CAPÍTULO 7 – El eco en las montañas
Kerana despertó aquella mañana con un nudo en el pecho. Había pasado la noche entera entre lágrimas silenciosas, mirando el techo de la cabaña de la curandera, sintiendo que la soledad era una sombra que la envolvía más que las mantas.
Su cuerpo estaba cada vez más fuerte, sus pasos firmes, su respiración más segura. Pero en su interior, el vacío permanecía. No recordaba quién era. No recordaba su origen. No recordaba si tenía familia, si alguien en algún lugar la buscaba, si existía un hogar esperándola. Esa incertidumbre le dolía más que cualquier herida.
“Soy una intrusa”, pensó, con amargura. Lo sentía en las miradas de las mujeres, en los cuchicheos de los ancianos, en las tensiones que atravesaban la comunidad cada vez que ella pasaba. Había sido acogida por Arasy y protegida por Tao, sí, pero aquello no borraba la sensación de no pertenecer.
Esa mañana, antes de que el sol alcanzara el centro del cielo, había tomado una decisión.
Se iría.
No