Mundo ficciónIniciar sesiónSerethia nació marcada por la diosa Luna, Sel-Naïma, y su sangre puede sanar. Según la profecía, su cuerpo y alma fueron creados para el rey Alfa. Pero el día de la unión sagrada, Kaelvar, su alma destinada, la rechazó… y eligió a otra, humillándola. Deshonrada y maldita, Serethia huyó al mundo humano. Allí conoció a Alec, un humano del que aprendió que tal vez podía elegir su destino… pero el pasado volvió a alcanzarla. Cuando la pareja del rey Alfa cae en desgracia, Serethia es obligada a regresar. Su sangre es la única esperanza. Y el vínculo con Kaelvar —ese lazo ardiente que nunca murió— vuelve a reclamarla. Ahora debe elegir entre obedecer… o rebelarse contra la diosa que la condenó desde su nacimiento.
Leer másLa sangre cayó desde su barbilla y manchó la túnica blanca, como si fueran lágrimas sagradas derramadas por un oscuro presagio, deslizándose hasta caer en el suelo sagrado.
Serethia apenas podía mantenerse en pie cuando el rey Alfa Kaelvar, su alma destinada, alzó la voz frente las familias más importantes de los clanes que formaban el reino.
—¡No acepto la unión! ¡Rechazo a Serethia Velaryss como mi Luna! —su voz era fría, decidida, sin un atisbo de culpa por el dolor que causaba—. ¡Mi vida no está ligada a una maldita profecía!
Las flores de luna se marchitaron al instante, como si la misma diosa Sel-Naïma llorara. El fuego azul que rodeaba el círculo ceremonial tembló, amenazando con apagarse, mientras la marca en la piel de Serethia ardía como castigo divino.
—Pero… Sel-Naïma la eligió —susurró la sacerdotisa mayor, horrorizada—. La marca no miente, mi señor —insistió la anciana.
—No me importa la marca, no la quiero; mi alma ya eligió —dijo Kaelvar, sin titubear.
Su mirada llena de ternura estaba posada en otra mujer: una guerrera Sel’Kaïra de cabello trenzado, erguida a su lado, quien bajó la mirada con un dejo de culpa.
—Mi Luna será Kaira.
El eco de sus palabras retumbó en el pecho de Serethia, y sintió que el mundo se deshacía bajo sus pies. Cayó de rodillas, y algo dentro de ella se rompió. Por dentro, por fuera, como si la tierra misma renegara de su existencia.
Y, en medio de su dolor, lo entendió.
Nunca la había amado, nunca podría como lo hacía con Kaira. Solo había seguido la tradición… y ahora ni siquiera eso era suficiente para retenerlo a su lado.
Sus manos temblaron y ardor en su pecho se volvió insoportable, mientras más sangre le subió a la boca.
El dolor sagrado era el precio a pagar por la profecía rota.
Levantó la mirada y quiso suplicarle que se callara, que dejara de desgarrarle el alma. Pero la oscuridad llegó antes, silenciosa, piadosa.
Despertó horas después, sacudida bruscamente. Miró a su alrededor, percatándose de que se encontraba en la habitación que se le había designado desde los dieciséis años, cuando había llegado al palacio para cumplir el final de su preparación para ser la Luna.
Sus dedos se contrajeron sobre la sabana al notar que Kaelvar estaba frente a ella, mirándola con desprecio.
—Sígueme.
—¿A dónde? —murmuró, apenas un hilo de voz.
Pero no hubo respuesta. Kaelvar la tomó por el brazo y la arrastró sin delicadeza por varios pasillos hasta la habitación principal: la del rey Alfa.
Al ingresar, el aire denso y espeso, cargado de incienso, golpeó su nariz. Había varios curanderos y, en la cama que se encontraba en el fondo, yacía Kaira. Sus labios estaban morados y su piel tan pálida como el mármol. Parecía la visión de una flor hermosa que se marchitaba lentamente.
Todos en la habitación parecían conmovidos ante esa deprimente visión. Sin embargo, Serethia solo sintió tristeza al notar las manos entrelazadas de Kaira sobre su vientre, que era notable por la fina tela; estaba embaraza… y en la habitación del rey Alfa.
—¡¿Cómo te atreves?! —La voz le tembló, quebrándose, y las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas.—¿Cómo me atrevo? —Kaelrya sonrió y sus uñas también se alargaron—. Las sacerdotisas pudieron darte la ilusión de ser casi una diosa, pero sigues siendo igual al resto: sirvientes, disfrazados de aristócratas que han servido como perros fieles a los Thalvaren desde el principio… y, aun así, te atreviste actuar por cuenta propia, humillándonos.Serethia no soportó más sus palabras y se lanzó contra Kaelrya, que respondió con un ataque. Pudo esquivarlo con agilidad y contra atacó de forma rápida, hundiendo sus garras en el rostro de la princesa. Pero, en un movimiento que sus ojos casi no captaron, Kaelrya la tomó por el cuello y la lanzó sobre la cama, aprisionándola con facilidad. —Veo que aprendiste algo en nuestros entrenamientos —murmuró con una sonrisa ladeada, pareciendo extasiada, en vez de enojada por la sangre que brotaba de las marcas que cruzaban su ojo izquierdo, y
Cuando volvió a su habitación, lamentó haber dejado solo una fina sábana sobre la cama; tenía frío, pero estaba demasiado cansada para hacer algo al respecto. Se envolvió en la tela ligera y se recostó, extendiendo una mano hacia la almohada en busca de la camisa de Alec, como lo venía hacía cada noche antes de dormir. Sin embargo, no la encontró. Se incorporó y levantó la almohada, buscándola, pero no había nada. Después, pensando que se había podido caer al jalar las otras sabanas, miró debajo de la cama, aunque tampoco encontró rastro de la tela oscura. —Buscas esto, ¿no? Serethia se quedó congelada en la posición en la que estaba, cuando escuchó la voz, sorprendida porque no había sentido su presencia, ni siquiera su olor característico. —Ignoraba que una de tus aficiones fuera coleccionar harapos —volvió hablar, con ese tono dulcemente venenoso. Serethia giró de forma lenta el rostro en la dirección de la voz, y se encontró a Kaelrya sentada al fondo, cerca de la ventana. —
Serethia cayó de rodillas en el piso del balcón, exhausta y con el pecho ardiéndole por el esfuerzo. Permaneció en esa posición por algunos segundos, intentando regular su respiración, y cuando por fin pudo dominar un poco el temblor en sus piernas, se incorporó. Con cautela, desató la sábana, la jaló y se dirigió a la cama. Estando al lado, reparó en que la bandeja con la comida estaba tal como la había dejado, así que decidió esconder la prueba de su escape bajo su lecho y, por primera vez en horas, se permitió sentir alivio. Pero le duró poco; el sudor y el polvo se pegan a su piel de una forma desagradable, incomodándola. Y, aunque estaba agotada, la sensación de suciedad le resultaba insoportable. Incapaz de soportar su estado, se dirigió al servicio de aseo. Se desprendió de las botas y toda su ropa —como solía hacerlo en el mundo humano—, dejándolas caer descuidadamente en el piso, y buscó refugió en la bañera, aunque el agua ya estaba fría. Su piel se erizó al contacto co
No queriendo seguir contemplando más la decadencia del lugar, cruzó la estancia hasta una pequeña puerta que estaba en el otro extremo de la habitación, adentrándose a otro pasillo en el que podía caminar sin preocuparse de ser vista.Recorrió algunos más en la oscuridad, conociendo los caminos de memoria, hasta llegar a la biblioteca, con la esperanza de que nada hubiese sido movido. Al ingresar, tomó una lámpara portátil de un estante que estaba cerca de la entrada y la envolvió con una de las sábanas que cubrían los muebles, doblándola hasta formar un improvisado caparazón que ocultara el fuego vivido de la llama a través de la ventana, en caso de que los guardias hicieran rondas alrededor de la mansión. Después, oprimió una pequeña palanca que tenía en el lateral y la llama se encendió.Aún con la poca iluminación, pudo notar que los estantes también estaban llenos de polvo y telarañas, pero todo lo demás estaba tal como lo recordaba de sus días de estudio, como si el tiempo se h
Serethia avanzó por las calles adoquinadas alumbradas por faroles, escondida bajo la capucha mientras procuraba que sus pasos se confundieran con el murmullo de la ciudad nocturna. Trataba de camuflarse entre los transeúntes dispersos y las parejas que caminaban a su lado.Tan absorta iba en ello, que no reparó en la figura que avanzaba en dirección contraria, hasta que terminó chocando contra ella. El golpe fue un roce de hombros, pero con la suficiente fuerza para desestabilizarla por la debilidad de su cuerpo.Intentó girar, evitando la caída, pero un brazo fue más rápido y la sostuvo en el aire. Alzó la vista y distinguió un rostro bajo una capucha raída, ocultando ropas sencillas.—Pido disculpas, mi Lady —mencionó el desconocido y, de forma breve, pudo distinguir unos ojos dorados mirando los suyos. Fue solo un momento, y casi pasó desapercibida, pero una sonrisa ladeada se formó en sus labios—, mis ojos estaban fuera del camino.Recuperándose, Serethia se irguió, alejándose un
—Eres la única que me queda, Liora, no puedes pedirme eso —susurró, y apretó de forma suave la mano de su dama; sus dedos temblaban al aferrarse, como si temiera que desaparecería si la soltara, aunque fuese un poco. Siempre habían estado juntas y, si bien la dejó una vez, fue porque estaba segura de que no sería dañada por su causa.La aludida, movió los labios, como si hubiese olvidado momentáneamente que ya no podía hablar. Al percatarse de su error, volvió hacer otro movimiento negativo con la cabeza y estiró el brazo izquierdo, retirando la tela harapienta que le cubría el antebrazo.Su piel antes prístina y de un tono bronceado, estaba manchada con una mezcla de sangre y suciedad. De su antebrazo, brotaba sangre de varios cortes y, por un momento, se sintió acongojada al pensar que había sido parte del castigo de Kaelrya hasta que pudo identificar letras, y se congeló al leer lo que Liora había tallado en su antebrazo.El rey Alfa Kaelreth tuvo un heredero. El legítimo rey Alf
Último capítulo