Mundo ficciónIniciar sesiónNueva York 1930. Una época de glamour decadente donde la reputación de la élite vale más que el oro. Eleanor Harrington lo tenía todo: belleza, lujo y la promesa de un matrimonio perfecto, hasta que un desliz con un hombre casado la deja embarazada. Para evitar un escándalo que destruiría el prestigio de su influyente familia, la implacable matriarca Harrington dicta una sentencia cruel: Eleanor se casará con el primer hombre que cruce su umbral. El "afortunado" es Liam O’Connell, el chofer de la familia. Un hombre de clase trabajadora, ahogado en deudas por la costosa enfermedad de su padre. A cambio de la vida de su padre, Liam acepta el contrato: casarse con Eleanor, fingir ser el padre del niño y desaparecer después del nacimiento. El matrimonio es una farsa de desprecio mutuo. Eleanor ve en Liam a un oportunista, y él ve en ella la frivolidad de la clase que arruinó su pasado en Dublín. Pero cuando Liam revela que su aceptación no fue solo por dinero, sino por un oscuro plan de venganza, el contrato se convierte en un peligroso juego. Ella debe elegir: ¿aliarse con el hombre que desprecia para proteger a su hijo y a su familia, o destruir al único hombre que podría salvarla? El chofer ha sido comprado, pero el esposo está dispuesto a cobrar un precio que nadie vio venir: el corazón de la Dama de Hielo.
Leer másLa alta sociedad de Nueva York era un diamante pulido sobre un pantano de miseria. Eran los años treinta, y si bien el crack del 29 había enseñado humildad a muchos, no había borrado las líneas invisibles entre el mármol de Park Avenue y el hollín de los muelles. Estas, se sentían más que nunca.
Para Liam O’Connel, esa línea era el borde pulido del Bentley Silver Ghost. Detrás del cristal, el mundo era un espejismo de fracasos propios y ajenos. Llevaba el uniforme gris carbón con la resignación de un hombre que había cambiado un futuro prometedor por una deuda de sangre. Liam no era un hombre de servicio por vocación; era el prisionero de un pagaré imposible.
Esa tarde el aire olía a nieve y a desesperación. Había recibido una llamada del sanatorio donde estaba recluido su padre. La voz de la enfermera había sido suave y sin esperanzas.
“Señor O’Connell , si el tratamiento no se renueva mañana a primera hora, me temo que… ya no podremos hacer mucho más”.
Liam apretó el volante. Doscientos cincuenta dólares. Representaban una miseria para la gente con quien trabajaba, pero era la sentencia de muerte para su padre. Pensó en su pasado, como el dinero fácil haría la diferencia. Palabras enterradas bajo el cuello rígido de su uniforme. No, su pasado estaba enterrado; lo único que le importaba era el presente. Y poco a poco se estaba quebrando.
Eleanor Harrington bebía su champagne con la furia de quien sabe que la fiesta está por terminar. Quedó sola en el enorme salón de baile sintiendo el peso de su secreto.
Seis semanas. Ese era el tiempo que le había dado el médico. Su embarazo, fruto de un desliz con un hombre casado, era la bomba de tiempo lista para explotar en el corazón de la alta sociedad. El pánico la consumía. Su vida, su apellido, eran una prisión sin barrotes.
Escuchó pasos. Era su madre, Lady Harrington, con el rostro duro como el granito.
—Lo sé todo, Eleanor. Y esto se acaba ahora mismo…
Su madre la arrastró de regreso a la mansión, directamente a su habitación.
—Tus actos han condenado a nuestra familia. Te encerrarás hasta que algo se me ocurra, niñita. Y mañana, para salvar nuestro nombre, haré lo que deba. Lo único que se me ocurre es un chivo expiatorio. Cuando tu padre lo sepa… no pensaré en ello.
Eleanor se hundió en un abismo de terror. Sabía que su madre cumpliría su palabra.
Liam O’Connell subió las escaleras, sin saber que cada peldaño lo alejaba de su libertad. Él, estaba en el lugar correcto, a la hora correcta. No se lo esperaba. Eleanor Harrington, lloraba en el piso de arriba, sin saber que el hombre que atravesaría el umbral marcaría su futuro para siempre.
Ambos estaban a punto de firmar un contrato que les prometía salvación, pero solo les entregaría la amarga prisión de una farsa matrimonial. El reloj de la vida de Liam estaba ligado al precio del secreto de Eleanor.
Eleanor encontró a Liam en la biblioteca, donde su nuevo estatus de yerno le permitía husmear entre los valiosos tomos de su padre. Él no leía; examinaba las inscripciones y los márgenes con una intensidad que la hacía dudar de su supuesta falta de educación.—Necesito tu ayuda, O’Connell —Eleanor fue directa, tragándose su orgullo.Liam levantó la vista del libro con una mirada lenta y evaluadora.—¿La gran Eleanor Harrington pidiendo ayuda al chofer? Debe ser urgente. ¿Olvidó dónde puso sus diamantes o ha perdido algún otro capricho de la gente de su clase?—Mi madre quiere desterrarme —expresó con un dejo de preocupación —quiere mandarme a la finca Berkshire, custodiada por mi tía Agatha, hasta que nazca el niño. No voy a pasar mi embarazo en un mausoleo rural, sin vida, sin lo que estoy acostumbrada.—Es la solución más sensata para su “problema”. El campo es un excelente lugar para esconder los errores de la alta sociedad. Y para usted, un castigo que merece.—¿No te importa? ¿No
La primera mañana de matrimonio comenzó con un ajuste de cuentas tácito. Liam, recién duchado, vestía su uniforme de chófer. Eleanor bajó a la cocina, esperando el movimiento habitual de los sirvientes, pero lo encontró preparando su café en la estufa de gas.—¿Qué haces en la cocina? —preguntó Eleanor con voz aguda.—Es la mañana. Es mi trabajo, mi lugar es acá abajo, señorita —dijo Liam, sin mirarla, concentrado en tostar el pan.—¡Que desfachatez! Si llega alguna visita te verá de chofer. ¿Y las apariencias que dice mi madre que debemos guardar?—Yo solo sigo órdenes. Su madre estableció mi horario. Esposo de noche, chofer de día. El uniforme es la prueba. ¿No lo ve?—No tiene sentido…Liam le extendió una taza humeante. Eleanor dudó un segundo en tocarla.—No pongas tus manos… —espetó, retirando la taza de un tirón.—Tranquila. No tiene veneno, señora O’Connell. Solo está hecho con mis manos de sirviente —Liam le sonrió con frialdad. El aire se hizo espeso con la inversión de
La mañana había llegado con la misma solemnidad fría que la Sra. Harrington había impuesto al evento. No hubo muchos invitados; solo un juez de paz comprado, un fotógrafo discreto, pocos familiares y el silencio opresivo de la sala de música, convertida en un altar de conveniencia.Liam se sintió como un farsante. Su uniforme de chófer había sido sustituido por un traje de frac que perteneció al difunto abuelo de Eleanor, ajustado a toda prisa. Olía a naftalina y a una vida que no le pertenecía.Eleanor apareció del brazo de su padre, un hombre que parecía más avergonzado que paternal. Iba vestida de seda perla, demasiado simple para su habitual ostentación, lo cual acentuaba su palidez. Sus ojos verdes disparaban dagas contra Liam.—Pareces un mayordomo disfrazado, O’Connell —susurró Eleanor, apenas a unos metros de él, su voz vibrando con veneno contenido.—Y usted parece una estatua de mármol que acaba de despertar, señorita Harrington. Evidentemente, no es el día más feliz para
Apenas habían transcurrido seis horas desde que Liam O’Connell pronunció la palabra fatal: Acepto. El sol de la mañana se filtraba apenas por las cortinas de la biblioteca, donde la Sra. Harrington, inmaculada y terrible, lo esperaba. Sobre la caoba pulida reposaba un grueso documento con un sello lacrado: El contrato.—Siéntese, O’Connell. Esto no es un simple intercambio de votos. Es un trato de negocios —dijo la Sra. Harrington, deslizando el documento hacia él. Sus ojos evaluaban a Liam como si fuera un caballo en el mercado.Liam tomó el asiento con la espalda recta. Su dignidad era su única armadura.—Soy consciente. Solo quiero entender los términos. Mi palabra vale mi vida, Lady Harrington.—Su palabra vale exactamente quinientos dólares iniciales, más la renta para su padre —corrigió ella con frialdad—. Pero sí, las cláusulas son precisas.—He leído lo suficiente de leyes. ¿El divorcio es inmediato al nacimiento?—El divorcio se tramita después de que el niño cumpla seis me
El olor a gasolina y cuero envejecido era lo único que Liam O’Connell conocía de la riqueza. Su uniforme de chófer, color gris carbón, era un disfraz de decencia; bajo la tela de lana se escondían las cicatrices de la preocupación.Apretó el volante del Bentley Silver Ghost de 1930. Las yemas de sus dedos, curtidas por años de trabajo más duro que el simple conducir, sintieron la frialdad del metal. En la guantera, escondida bajo los mapas, llevaba una factura del Sanatorio St. Jude. Doscientos cincuenta dólares. Una fortuna. El doble de lo que había ganado en los últimos tres meses.“Aguanta, padre. Lo conseguiré. Siempre lo hago”, se dijo, un mantra gastado que usaba para engañar al miedo.Desde su asiento, Liam observó la fachada de mármol de la mansión Harrington, un bastión de la alta sociedad de Manhattan. Una jaula de oro. Esperaba a la señora Harrington para llevarla a su club de bridge, pero los minutos se convertían en horas.Abrió la puerta del coche. La humedad del air
La alta sociedad de Nueva York era un diamante pulido sobre un pantano de miseria. Eran los años treinta, y si bien el crack del 29 había enseñado humildad a muchos, no había borrado las líneas invisibles entre el mármol de Park Avenue y el hollín de los muelles. Estas, se sentían más que nunca.Para Liam O’Connel, esa línea era el borde pulido del Bentley Silver Ghost. Detrás del cristal, el mundo era un espejismo de fracasos propios y ajenos. Llevaba el uniforme gris carbón con la resignación de un hombre que había cambiado un futuro prometedor por una deuda de sangre. Liam no era un hombre de servicio por vocación; era el prisionero de un pagaré imposible.Esa tarde el aire olía a nieve y a desesperación. Había recibido una llamada del sanatorio donde estaba recluido su padre. La voz de la enfermera había sido suave y sin esperanzas.“Señor O’Connell , si el tratamiento no se renueva mañana a primera hora, me temo que… ya no podremos hacer mucho más”.Liam apretó el volante. Dosci
Último capítulo