Mundo ficciónIniciar sesiónSINOPSIS Tao nació con la marca del destino: ser el séptimo hijo varón de la familia alfa más poderosa de la comunidad Rukawe, un linaje oculto que guarda en la sangre el secreto de la licantropía. Allí, entre más de doscientas familias que viven aisladas del mundo humano para no ser cazadas, Tao crece como el más fuerte, el más salvaje… el más temido. La llegada inesperada de Kerana, una joven con un aura tan dulce como peligrosa, alterará el delicado equilibrio de la manada. Lo que nadie imagina es que ella desciende de los alfas de la comunidad Tuwün, un clan derrotado y masacrado décadas atrás, cuya sangre se creía extinta. Su regreso no es casualidad: es una herencia que despierta viejas rivalidades, pasiones prohibidas y rencores que nunca cicatrizaron. Entre Tao y Kerana nacerá un vínculo feroz, tan ardiente como peligroso, donde el deseo se confundirá con el instinto y el amor se enfrentará al hambre de poder. Unidos por la atracción, pero separados por su destino, deberán elegir entre entregarse al fuego de la pasión o convertirse en enemigos irreconciliables. En un mundo donde la sangre dicta el poder y el instinto puede convertirse en condena, la línea entre el amor y la guerra es más delgada que un aullido en la oscuridad.
Leer másLa cabaña estaba perdida en medio del bosque, lejos de todo, oculta entre sombras y la respiración húmeda de la noche. Afuera, el aire olía a tierra mojada y a tormenta; adentro, el silencio se estiraba como un hilo a punto de romperse. Solo se encontraban ellos dos: Tao y Kerana, frente a frente, respirando el mismo aire cargado de deseo y peligro.
No se habían dicho palabra alguna. No era necesario. Las miradas eran cuchillos afilados, lanzados sin misericordia en un duelo sin tregua. Los ojos de Kerana ardían, encendidos por un fuego que ella misma intentaba sofocar. Fingía indiferencia, como si todo se tratara de un simple impulso carnal, una urgencia de la carne que pronto pasaría. Pero en el fondo sabía la verdad: lo que la quemaba desde dentro no era solo deseo, era algo más profundo, más voraz, más condenatorio.
Tao lo percibía. Siempre lo hacía. Tenía el don de atravesar mentes, de leer pensamientos y desarmar secretos con un simple roce de su voluntad. Pero con Kerana… nada. Ella era un muro infranqueable, un enigma que resistía cualquier intento de dominio. Por primera vez en su vida, el poder que lo había convertido en el siguiente líder nato no servía de nada. Ella era la excepción. La única capaz de resistirlo.
Y eso lo enloquecía.
Kerana, con su cuerpo erguido, la respiración entrecortada y ese brillo entre divino y demoníaco en su piel iluminada por la luz de la luna que se filtraba entre las rendijas de la madera, parecía una aparición. Una diosa. Una maldición. Un espejismo demasiado real.
Tao sabía que debía resistir, que entregarse a ella significaba abrir la puerta a un destino incierto, quizá incluso trágico. Pero allí, en esa cabaña sin testigos, sin reglas ni cadenas, ¿de qué servía resistirse? El mundo afuera podía arder en cenizas; lo único que existía en ese instante era ella.
Un trueno retumbó a lo lejos. Instantes después, los aullidos de la manada rasgaron el silencio nocturno. Tao reconoció al instante el significado: advertencia, peligro, llamada a la batalla. Pero sus piernas no se movieron. No podía apartarse de Kerana. No quería hacerlo.
Ese sonido fue la chispa que encendió lo inevitable.
Con un movimiento brusco, Tao la tomó de la cintura. No hubo ternura en el gesto, sino hambre, necesidad cruda y sin máscara. Kerana se estremeció al sentir la presión de sus manos firmes, al notar contra su vientre la dureza que lo delataba sin palabras. Una corriente eléctrica le recorrió la piel, y el deseo que intentaba negar estalló en su interior como una tormenta imposible de contener.
Las bocas se encontraron al fin, violentas, urgentes. Los labios se desgarraron, las respiraciones se mezclaron en jadeos desesperados. Ella le rasgó la camisa con un impulso feroz, desgarrando la tela como si de ese modo pudiera arrancarle también las dudas y el control. Él respondió atrapando sus caderas, acercándola aún más, hasta que no quedó espacio entre ambos.
El mundo desapareció. Solo quedó el calor abrasador de dos cuerpos que se buscaban con furia. Kerana arañaba su piel, sintiendo la tensión de los músculos que se tensaban bajo sus dedos. Tao se hundía en ella con la desesperación de un hombre que sabe que una sola noche puede condenarlo para siempre.
Cuando por fin cayeron sobre la cama improvisada, envueltos en sudor, deseo y desesperación, ya no había vuelta atrás.
Esa noche, Tao comprendió que su vida ya no le pertenecía.
Esa noche, Kerana supo que él sería su luna, su perdición y su fuerza.Y los dos, sin decirlo, temieron lo mismo: que el amor y la pasión que los unía no solo los consumiera a ellos, sino que arrasara con todo lo que tocara a su paso.El contacto de sus pieles era fuego. Cada roce, cada respiración compartida, era un recordatorio de lo prohibido. Tao se dejó caer sobre ella, sin permitir que se escapara de su abrazo. No había espacio para la duda, ni para la razón: solo para el instinto. Su cuerpo reaccionaba con una violencia que lo sorprendía, como si en lo más profundo de su ser hubiera esperado toda su vida ese momento.
Kerana, atrapada bajo su peso, no se resistió. Su orgullo luchaba en silencio, intentando convencerla de que aquello era solo hambre, una necesidad animal que pronto pasaría. Pero en cuanto sus labios volvieron a encontrarse, cuando sintió el ardor de la respiración de Tao contra su cuello, supo que estaba perdida. El deseo la desgarraba, la poseía, la volvía tan vulnerable como indomable.
Con un movimiento ágil, fue ella quien lo volteó. Su cuerpo, ligero pero fuerte, se deslizó sobre él con una gracia salvaje. Lo miró desde arriba, los ojos brillando como brasas encendidas, la luna dibujando en su rostro una belleza inhumana. Tao la observó, fascinado y atrapado, como si realmente estuviera frente a una diosa y un demonio al mismo tiempo. Nunca había sentido tanta impotencia: su don de controlar mentes, aquel que doblegaba a cualquiera, se estrellaba contra un muro impenetrable. Ella era intocable. Ella era libre.
Ese desafío lo consumía. Y lo excitaba más de lo que podía soportar.
Kerana bajó lentamente, acariciando con sus labios la piel de su pecho, dejando un rastro ardiente de besos y mordidas. Sus uñas lo arañaban con la intención de marcarlo, de recordarle a quién pertenecía ese instante. Tao gimió, un sonido grave, contenido, como un lobo al borde de aullar.
—No soy tuya —susurró ella, casi en un gruñido, apenas separando la boca de su piel.
—Lo serás —respondió él con la misma firmeza, atrapando su rostro entre sus manos.El choque de voluntades era tan fuerte como la pasión que los consumía. Dos fuerzas destinadas a enfrentarse, unidas por un deseo que los destruía y al mismo tiempo los salvaba.
Los cuerpos se enredaron, la cabaña entera pareció vibrar con sus movimientos. Afuera, los aullidos continuaban, cada vez más cercanos, como si la manada entera percibiera lo que estaba ocurriendo. La tormenta rugía en el cielo, los rayos iluminaban por instantes las paredes de madera, y dentro de ese santuario prohibido, Tao y Kerana se entregaban con furia y sin medida.
Cada beso era una guerra.
Cada caricia, una rendición.Cada gemido, una promesa rota.Kerana lo mordió en el hombro, hundiendo sus colmillos apenas lo suficiente para recordarle lo que era. Un lobo. Una bestia. Un líder hecho para mandar, no para ceder. Pero en ese momento, Tao se dejó dominar. Cerró los ojos, sintiendo el dolor mezclado con placer, y comprendió que jamás podría escapar de ella.
Él la tomó de nuevo, con un ímpetu renovado, levantándola entre sus brazos como si no pesara nada y arrojándola contra las mantas que cubrían el suelo. Ella rió, una risa oscura y sensual, como un canto de sirena que lo arrastraba más y más al abismo. Se unieron una vez más, con la desesperación de quienes saben que no hay mañana, que cada instante puede ser el último.
En medio de la pasión, Tao pensó en su madre, en su padre, en los siete hermanos que lo habían acompañado toda su vida. Supo que al cruzar esa frontera, nada volvería a ser igual. Y aun así, eligió a Kerana.
Cuando al fin el agotamiento los venció, quedaron tendidos, jadeantes, la piel bañada en sudor, los cuerpos aún temblando por el eco de la entrega. Ella se giró de costado, sin mirarlo, fingiendo indiferencia.
—Ya está —murmuró con voz ronca—. Solo era deseo.
Pero Tao no respondió. Sabía que mentía. Lo había visto en sus ojos, lo había sentido en cada gemido, en cada estremecimiento. No era solo deseo. Era más. Era unión.
Él estiró la mano y rozó su espalda desnuda, suave, marcada por las sombras de la luna que entraban por la ventana. Y en ese instante comprendió que Kerana era su perdición y su fortaleza, la herida y la cura, la luz y la oscuridad.
El mundo podía arder.
Él ya había elegido.El silencio de la cabaña pesaba como una sentencia. Solo se oía el murmullo lejano de la tormenta y el latido de dos corazones aún desbocados. Kerana permanecía de espaldas, con los cabellos enredados y la piel bañada en sudor, mientras Tao la contemplaba en la penumbra. Quiso alargar la mano para retenerla, como si con ese gesto pudiera evitar que el mundo se interpusiera entre ellos.
Ella habló primero, sin mirarlo.
—Esto no significa nada. —Su voz sonó áspera, como si quisiera convencerse a sí misma. —Mientes —respondió Tao, sereno, seguro.Kerana apretó los labios. Había fuego en sus ojos, pero no era solo deseo; era miedo. Sabía que había cruzado un límite que nunca debió traspasar. Se incorporó lentamente, cubriéndose con la manta, y al girarse hacia él, la luna iluminó su rostro: una mezcla imposible de inocencia y ferocidad.
—No soy tuya, Tao. No lo seré jamás.
Él se sentó frente a ella, desnudo, sin avergonzarse de su vulnerabilidad. La miró a los ojos, profundamente, como intentando leer lo que ni siquiera sus dones podían alcanzar. Y, por primera vez, aceptó esa impotencia.
—Quizá no —susurró—. Pero yo ya soy tuyo.
Kerana sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Quiso reír, burlarse, desarmar aquella confesión con una palabra cruel. Sin embargo, no pudo. Porque en el fondo sabía que también era cierto para ella.
Afuera, los aullidos de la manada volvieron a romper la noche, más cercanos, más urgentes. Kerana apartó la mirada, como si esos sonidos fueran un recordatorio de que el mundo no se detendría por ellos.
—Nos destruirán —dijo, casi en un suspiro.
—Entonces que arda todo —contestó Tao, con un brillo desafiante en la mirada—. Pero lo haré contigo.Kerana cerró los ojos, y por un instante dejó que esa promesa la envolviera. Porque sabía que ese amor no era un refugio, sino un incendio. Un fuego que podía devorarlos a ellos, a sus familias, a sus mundos enteros.
El rayo iluminó el cielo una vez más. La tormenta rugía con fuerza. Y en esa cabaña solitaria, dos destinos se habían sellado para siempre.
No importaba cuánto intentaran negarlo.
No importaba cuántas guerras estallaran.Tao y Kerana ya eran uno, y ese vínculo era tan poderoso como la luna… y tan devastador como la noche más oscura.CAPÍTULO 45 – Corporación ArdeonEthan tardó casi una hora en atravesar el bosque hasta llegar al complejo oculto donde operaba la Corporación Ardeón, fachada perfecta de la manada de Camilo. El edificio se alzaba entre rocas y árboles altos, con vidrios oscuros que reflejaban el cielo como un espejo frío. Para cualquier humano era solo un centro de investigación privado; para los licántropos, era el núcleo estratégico donde Camilo movía sus piezas con precisión quirúrgica.Subió hasta el tercer piso, donde se encontraba la oficina principal. Dos guardias lo dejaron pasar sin detenerlo; todos sabían que él era los ojos de Camilo en el exterior.Dentro, Camilo lo esperaba de pie. Ni siquiera levantó la mirada cuando Ethan cerró la puerta.— Reporta —ordenó con voz grave.Ethan respiró hondo.— La heredera de Shade… Kerana… está demasiado cerca del hijo menor, Tao.Camilo giró lentamente hacia él, arquearcndo una ceja.— ¿Cerca en qué sentido?— Emocionalmente. Físicamente. Él la sigue
CAPÍTULO 44 – Una conexión que no gustaLas últimas semanas habían tejido entre Kerana y Tao una rutina que ninguno de los dos se atrevía a nombrar, pero que ambos buscaban de forma casi instintiva. Si no estaban entrenando juntos, se encontraban hablando bajo los árboles, caminando por los senderos que bordeaban la comunidad o escapándose al lago en los atardeceres tibios. La cercanía había ido creciendo sin que ellos lo notaran del todo, como una enredadera silenciosa que trepaba entre sus pensamientos.Kerana aún no lograba definir lo que sentía. Había una mezcla extraña dentro de ella: seguridad, un calor suave que se encendía cada vez que veía a Tao, y al mismo tiempo un nudo de incertidumbre que la hacía dudar de cada paso. Tao, en cambio, no tenía dudas. La manera en la que la miraba dejaba claro que estaba enamorado, aunque él no lo hubiera dicho abiertamente.Aquella tarde estaban sentados sobre un tronco caído, justo frente a un campo de hojas secas que el viento acumulaba e
CAPÍTULO 43 – El eslabón más débilPor órdenes directas de Camilo, la vigilancia sobre la manada Rukawe se intensificó hasta convertirse en una sombra constante. Ethan, junto con otros dos lobos de confianza, había recibido la instrucción de no apartarse ni un segundo de los alrededores del territorio enemigo. Camilo siempre había sabido que los Rukawe eran una manada fuerte, organizada y con principios férreos. Pero lo que no imaginó —lo que jamás creyó posible— fue descubrir que todos los hijos del alfa poseían dones extraordinarios.Ese hallazgo no solo lo irritó. Lo confirmó.La unión entre Arasy e Iker era la causa.La combinación de dos linajes poderosos había dado como resultado descendencia que superaba cualquier expectativa. Y si eso era cierto con sus hijos, también significaba que Arasy misma cargaba poderes heredados, únicos, que para él serían de gran utilidad.Poderes que nunca lograría someter.Camilo no se engañaba. Arasy nunca sería suya, jamás obedecería sus órdenes,
CAPÍTULO 42 – El despertar del alfaKerana no supo cuánto tiempo había pasado desde que cayó rendida después de la sesión. Su cuerpo se sentía pesado, como si hubiera sido drenado por completo. Cuando por fin logró abrir los ojos, la luz tenue que entraba por las rendijas de la cabaña le pareció casi un milagro.Había dormido dos días seguidos.Arasy lo había previsto desde el primer momento. La hipnosis profunda había sido tan intensa que no permitió que nadie la molestara. Ordenó que la dejaran descansar mientras él y Mainumby vigilaban su estado energético. Además, dispuso guardianes alrededor de su cabaña durante todo ese tiempo; en ese estado de vulnerabilidad, Kerana era una presa demasiado atractiva para cualquiera que quisiera hacerle daño.Cuando despertó, lo hizo sobresaltada, respirando rápido, como si su cuerpo hubiera quedado atrapado en un limbo entre sueños y memorias antiguas. Arasy, que había estado sentada en una esquina de la habitación, se levantó al instante.— Tr
CAPÍTULO 41 – En lo más profundo de los recuerdosA diferencia de todas las sesiones anteriores, esa mañana fue Kerana quien buscó a Arasy. La encontró en la sala donde ella solía meditar antes de comenzar el día. Ella levantó la vista apenas sintió su presencia, como si hubiera percibido su energía antes que sus pasos.— Arasy… —comenzó Kerana, con un tono firme pero cargado de tensión—. Quiero que probemos algo diferente.Ella parpadeó, sorprendida por la determinación que proyectaba.—¿Algo diferente? —repitió con cautela.Kerana dio un paso hacia él, respirando hondo para no dejar que su voz temblara.— Quiero una sesión nueva para descubrir mi pasado. Pero esta vez… sabiendo exactamente qué quiero buscar.Arasy la observó con atención. Había en sus ojos un brillo serio, evaluador, como si intentara medir su estado emocional desde la distancia.— ¿Y qué es lo que quieres saber, Kerana?Ella apretó las manos, sintiendo cómo la ansiedad se enroscaba en su pecho.— Quiero saber por q
CAPÍTULO 40 – Las respuestas sumergidasKerana salió de su cabaña tras la conversación con Arasy. Habían encontrado a sus padres adoptivos. Estaban vivos. Estaban bien. Pero no recordaban nada de ella.Ese detalle, más que cualquier otro, la tenía respirando apenas.Deseaba correr hacia ellos, abrazarlos, exigir que la miraran a los ojos hasta que algo —lo que fuera— despertara un recuerdo. Pero sabía que Arasy no la habría detenido sin motivo. Y si él decía que no era seguro… entonces no lo era.“¿Qué les pasó? ¿Qué me pasó a mí?”La pregunta se repetía como una pulsación dolorosa.Salió a buscar a Tao, impulsada tanto por la necesidad de respuestas como por esa calma inexplicable que él siempre conseguía despertarle. Lo anhelaba. Lo necesitaba cerca. Con él, incluso lo inentendible parecía menos pesado.Lo encontró en el patio central, junto a dos de sus hermanos mayores. Reconoció vagamente sus rostros, pero no recordaba haber hablado más de unas cuantas veces con ellos.— Buenas n
Último capítulo