Las ideas fluían entre lápices, bocetos y retazos de tela. Valentina Cruz, inmersa en su estudio, dibujaba con precisión el vestido que marcaría su próxima colección. La luz dorada del sol mañanero entraba por las ventanas, dándole al espacio ese aire de esperanza que tanto necesitaba.
Hasta que su madre irrumpió por la puerta.
—Valentina, tenemos que hablar —dijo Clara, con el rostro tenso y una carpeta en la mano.
Valentina frunció el ceño. —¿Tan grave es?
—La empresa está en rojo. Nuestro principal proveedor se retira. Y si no hacemos algo ahora, tu abuelo perderá su legado… y tú, todo lo que has construido.
Valentina sintió cómo el piso bajo sus pies se volvía inestable. —¿Qué propones?
Clara tragó saliva. —Una alianza con Alejandro Martínez.
—¿El CEO de Márquez Corp? ¿El hombre que lleva años compitiendo con nosotros?
—Una alianza… matrimonial.
Valentina la miró como si acabara de hablar en otro idioma.
—¿Quieres que me case con él?
—Tiene influencia, recursos, y ya se mostró dispuesto a discutirlo. Con ese matrimonio podríamos estabilizar la empresa, y tú podrías seguir diseñando con libertad.
Valentina apretó el lápiz en su mano hasta romper la mina. Se sentía como un peón en un tablero que jamás pidió jugar.
—No soy una ficha de ajedrez, mamá.
—Tampoco lo fue tu abuelo cuando luchó por levantar todo esto. Pero a veces, el sacrificio es el precio por proteger lo que amas.
Horas después, en un restaurante elegante del centro, Valentina se presentó con la cabeza en alto y los nervios hechos un nudo. Lo vio antes de que él la viera: Alejandro Martínez. Alto, impecable, con una mirada tan directa que podía cortar el aire.
—Valentina Cruz —dijo él, extendiéndole la mano—. Es un placer.
—No puedo decir lo mismo… aún —respondió ella, sin esquivar su mirada.
Durante la comida, intercambiaron palabras como si fueran armas. Alejandro no era solo un empresario era muy astuto; también era encantador, seguro y peligroso… en más formas de las que Valentina esperaba.
—No busco amor —advirtió él—. Solo resultados.
—Y yo no vendo mi libertad. Al menos, no sin ningún tipo de condiciones.
Ambos sabían que ese acuerdo sería mucho más que una simple firma.
Justo cuando la tensión comenzaba a relajarse, el celular de Valentina vibró en 2 ocasiones. Era un mensaje de su madre:
“El contrato fue cancelado. Tenemos 30 días para reaccionar o perdemos todo.”
Ella levantó la vista, el rostro más serio que nunca.
—Necesito pensarlo bien… pero si hacemos esto, Alejandro, será bajo mis términos.
Él sonrió de medio lado. —Me gustan las personas que negocian duro.
Esa noche, al llegar a casa, Valentina encontró una carta sin remitente.
Dentro, una sola frase en tinta roja:
“Si sigues con él, pagarás el precio.........
Sus dedos temblaron mientras releía las palabras. Un frío desconocido le recorrió la espalda. Aquello no era una advertencia… era una amenaza.
Y aún no había dado el primer paso.
Se dejó caer sobre el sofá con la carta aún en la mano. ¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar por su familia? ¿Podría confiar en un hombre como Alejandro… o estaba a punto de entrar en una trampa sin salida?
Lo único que sabía con certeza era que su vida acababa de cambiar.
Y que el verdadero precio de estar con Alejandro… apenas comenzaba a revelarse.