Valentina Cruz, una talentosa diseñadora de modas, ve su mundo tambalear cuando la empresa familiar se enfrenta a la ruina. Obligada a tomar una decisión impensable, accede a un matrimonio por conveniencia con Alejandro Martínez, un poderoso y enigmático empresario con sus propios secretos. Lo que comienza como una fría alianza pronto se convierte en una red de pasiones, traiciones y verdades enterradas que amenazan con destruir todo lo que Valentina creía conocer. Entre amenazas anónimas, enemigos ocultos y una creciente atracción por su esposo, Valentina descubrirá que amar a Alejandro podría costarle más que su libertad… podría costarle el alma. Porque hay decisiones que se pagan muy caro. Y ella está a punto de descubrir el verdadero precio de estar contigo.
Leer másValentina sostenía los documentos entre sus manos temblorosas. El contrato detallaba cláusulas que ella jamás había leído, términos fríos que le recordaban que todo aquello había comenzado como un simple acuerdo, una transacción entre dos desconocidos.Sintió que el aire se volvía más denso en el despacho, como si el papel le robara el oxígeno.—¿Esto es todo lo que soy para ti? —preguntó sin levantar la voz, pero con una herida abierta en cada palabra.Alejandro, que acababa de entrar, se detuvo en seco al verla. Sabía lo que había encontrado. Su mirada no fue de sorpresa, sino de resignación.—No era el momento… —murmuró, acercándose con cautela.—¿Y cuándo sería el momento ideal para saber que mi vida se vendió en cláusulas? —replicó ella, dejando caer los papeles sobre el escritorio.Alejandro quiso explicarse, pero por primera vez, las palabras no le alcanzaron. No porque no tuviera respuestas, sino porque ninguna podía suavizar la verdad.—Al principio sí… fue un acuerdo. Pero d
El amanecer tiñó de oro las aguas del mar frente al hotel boutique, pero Valentina apenas lo notó. La nota seguía ahí, sobre la mesita de noche, como una sombra silenciosa que se negaba a desaparecer. Había intentado dormir, cerrar los ojos, distraerse con la televisión, con un libro, incluso con la absurda idea de bajar a nadar. Nada funcionó.“Pregunta por lo que pasó realmente con tu padre. Pregunta por los Martínez.”Esas palabras la habían estado carcomiendo por dentro desde que las leyó.Se vistió sin pensarlo mucho y bajó a la cafetería del hotel. Pidió un café negro, cargado, y se sentó en una mesa junto a la ventana, mirando el océano sin realmente verlo. Sus dedos tamborileaban contra la taza caliente mientras en su mente, uno por uno, se formaban los rostros del pasado. Su padre, con su sonrisa cansada. Alejandro, con sus silencios incómodos. Su madre, demasiado ausente como para ser útil ahora.Valentina sacó su laptop y la encendió. Tenía una carpeta en su correo que no a
Valentina no bajó a desayunar esa mañana. Tampoco salió de su habitación. El silencio en la casa era tan espeso como el aire antes de una tormenta. Alejandro pasó dos veces frente a su puerta, deteniéndose por un segundo, con la mano alzada, como si quisiera tocar. Pero no lo hizo.No sabía qué decir. Y, más aún, no sabía si merecía ser escuchado.Valentina, por su parte, sentía una mezcla de vacío y rabia que no podía ordenar. Había pasado la noche en vela, dándole vueltas a todo: al contrato, a las palabras no dichas, a cada sonrisa que ahora sentía como una mentira cuidadosamente tejida. Le dolía haber sido ingenua. Pero lo que más dolía… era que quería creer en él. Quería creer que, pese a todo, algo de lo que habían compartido había sido real.Pero ya no estaba segura.Empacó algunas cosas sin pensarlo demasiado: ropa cómoda, su laptop, un libro que apenas había comenzado. Llamó un taxi y se fue sin mirar atrás. Necesitaba espacio. No para odiarlo, sino para encontrarse a sí mism
Valentina no lo estaba buscando. Ni siquiera tenía intenciones de hurgar en el pasado. Pero el sobre, semiabierto y mal guardado entre unos libros del estudio de Alejandro, llamó su atención por pura casualidad. Pensó que sería un contrato comercial más, uno de los tantos papeles que Alejandro solía dejar olvidados entre informes y revistas. Sin embargo, al leer su nombre en la primera línea, su curiosidad pudo más.“Cláusula adicional – Acuerdo matrimonial entre Alejandro Rivas y Valentina Mendoza.”Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Tragó saliva y, con manos temblorosas, empezó a leer. No quería hacerlo. Pero no podía dejarlo.La cláusula era clara. Cruda.“El matrimonio será válido por un período mínimo de un año, garantizando la estabilidad accionaria frente al Consejo Directivo de Rivas Corporación. Al finalizar dicho plazo, se procederá a la disolución sin repercusiones legales ni económicas para el señor Rivas, quien compensará a la señora Mendoza con una suma previame
La cocina estaba impregnada del aroma de ajo salteado y albahaca fresca. Valentina se movía con soltura entre los estantes, buscando los ingredientes que necesitaban para preparar la cena. Alejandro la observaba desde el umbral, con una sonrisa apenas visible, como si no quisiera interrumpir aquel momento sencillo pero lleno de significado.—¿Segura que sabes lo que haces? —bromeó él, levantando una ceja.Valentina giró con una cuchara de madera en la mano y una sonrisa desafiante en los labios.—¿Estás subestimando mis habilidades culinarias? Cuidado, que puedo dejarte sin cenar.—No me atrevería —respondió él, acercándose a la encimera—. Solo pregunto por si debo tener a mano el número de emergencias.Rieron. Por primera vez desde que vivían bajo el mismo techo, el ambiente se sentía genuinamente relajado. No había necesidad de fingir ni de guardar las distancias. Estaban simplemente siendo ellos. Cocinando, riendo, compartiendo.Mientras Alejandro picaba los tomates —con más torpez
Valentina se despertó temprano aquella mañana, con la sensación de que algo dentro de ella estaba cambiando. La habitación, bañada por una luz cálida y tenue, parecía distinta. Tal vez era ella la que había cambiado. Aunque todavía le costaba admitirlo, Alejandro comenzaba a ocupar un espacio importante en su vida, más allá del papel que ambos fingían interpretar. Ya no se trataba solo de apariencias o conveniencias. Empezaba a importarle. De verdad.Se levantó despacio, buscando no hacer ruido, y se dirigió a la cocina. El aroma a café recién hecho la sorprendió: Alejandro ya estaba despierto. Lo encontró sentado en la mesa, con una taza entre las manos y la mirada fija en la pantalla de su tablet. Vestía una camisa blanca arremangada, y su cabello aún húmedo caía desordenadamente sobre su frente. Estaba tan concentrado que no notó su presencia de inmediato.—¿Tienes una reunión importante hoy? —preguntó ella, rompiendo el silencio.Alejandro levantó la mirada, sorprendido por el int
Valentina llegó al atelier con el rostro endurecido y los pasos firmes. Apenas había dormido, pero el fuego de la traición le ardía en el pecho. Se dirigió directamente al estudio privado donde sabía que encontraría a Camila. No tocó la puerta. La abrió de golpe.Camila, sentada frente a una mesa de corte, levantó la mirada sorprendida. Tenía una tela azul celeste entre las manos y una sonrisa tibia en los labios, pero esa expresión se borró al instante cuando vio la mirada encendida de Valentina.—¿Qué ocurre? —preguntó, dejando la tela a un lado.—Quiero que me digas la verdad —dijo Valentina, cruzando los brazos—. Y no intentes mentirme, porque ya lo sé todo.Camila se puso de pie lentamente, con las manos temblorosas.—¿De qué estás hablando?Valentina lanzó sobre la mesa la carpeta que Alejandro le había dado. Las hojas se desparramaron: correos impresos, registros de llamadas, capturas de pantalla.—¿Necesitas que te lo lea en voz alta? ¿O quieres confesar de una vez?Camila pal
Valentina llegó temprano a casa de su madre, con el corazón latiéndole como un tambor. El desayuno estaba servido, pero ninguna de las dos tenía apetito. Clara la recibió con una sonrisa forzada y la invitó a sentarse en la sala.—No he dormido —dijo Valentina, mientras dejaba su bolso a un lado—. No después de lo del incendio. Ni después de esta sensación de que todos nos están ocultando algo.Clara bajó la mirada, removiendo su café con la cucharilla aunque ya estaba frío.—¿Por qué querías hablar de tu padre? —preguntó finalmente.—Porque creo que nunca nos dijeron toda la verdad sobre su muerte —respondió Valentina sin rodeos—. Y porque hay demasiadas cosas que no encajan. Mamá, necesito saberlo todo.Clara cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, se veían más viejos, más cansados.—Tu padre… no murió solo por un infarto, Valentina. Esa fue la versión oficial. Pero en realidad, había recibido amenazas semanas antes. Por negocios. Por algo que encontró.—¿Qué encontró?Clara s
La alarma no dejaba de sonar. Sirenas, gritos, luces intermitentes. Todo era caos.Valentina se cubrió la boca con una mano mientras observaba desde el asiento trasero del auto blindado de Alejandro las llamas devorar el almacén de textiles de su familia. El mismo donde almacenaban las telas de la nueva colección que había diseñado con tanto esmero.—Dios mío… —murmuró, sin poder apartar la mirada del fuego.Alejandro bajó del auto antes de que este se detuviera por completo. Ordenó a su jefe de seguridad que protegiera a Valentina y corrió hacia el comandante de los bomberos.—¿Hubo víctimas? —preguntó con voz tensa.—Aún no lo sabemos. El fuego se inició en dos puntos distintos, lo cual indica que fue provocado.La noticia cayó como una losa en el pecho de Alejandro. No era solo un mensaje… era una advertencia. Y el blanco no era solo él, era ella también.Valentina bajó del auto pese a las protestas del guardia. Se acercó a Alejandro, aún con el rostro cubierto por el humo.—Esto n