La cocina estaba impregnada del aroma de ajo salteado y albahaca fresca. Valentina se movía con soltura entre los estantes, buscando los ingredientes que necesitaban para preparar la cena. Alejandro la observaba desde el umbral, con una sonrisa apenas visible, como si no quisiera interrumpir aquel momento sencillo pero lleno de significado.
—¿Segura que sabes lo que haces? —bromeó él, levantando una ceja.
Valentina giró con una cuchara de madera en la mano y una sonrisa desafiante en los labios.
—¿Estás subestimando mis habilidades culinarias? Cuidado, que puedo dejarte sin cenar.
—No me atrevería —respondió él, acercándose a la encimera—. Solo pregunto por si debo tener a mano el número de emergencias.
Rieron. Por primera vez desde que vivían bajo el mismo techo, el ambiente se sentía genuinamente relajado. No había necesidad de fingir ni de guardar las distancias. Estaban simplemente siendo ellos. Cocinando, riendo, compartiendo.
Mientras Alejandro picaba los tomates —con más torpez