Los pensamientos de Valentina resonaban en su cabeza: “¿Quién se cree esta ogra para actuar así delante de mí? ¿Acaso olvida que Mateo es mi esposo?", pensó, clavándose las uñas en las palmas mientras observaba a Mateo.
“Te crees tan listo… ¿Verdad, Mateo? Pensarás que no vi cómo sonreías cuando te susurró al oído, y que no noté cómo aceptaste su copa y la observaste lamer la suya como la golfa que es.”
Valentina permaneció en su asiento, conteniendo con esfuerzo la ola de celos y furia que le abrasaba el pecho. Sus manos se aferraban al brazo del sillón con tal fuerza que los nudillos palidecieron, mientras su rostro mantenía una expresión impasible que desmentía el torbellino emocional en su interior.
Isabella no se conformó. Alternaba entre devorar a Mateo con la mirada y lanzar sonrisas burlonas a Valentina. Entonces, impulsiva, esta alzó su cartel y duplicó la puja, traicionando su propia promesa de no gastar ni un dólar.
Mateo la detuvo, sosteniendo su mano con firmeza: