Teniente en la brigada de estupefacientes, Alba Carini es una policía temida por su determinación e instinto implacable. Huérfana adoptada desde la infancia, nunca ha conocido la identidad de sus padres biológicos, un vacío que ha aprendido a llenar con su vocación de justicia. Hasta el día en que una investigación sobre un cartel europeo la lleva a una verdad que no estaba lista para enfrentar: su padre biológico no es otro que Massimo Valente, el jefe de un poderoso imperio mafioso, oculto tras una fachada de honorabilidad. Pero eso no es todo: Massimo, para sellar una alianza con la organización criminal más influyente del continente, ha prometido la mano de su hija, que nunca ha criado, a Sandro De Santis, el heredero tan carismático como peligroso de esta mafia rival. Un hombre acostumbrado a dominar, a poseer... y a no perder nunca. Tomada entre sus valores de policía y la sangre mafiosa que corre por sus venas, Alba debe elegir: huir de este destino impuesto o sumergirse en una unión de fuego con el hombre que representa todo lo que odia... y todo lo que la atrae. Porque Sandro no tiene ninguna intención de dejarla escapar. Y detrás de las promesas de obediencia, el juego de poder y deseo comienza: cruel, torrente, irresistible. Pero en un mundo donde los juramentos se firman con sangre, el amor podría ser el crimen más peligroso de todos.
Leer másAlba
Hay un sabor que nunca olvidaré.
El de la sangre, cuando resbala sobre la lengua. La mía. La de los demás. Hoy, tenía un sabor a traición.— No tienes derecho a estar aquí, murmuré, dedo tenso en el gatillo, corazón en llamas.
— Y sin embargo estoy aquí, teniente Carini, respondió él con calma, las manos en los bolsillos, como si hubiera sido invitado.Sandro De Santis.
El heredero de la familia más poderosa de Europa. El hombre al que perseguía a distancia, en secreto, como una leyenda que solo se nombra en susurros.
Y estaba frente a mí. En ese almacén en ruinas en la frontera norte. Vestido con un abrigo negro entallado. Ningún guardia a la vista. Seguro de sí mismo. Seguro de lo que era.Un depredador.
— No sé quién te vendió mi nombre, pero si das un paso más…
— ¿Vas a disparar? ¿Sobre el hombre que tu padre eligió para ser tu esposo?Mi dedo se congeló.
Una grieta se abrió en mi cabeza. Un aliento, un vértigo, luego... la nada.— ¿Qué acabas de decir? gruñí.
— Lo has oído bien, princesa. Naciste Alba Valente. Hija de Massimo Valente, mi enemigo, tu padre biológico. Y pronto, mi esposa.Me reí. Cruelmente. Duro. Para no gritar.
— Estás loco. Soy policía. ¿Realmente crees que un cuento de mafia va a cambiar eso? — Eres policía, sí. Pero también eres sangre Valente. Eres mía. Está decidido. Unida por pacto. Por sangre. Por carne.Se acercó. Lentamente. Y no hice nada.
Nada, porque algo en mí se estaba agrietando.
Nada, porque sus ojos oscuros me miraban como si ya fuera de él.— ¿Quieres matarme? Adelante. Pero morirás antes de entender lo que eres. Lo que ardes por convertirte.
Su aliento rozó mi cuello.
Un escalofrío me atravesó la columna. Inadmisible. Inconfesable.Levantó la mano. Deslizó un dedo contra mi mejilla.
No me moví. Mi piel ardía. Mi odio también.— Aprenderás lo que significa la palabra poder. Y lo que es ser poseída por un hombre que nunca ha dejado que nada le escape.
Su voz era baja, cortante, deliciosa en su obscenidad.
Me acariciaba como se toca un arma.— ¿Quieres que resista? susurré. ¿Quieres que te odie?
— Quiero que luches, sí. Es más excitante.Y sin previo aviso, me agarró del cuello, pegó su frente a la mía.
No un beso. No una caricia. Una declaración de guerra silenciosa.Luego me soltó. Y se alejó.
— Mañana a medianoche. Tu nueva vida comienza. Prepárate para arrastrarte... o para reinar.
Y desapareció en la noche.
Me quedé sola. Temblando.Y en el silencio, sentí que algo despertaba en mí.
Algo más fuerte que el miedo. Más fuerte que el odio. Más obsceno que el deseo.Algo que no estaba lista para nombrar.
Alba
No he dormido.
Ni un segundo. Incluso el dolor en mis sienes ha dejado de golpear. El silencio se ha vuelto más ensordecedor que los gritos. Y en el espejo de mi baño, no es mi reflejo lo que veo. Es él.Sandro De Santis.
Cada palabra pronunciada la noche anterior gira en bucle en mi cabeza.
Hija de Massimo Valente. Prometida al heredero de la mafia europea. Poseída por pacto.Me niego. Negaré hasta mi último aliento. Soy teniente de policía, no la puta de un monstruo. Pero en el fondo…
Una parte de mí recuerda la calidez de su aliento, la autoridad glacial en sus gestos. Y esa parte… me repugna. Porque tiembla.Son las 00:04 cuando derriban mi puerta.
Tres hombres. Enmascarados. Pesadamente armados.
Intento resistirme, golpeo, muerdo, grito. Pero me asestan un golpe contra la pared. No pierdo el conocimiento, no. Deslizándome en un estado de rabia fría. Mi corazón late lentamente, como si esperara algo. Me arrojan en un coche negro, con la cabeza cubierta.Y cuando finalmente me arrancan la tela del rostro… estoy en una villa de mármol.
Silencio. Oro. Fuego en la chimenea. Y él. Sandro. Sentado en un trono disfrazado de sillón. Con un vaso de whisky en la mano.— Siempre te esfuerzas tanto por resistirme. Es admirable, desliza él, irónico.
Me incorporo. Las muñecas atadas, los ojos en llamas.
— Suéltame, cerdo.
— Pronto. Después de que me hayas escuchado.Se levanta. Se acerca. Cada paso resuena como un cañonazo.
Y cuando se detiene frente a mí, me mira sin decir una palabra. Su mano agarra mi mentón. Me obliga a mirarlo.— No es un juego, Alba. Es tu vida. La verdad. Tienes sangre en las manos. La nuestra. Naciste para dominar o para obedecer. No para perderte en una ilusión de justicia. Mira a tu alrededor. Este es tu mundo.
Le escupo a los pies.
Él sonríe. Y murmura:— Aprendes rápido. Me gusta.
Sandro
Ella es perfecta.
Rota, furiosa, indómita.
Cada nervio tenso hacia la revuelta. Cada músculo vibrando de odio. Pero detrás de todo eso… la veo. Ese escalofrío que niega. Esa oscuridad en ella, idéntica a la mía.— ¿No crees en la herencia de la sangre, Alba? Lástima. La tuya ya ha firmado tu futuro.
Rodeo su figura. Ella no me quita los ojos de encima. Es animal. Magnético. Quiere matarme, y eso me excita.
— Esta villa, tu padre la construyó para ti. Este sillón… tu trono. Y este cuerpo… voy a domarlo. Hasta que olvides incluso lo que significaba “ley”.
Me detengo detrás de ella. Rozo su nuca.
Su piel tiembla. Sus puños se aprietan.Bajo la voz:
— Esta noche, no eres mi prisionera. Eres mi ofrenda.
Una pausa. — ¿Quieres que te resistas? Entonces resiste. Pero ten en cuenta que en este juego, no es la fuerza la que gana. Es quien disfruta de la sumisión del otro.Ella se da la vuelta bruscamente. Incluso atada, me desafía.
Nunca he visto una mirada tan orgullosa. Y eso me da ganas de quitárselo todo. Lentamente.Alba
— ¿Me crees débil porque estoy atada? Suéltame, y verás de lo que es capaz una policía entrenada.
Él sonríe. El demonio.
Y hace un gesto con la mano. Las ataduras caen.— Muy bien. Muéstrame.
No dudo. Me lanzo sobre él, el puño preparado.
Pero él bloquea. Me empuja contra la pared. Su mano sobre mi garganta.— Golpeas bien. Pero olvidas que nací en la violencia.
Su boca se acerca. — Y te enseñaré que el dolor puede dar placer… siempre que se administre bien.Sus labios rozan mi mejilla.
Luego me suelta. Me deja caer al suelo. Y se aleja.— Buenas noches, principessa. Mañana, llevarás tu vestido de prometida.
Me quedo allí. Jadeante. Ardiente.
Y por primera vez en mi vida, no sé si soy víctima… o cómplice.AlbaLa luz blanquecina de la mañana apenas filtra a través de las pesadas cortinas de la habitación. El aire es denso, saturado de una espera eléctrica que me envuelve como un torniquete. Estoy aquí, inmóvil, frente al gran espejo, donde se refleja un rostro demacrado, marcado por noches sin sueño, pero también determinado, más que nunca.Cada detalle de la habitación me parece extraño, y sin embargo familiar: el roce del tejido de mi vestido, el ligero crujido del parquet bajo mis pies, los pasos sigilosos de los sirvientes que se mueven, invisibles, preparando este día que promete ser una prueba.Siento el peso de la mirada de Sandro, mucho antes de que hable. Está allí, en la sombra de la puerta, una presencia imponente que llena toda la habitación. Sin una palabra, sus ojos se aferran a los míos. Es un duelo silencioso, cargado de un fuego que callamos, pero que podría incendiarlo todo.— ¿Estás lista? Su voz es baja, tensa, casi una amenaza velada.Lista. Esa palabra resuena com
ALBALa gran casa resuena con un silencio pesado, casi opresivo. Todo el mundo duerme o finge dormir. Yo, soy prisionera de esta insomnio que me consume, imposible de cerrar los ojos. La noche parece haberse congelado a mi alrededor, pesada, espesa, como un velo que no puedo levantar.Bajo las escaleras a tientas, cada paso amortiguado por la gruesa alfombra. Solo quería un vaso de agua, o tal vez escapar un instante del yugo invisible que aprieta mi pecho. Pero apenas cruzo la entrada del pequeño salón, una silueta se destaca en la oscuridad como una sombra familiar, amenazante.— Deberías estar en la cama.Su voz es baja, áspera, casi un murmullo cargado de promesas y peligro. Imposible de confundir. Sandro está allí, sentado en un sillón de cuero, la camisa entreabierta, revelando su garganta ardiente y la curva viril de su cuello. Una luz cálida danza en sus ojos oscuros, un destello ardiente que parece sondear mis pensamientos más profundos. Permanezco inmóvil, incapaz de a
ALBALa habitación está en silencio. Demasiado silencio.Solo el tic-tac discreto del reloj sobre la cómoda recuerda que el tiempo avanza, implacable, llevándome hacia un mañana que temo y deseo a la vez.A través de las pesadas cortinas cerradas, una luz dorada filtra en algunos lugares, como si el mundo exterior intentara recordarme que todavía existe. Aquí, sin embargo, el tiempo parece detenido, suspendido sobre mi cabeza como una espada invisible.Estoy sentada al borde de la cama, descalza sobre el parquet helado. Mis manos aprietan mecánicamente el tejido de mi bata de noche, fina y ligera, pero que de repente me parece pesar toneladas. La respiración se me escapa en pequeños espasmos, como si cada bocanada de aire tuviera que abrirse camino a través de una pared invisible.Mañana.Mañana, esta promesa se convertirá en una trampa.Y esta trampa tendrá el rostro de Sandro.Cierro los ojos. La imagen surge de inmediato: su corpulencia imponente, su mirada oscura, esa forma que ti
SANDROLa noche se cierne sobre la ciudad como una losa de plomo. Afuera, las estrellas brillan, pero aquí, en este bar sucio, el cielo es una jaula sin luz. Los neones lanzan destellos pálidos, intermitentes, que hacen bailar las sombras sobre las paredes manchadas de sudor y polvo. La música late, sorda, insistente, como un latido mecánico que se niega a detenerse.Empujo la puerta, un soplo de calor y olores embriagadores me asalta: alcohol adulterado, sudor mezclado con un perfume barato que se adhiere a la piel. La multitud ya es densa, ruidosa, ávida de sensaciones. Mis tenientes están allí, sonrisas falsas y miradas calculadas. Su risa es demasiado fuerte, su alegría ficticia me eriza.Marco se acerca, botella de whisky alzada como un trofeo de guerra. Su sonrisa es carnívora, casi burlona.— ¿Estás listo para perder tu libertad, jefe? lanza, la voz cargada de ironía.Dejo mi abrigo, me siento pesadamente en un taburete tambaleante. No tengo nada que responder. ¿Para qué? Esta
ALBAEl jardín está tranquilo. Demasiado tranquilo.Son las 20:27. El cielo tiene ese tono azul profundo que anuncia la noche sin prometérsela. El follaje apenas susurra. El aire huele a madreselva y tierra mojada. Está limpio. Está cultivado. Está atrapado.Recorro el camino sin ruido. Mis pasos crujen sobre el gravilla. Llevo puesto un vestido sencillo, sin adornos. No el del matrimonio. Suficientemente neutro para no dejar rastro. Suficientemente flexible para correr, si es necesario.El cuaderno está en mi bolsillo.Me detengo cerca del viejo banco de piedra, allí donde la iluminación se detiene. Allí donde la cámara del pasillo ya no llega. Allí donde nadie escucha, al menos, aún no.Y ella está allí.Vic.Erguida. Tranquila. Con jeans negros, chaqueta militar, su cabello recogido hacia atrás. Sin maquillaje. Sin arreglos. No se ha movido. Sigue siendo ella. Pero algo en sus ojos ha cambiado.Me mira como se evalúa una situación explosiva.— Llegas tarde, dice ella.— No. Llegas
ALBALa habitación huele a lavanda y silencio.Todo es demasiado blanco, demasiado liso, demasiado listo.Las cortinas están corridas, las ventanas cerradas. Incluso el aire parece planchado. El silencio es tal que cada roce de tela se convierte en un grito. El vestido está colgado frente a mí como una sentencia. Tul marfil, encaje fino, botones nacarados: todo para agradar, todo para atrapar.La modista murmura, se afana a mi alrededor. Ella engancha, mide, retrocede, silba un cumplido que traga de inmediato al cruzarse con mi mirada. Siente que aquí se juega a otra cosa, que este cuerpo que viste es un arma más que una prometida.Mi madre está allí, sentada a distancia. Erguida como un veredicto. Las piernas cruzadas, las manos sobre sus rodillas como dos piedras. Impecable. Y tan rígida que se vuelve doloroso de mirar.No dice nada, aún no.— Gira un poco el hombro, señorita, susurra la modista.Yo giro levemente. Obediente. Por hoy.El espejo me devuelve una imagen manipulada. Una
Último capítulo