Valentina sostenía los documentos entre sus manos temblorosas. El contrato detallaba cláusulas que ella jamás había leído, términos fríos que le recordaban que todo aquello había comenzado como un simple acuerdo, una transacción entre dos desconocidos.
Sintió que el aire se volvía más denso en el despacho, como si el papel le robara el oxígeno.
—¿Esto es todo lo que soy para ti? —preguntó sin levantar la voz, pero con una herida abierta en cada palabra.
Alejandro, que acababa de entrar, se detuvo en seco al verla. Sabía lo que había encontrado. Su mirada no fue de sorpresa, sino de resignación.
—No era el momento… —murmuró, acercándose con cautela.
—¿Y cuándo sería el momento ideal para saber que mi vida se vendió en cláusulas? —replicó ella, dejando caer los papeles sobre el escritorio.
Alejandro quiso explicarse, pero por primera vez, las palabras no le alcanzaron. No porque no tuviera respuestas, sino porque ninguna podía suavizar la verdad.
—Al principio sí… fue un acuerdo. Pero d