama de llaves se aproxima a valentina y le susurra:
—Señorita, el señor Damián ha llamado. Quiere verla ahora mismo en su club, el Oceira.
Valentina exhala un suspiro profundo y murmura entre dientes:
—Ni siquiera me permiten guardar luto en paz, por la muerte de mi padre.
Tras un momento de silencio, alza la mirada con visible cansancio:
—Gracias. Iré de inmediato.
Al llega al club, sin informar a Mateo. Damián la recibe con falsa cordialidad.
—Querida Valentina, ¿cómo te encuentras? Ayer parecías... distante —comentó con fingida preocupación.
—Hola, Damián. Todo marcha bien —responde, esbozando una sonrisa tensa— ¿A qué debo esta… inesperada convocatoria?
—Comprendo —asiente, fingiendo compasión —. He venido a tratar un asunto de suma importancia. Sabes que tu padre deseaba que consideraras el matrimonio. Tengo un candidato ideal y me gustaría presentártelo.
Valentina lo interrumpió con mirada gélida.
—No contraeré matrimonio por imposición. Mi padre jamás habría...
Una ráfaga de disparos irrumpe brutalmente en la escena. Varios hombres caen fulminados al instante. Valentina corrió hacia el interior del club, refugiándose tras un sofá, mientras Damián gritaba órdenes a sus hombres, tratando de entender el ataque sorpresa.
—¡No se queden ahí! ¡Eliminen a esos bastardos! —rugió Damián, cegado por la furia.
El estruendo de una patada resonó al abrirse violentamente la puerta. Tres encapuchados armados irrumpieron en el local; uno de ellos agarra a Damián por el cuello, arrastrándolo hacia atrás. En ese instante crítico, Mateo —quien había seguido a Valentina en secreto—apareció inesperadamente como un espectro y descargó un certero golpe que dejó inconsciente al primer agresor antes de que tocara el suelo. Detrás de una columna, Valentina observaba a través de las sombras cómo Mateo movía su cuerpo con la letal precisión que solo años de entrenamiento especializado podían otorgar.
Con un giro perfecto, Mateo lanzó una patada circular que quebró el cuello del segundo atacante -el que apuntaba a Damián con su arma- haciendo que el cuerpo colapsara como un muñeco de trapo. Damián jadeaba contra la pared, incapaz de procesar que su peor enemigo acababa de salvarle la vida. Valentina sintió un escalofrío al reconocer esos movimientos: eran idénticos a los del Verdugo, el legendario asesino que alguna vez sirvió a su padre.
—¡Valentina! —La voz de Mateo retumbó con una urgencia animal, escudriñando el lugar con mirada angustiada.
Al emerger de su escondite, Valentina fue envuelta en un abrazo tan intenso que le corto la respiración. Por un instante fugaz, la máscara de hielo de Mateo se quebró, revelando el terror visceral de perderla. Valentina, sorprendida, correspondió al abrazo instintivamente. Pero Mateo recupero rápidamente la compostura y la vulnerabilidad desapareció. Él la soltó bruscamente, recomponiendo su fachada impasible.
—¿Estás bien? —preguntó con frialdad, contrastando violentamente con el ardor del momento anterior.
—Sí... estoy bien —mintió Valentina, confundida por su cambio de actitud—Pero… ¿qué haces aquí? —inquiere, la voz cargada de confusión.
Damián se interpuso, ajustándose el cuello ensangrentado de la camisa:
—Eres mi salvador, Mateo —escupió antes de girarse hacia sus hombres supervivientes, su expresión se tornó despiadada — ¡inútiles! ¡No sirven para nada! —Arrebató el arma a uno de ellos y, sin vacilar, le disparó a quemarropa, ejecutando a los tres guardaespaldas con disparos certeros en la frente—. Lo que no sirve, se desecha —afirmó con una sonrisa sádica mientras los cuerpos caían.
Mateo y valentina intercambiaron una mirada de horror ante la crueldad de Damián, pero guardaron silencio. El líder mafioso se acercó entonces a Mateo con paso calculador:
—Has demostrado tu valentía hoy. Trabajaras para mí a partir de ahora, serás mi brazo derecho —clavó un dedo en su pecho—. Y no soy hombre que acepte rechazos. —Al dirigirse a Valentina, su voz goteaba falsa dulzura—: Mis disculpas por el espectáculo, princesa. Mi equipo de limpieza estará aquí en cinco minutos para deshacerse de toda esta basura —hizo un gesto burlón hacia los cuerpos antes de salir, dejando atrás el olor a pólvora y sangre.