Mateo depositó un tierno beso en la frente de Valentina y murmuró con suavidad:
—Prepararé tu desayuno favorito. Tómate tu tiempo, y luego bajas a comer.
Valentina asintió con discreción, pero apenas Mateo giró hacia la cocina, no pudo contener una radiante sonrisa que iluminó su rostro. Tras arreglarse con esmero, se dirigió a la cocina donde él la esperaba.
—Justo iba a buscarte ¿Te sientes mejor? —comentó Mateo, mostrando una pastilla entre sus dedos—. Toma, por si la necesitas.
—Gracias —respondió ella, aceptando el medicamento con una mirada ligeramente avergonzada—. La necesito. Anoche... bueno, exageré un poco con la bebida.
—No hay nada de qué avergonzarse —respondió Mateo con dulzura mientras colocaba ante ella, un plato—. Aquí tienes tu desayuno especial.
Valentina lo miró con ojos que brillaban como estrellas:
—Solo tú sabes prepararlo exactamente como me gusta —susurró, dejando escapar un suspiro de felicidad mientras tomaba el primer bocado.
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