Valentina Cruz, una talentosa diseñadora de modas, ve su mundo tambalear cuando la empresa familiar se enfrenta a la ruina. Obligada a tomar una decisión impensable, accede a un matrimonio por conveniencia con Alejandro Martínez, un poderoso y enigmático empresario con sus propios secretos. Lo que comienza como una fría alianza pronto se convierte en una red de pasiones, traiciones y verdades enterradas que amenazan con destruir todo lo que Valentina creía conocer. Entre amenazas anónimas, enemigos ocultos y una creciente atracción por su esposo, Valentina descubrirá que amar a Alejandro podría costarle más que su libertad… podría costarle el alma. Porque hay decisiones que se pagan muy caro. Y ella está a punto de descubrir el verdadero precio de estar contigo.
Ler maisLas ideas fluían entre lápices, bocetos y retazos de tela. Valentina Cruz, inmersa en su estudio, dibujaba con precisión el vestido que marcaría su próxima colección. La luz dorada del sol mañanero entraba por las ventanas, dándole al espacio ese aire de esperanza que tanto necesitaba.
Hasta que su madre irrumpió por la puerta.
—Valentina, tenemos que hablar —dijo Clara, con el rostro tenso y una carpeta en la mano.
Valentina frunció el ceño. —¿Tan grave es?
—La empresa está en rojo. Nuestro principal proveedor se retira. Y si no hacemos algo ahora, tu abuelo perderá su legado… y tú, todo lo que has construido.
Valentina sintió cómo el piso bajo sus pies se volvía inestable. —¿Qué propones?
Clara tragó saliva. —Una alianza con Alejandro Martínez.
—¿El CEO de Márquez Corp? ¿El hombre que lleva años compitiendo con nosotros?
—Una alianza… matrimonial.
Valentina la miró como si acabara de hablar en otro idioma.
—¿Quieres que me case con él?
—Tiene influencia, recursos, y ya se mostró dispuesto a discutirlo. Con ese matrimonio podríamos estabilizar la empresa, y tú podrías seguir diseñando con libertad.
Valentina apretó el lápiz en su mano hasta romper la mina. Se sentía como un peón en un tablero que jamás pidió jugar.
—No soy una ficha de ajedrez, mamá.
—Tampoco lo fue tu abuelo cuando luchó por levantar todo esto. Pero a veces, el sacrificio es el precio por proteger lo que amas.
Horas después, en un restaurante elegante del centro, Valentina se presentó con la cabeza en alto y los nervios hechos un nudo. Lo vio antes de que él la viera: Alejandro Martínez. Alto, impecable, con una mirada tan directa que podía cortar el aire.
—Valentina Cruz —dijo él, extendiéndole la mano—. Es un placer.
—No puedo decir lo mismo… aún —respondió ella, sin esquivar su mirada.
Durante la comida, intercambiaron palabras como si fueran armas. Alejandro no era solo un empresario era muy astuto; también era encantador, seguro y peligroso… en más formas de las que Valentina esperaba.
—No busco amor —advirtió él—. Solo resultados.
—Y yo no vendo mi libertad. Al menos, no sin ningún tipo de condiciones.
Ambos sabían que ese acuerdo sería mucho más que una simple firma.
Justo cuando la tensión comenzaba a relajarse, el celular de Valentina vibró en 2 ocasiones. Era un mensaje de su madre:
“El contrato fue cancelado. Tenemos 30 días para reaccionar o perdemos todo.”
Ella levantó la vista, el rostro más serio que nunca.
—Necesito pensarlo bien… pero si hacemos esto, Alejandro, será bajo mis términos.
Él sonrió de medio lado. —Me gustan las personas que negocian duro.
Esa noche, al llegar a casa, Valentina encontró una carta sin remitente.
Dentro, una sola frase en tinta roja:
“Si sigues con él, pagarás el precio.........
Sus dedos temblaron mientras releía las palabras. Un frío desconocido le recorrió la espalda. Aquello no era una advertencia… era una amenaza.
Y aún no había dado el primer paso.
Se dejó caer sobre el sofá con la carta aún en la mano. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar por su familia? ¿Podría confiar en un hombre como Alejandro… o estaba a punto de entrar en una trampa sin salida?
Lo único que sabía con certeza era que su vida acababa de cambiar.
Y que el verdadero precio de estar con Alejandro… apenas comenzaba a revelarse.
El nuevo equilibrio entre Valentina y Alejandro era frágil, como un hilo tensado entre dos precipicios. Había menos silencios incómodos, más miradas que hablaban sin palabras, pero la herida seguía abierta… cicatrizando lento.Aquella mañana, Alejandro dejó sobre la mesa del comedor una taza de café y un pequeño sobre.—Es para ti —dijo, antes de salir hacia la oficina.Valentina lo observó marcharse, luego tomó el sobre con desconfianza. Lo abrió despacio. Dentro, había una invitación elegante, con letras doradas:“Cena de gala de la Fundación Higuera. Acompañante: Sra. Valentina De la Vega.”Frunció el ceño. No había escuchado de ese evento, ni entendía por qué querría llevarla. Pero en la parte inferior, una nota escrita a mano la hizo detenerse:“Quiero presentarte como lo que eres, no como lo que fuiste por obligación. No estás obligada a venir. Pero me encantaría que lo hicieras. – A.”Sintió algo removerse dentro. No era solo el gesto, era la intención. Alejandro estaba intenta
El amanecer filtró su luz tenue a través de las cortinas, dibujando siluetas doradas sobre el suelo de madera. Valentina aún estaba despierta. No había cerrado los ojos en toda la noche. La conversación con Alejandro resonaba en su mente una y otra vez, como un eco que se negaba a disiparse. No sabía qué pesaba más: el dolor de la traición o el temor de ceder al perdón. Bajó las escaleras descalza, con el corazón agitado. Necesitaba salir, respirar, alejarse de esa casa que por momentos se sentía como una jaula. Al abrir la puerta principal, lo encontró allí, en el jardín, regando las plantas con movimientos mecánicos. No la vio al principio, pero apenas sintió su presencia, se volteó. —¿Vas a algún lado? —preguntó, dejando la manguera a un lado. —A caminar —respondió ella, evitando su mirada—. Necesito despejarme. Alejandro asintió, comprendiendo más de lo que ella decía. No la detuvo, pero tampoco volvió adentro. La siguió con la vista mientras se alejaba por el sendero, co
Valentina sostenía los documentos entre sus manos temblorosas. El contrato detallaba cláusulas que ella jamás había leído, términos fríos que le recordaban que todo aquello había comenzado como un simple acuerdo, una transacción entre dos desconocidos.Sintió que el aire se volvía más denso en el despacho, como si el papel le robara el oxígeno.—¿Esto es todo lo que soy para ti? —preguntó sin levantar la voz, pero con una herida abierta en cada palabra.Alejandro, que acababa de entrar, se detuvo en seco al verla. Sabía lo que había encontrado. Su mirada no fue de sorpresa, sino de resignación.—No era el momento… —murmuró, acercándose con cautela.—¿Y cuándo sería el momento ideal para saber que mi vida se vendió en cláusulas? —replicó ella, dejando caer los papeles sobre el escritorio.Alejandro quiso explicarse, pero por primera vez, las palabras no le alcanzaron. No porque no tuviera respuestas, sino porque ninguna podía suavizar la verdad.—Al principio sí… fue un acuerdo. Pero d
El amanecer tiñó de oro las aguas del mar frente al hotel boutique, pero Valentina apenas lo notó. La nota seguía ahí, sobre la mesita de noche, como una sombra silenciosa que se negaba a desaparecer. Había intentado dormir, cerrar los ojos, distraerse con la televisión, con un libro, incluso con la absurda idea de bajar a nadar. Nada funcionó.“Pregunta por lo que pasó realmente con tu padre. Pregunta por los Martínez.”Esas palabras la habían estado carcomiendo por dentro desde que las leyó.Se vistió sin pensarlo mucho y bajó a la cafetería del hotel. Pidió un café negro, cargado, y se sentó en una mesa junto a la ventana, mirando el océano sin realmente verlo. Sus dedos tamborileaban contra la taza caliente mientras en su mente, uno por uno, se formaban los rostros del pasado. Su padre, con su sonrisa cansada. Alejandro, con sus silencios incómodos. Su madre, demasiado ausente como para ser útil ahora.Valentina sacó su laptop y la encendió. Tenía una carpeta en su correo que no a
Valentina no bajó a desayunar esa mañana. Tampoco salió de su habitación. El silencio en la casa era tan espeso como el aire antes de una tormenta. Alejandro pasó dos veces frente a su puerta, deteniéndose por un segundo, con la mano alzada, como si quisiera tocar. Pero no lo hizo.No sabía qué decir. Y, más aún, no sabía si merecía ser escuchado.Valentina, por su parte, sentía una mezcla de vacío y rabia que no podía ordenar. Había pasado la noche en vela, dándole vueltas a todo: al contrato, a las palabras no dichas, a cada sonrisa que ahora sentía como una mentira cuidadosamente tejida. Le dolía haber sido ingenua. Pero lo que más dolía… era que quería creer en él. Quería creer que, pese a todo, algo de lo que habían compartido había sido real.Pero ya no estaba segura.Empacó algunas cosas sin pensarlo demasiado: ropa cómoda, su laptop, un libro que apenas había comenzado. Llamó un taxi y se fue sin mirar atrás. Necesitaba espacio. No para odiarlo, sino para encontrarse a sí mism
Valentina no lo estaba buscando. Ni siquiera tenía intenciones de hurgar en el pasado. Pero el sobre, semiabierto y mal guardado entre unos libros del estudio de Alejandro, llamó su atención por pura casualidad. Pensó que sería un contrato comercial más, uno de los tantos papeles que Alejandro solía dejar olvidados entre informes y revistas. Sin embargo, al leer su nombre en la primera línea, su curiosidad pudo más.“Cláusula adicional – Acuerdo matrimonial entre Alejandro Rivas y Valentina Mendoza.”Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Tragó saliva y, con manos temblorosas, empezó a leer. No quería hacerlo. Pero no podía dejarlo.La cláusula era clara. Cruda.“El matrimonio será válido por un período mínimo de un año, garantizando la estabilidad accionaria frente al Consejo Directivo de Rivas Corporación. Al finalizar dicho plazo, se procederá a la disolución sin repercusiones legales ni económicas para el señor Rivas, quien compensará a la señora Mendoza con una suma previame
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