El contrato estaba sobre la mesa.
Un documento elegante, encuadernado en cuero negro, con letras doradas que parecían más una sentencia que una promesa. Valentina lo miraba fijamente, pero su mente estaba lejos. Muy lejos.
Alejandro, de pie frente a ella en su oficina, sostenía una pluma estilográfica con su típica seguridad imperturbable.
—¿Lista para firmar?
Valentina levantó la vista y lo observó con una intensidad que lo hizo fruncir el ceño.
—¿Por qué mentiste sobre mi padre?
La pregunta cayó como una piedra en el silencio.
Alejandro ladeó la cabeza, desconcertado. —¿Qué estás diciendo?
—Recibí un mensaje anónimo —continuó ella, sin apartar la mirada—. Dice que si no me alejo de ti, descubriré la verdad sobre la muerte de mi padre. Y anoche encontré una nota en su informe toxicológico. Decía que había incongruencias.
Alejandro se tensó. Su mano aún sostenía la pluma, pero ya no parecía tener intención de usarla.
—Valentina… no sé de qué estás hablando.
—¿De verdad? —replicó ella con amargura—. Porque me resulta muy conveniente que justo ahora, cuando firmar contigo salvaría mi empresa, alguien quiera recordarme que mi padre quizás no murió de forma natural.
Alejandro suspiró, dejó la pluma sobre el escritorio y cruzó los brazos.
—Tu padre y el mío fueron socios… y enemigos. Hubo muchas cosas turbias entre ellos, eso no es ningún secreto. Pero si estás insinuando que tuve algo que ver con su muerte, estás equivocada.
—¿Entonces qué escondes?
—Nada —dijo él con firmeza—. Pero sí sé que tu padre comenzó a investigar movimientos financieros sospechosos poco antes de morir. Dijo que había alguien dentro de su propia empresa que lo estaba traicionando.
Valentina retrocedió un paso, sorprendida.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque me lo dijo en persona —confesó Alejandro, con una mirada que por primera vez no fue arrogante, sino triste—. Dos semanas antes de morir, me pidió que cuidara de ti si algo le pasaba. Nunca entendí por qué… hasta ahora.
Valentina sintió un nudo en el estómago. Esa revelación no la esperaba.
—¿Y por qué nunca me lo dijiste?
—Porque pensé que era su forma de manipularnos. Que solo buscaba unir nuestras empresas a través de ti… pero ahora ya no estoy tan seguro.
Se hizo un silencio tenso. Ella se debatía entre la duda, el dolor y una creciente necesidad de saber toda la verdad.
—Valentina, si realmente crees que estoy implicado, no firmes. Pero si quieres descubrir la verdad, quizá lo que más necesitas es estar cerca de mí.
Ella lo miró. Había dudas en su mente, pero también una extraña chispa de confianza. Como si, pese a todo, quisiera creerle.
Tomó la pluma. Su mano temblaba, pero su decisión estaba tomada.
—No te perdono… pero necesito respuestas.
Y firmó.
El sonido del trazo en el papel resonó como un trueno entre ellos. Alejandro observó la firma con una mezcla de alivio y preocupación.
Justo cuando la tinta aún no se había secado, su teléfono vibró sobre el escritorio. Lo tomó, lo leyó, y su expresión se endureció al instante.
—¿Qué pasa? —preguntó Valentina, alerta.
Él levantó la mirada, sus ojos más oscuros que nunca.
—Acaban de atacar uno de nuestros almacenes. Alguien no quiere que este matrimonio funcione… y no vamos a quedarnos de brazos cruzados.
Valentina tragó saliva. Sabía que a partir de ese momento, su vida cambiaría para siempre. Ya no solo se trataba de negocios… o de salvar una empresa. Se trataba de descubrir verdades enterradas, de sobrevivir a enemigos ocultos… y de enfrentarse a los sentimientos que, sin querer, empezaban a nacer.
Y mientras el cielo se oscurecía tras la ventana, una nueva tormenta —más peligrosa y profunda— se cernía sobre ellos.