Valentina llegó al atelier con el rostro endurecido y los pasos firmes. Apenas había dormido, pero el fuego de la traición le ardía en el pecho. Se dirigió directamente al estudio privado donde sabía que encontraría a Camila. No tocó la puerta. La abrió de golpe.
Camila, sentada frente a una mesa de corte, levantó la mirada sorprendida. Tenía una tela azul celeste entre las manos y una sonrisa tibia en los labios, pero esa expresión se borró al instante cuando vio la mirada encendida de Valentina.
—¿Qué ocurre? —preguntó, dejando la tela a un lado.
—Quiero que me digas la verdad —dijo Valentina, cruzando los brazos—. Y no intentes mentirme, porque ya lo sé todo.
Camila se puso de pie lentamente, con las manos temblorosas.
—¿De qué estás hablando?
Valentina lanzó sobre la mesa la carpeta que Alejandro le había dado. Las hojas se desparramaron: correos impresos, registros de llamadas, capturas de pantalla.
—¿Necesitas que te lo lea en voz alta? ¿O quieres confesar de una vez?
Camila palideció. Tomó uno de los papeles, lo miró unos segundos y lo dejó caer. La expresión en su rostro cambió de confusión a resignación.
—Valentina, yo…
—¡Me mentiste! —espetó ella, dando un paso adelante—. ¡Le vendiste información a nuestra competencia! ¡Tú sabías lo que eso significaba para la empresa, para la familia!
—No era mi intención destruir nada —murmuró Camila, bajando la mirada—. Solo necesitaba el dinero. Estaba desesperada.
—¿Y por eso también permitiste que incendiaran nuestro almacén?
—¡Eso no! ¡Eso no fue parte del trato! Yo solo pasé información… jamás imaginé que harían algo tan grave.
Valentina la miró con el corazón destrozado. Aquella no era solo una compañera de trabajo, era su prima, alguien a quien había querido como a una hermana.
—¿Sabes qué es lo peor, Camila? —dijo con voz quebrada—. Que confíe en ti cuando no me quedaba nadie. Te defendí frente a mi madre, frente a Alejandro. Y tú… me apuñalaste por la espalda.
Camila se llevó las manos al rostro. Comenzó a llorar en silencio, pero Valentina no sentía compasión.
—¿Quién está detrás de todo esto? —exigió—. ¿Quién te pagó?
—No puedo decirlo —susurró Camila.
—¡Dímelo!
Camila la miró a los ojos con miedo.
—Si lo digo… me matan.
—¿Quién, Camila? ¿Quién quiere destruirnos?
Camila tembló.
—Es alguien muy poderoso. Más de lo que imaginas.
En ese momento, Valentina comprendió que aquello era solo la punta del iceberg. La muerte de su padre, la traición de Camila, el sabotaje a la empresa… todo formaba parte de algo más grande. Y si quería proteger a su familia y a sí misma, tendría que llegar al fondo de ese abismo oscuro.
—Te doy una última oportunidad —dijo, con la voz firme—. O me dices quién está detrás… o me verás convertirme en tu peor pesadilla.
Camila no respondió. Pero sus lágrimas, ahora sin consuelo, fueron respuesta suficiente.
Camila se dejó caer en la silla, abatida, y se cubrió el rostro con las manos. Valentina la observó unos segundos más, sintiendo cómo la rabia comenzaba a transformarse en una tristeza profunda. Aquella no era la confrontación que habría querido vivir, pero ahora no tenía más remedio que seguir adelante.
—Recoge tus cosas —dijo finalmente—. No quiero volver a verte aquí.
Camila levantó la cabeza bruscamente.
—¿Vas a despedirme?
—¿Qué esperabas? ¿Una segunda oportunidad? ¿Después de lo que hiciste?
Camila se quedó en silencio. Valentina dio media vuelta y salió del estudio sin mirar atrás, pero mientras avanzaba por el pasillo, algo en su interior se quebró. El dolor de la traición era más fuerte que cualquier herida física. Y detrás de todo eso, aún quedaban demasiadas preguntas sin respuesta.
Mientras subía a su auto, el celular vibró con un mensaje. Lo abrió con el ceño fruncido. Era un número desconocido. El mensaje decía: “Esto es solo el comienzo. Si sigues indagando, el precio será más alto.”
Valentina se quedó congelada, con el teléfono en la mano, y comprendió que lo que se avecinaba era más peligroso de lo que había imaginado.
Y aún no estaba preparada para lo que venía.