La esposa de mi enemigo, el amante mafioso de mi hermana

La esposa de mi enemigo, el amante mafioso de mi hermana ES

Mafia
Última actualización: 2025-09-09
Moonie  Recién actualizado
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Resumen
Índice

—¡Aléjate de mi! Te odio —Camila Sáenz vestida de novia se apartaba del que ahora era su esposo, el mafioso Luciano Ferrer. —No más de lo que te odio yo a ti, por tu culpa no voy a ser feliz con la mujer que amo, con tu hermana —Luciano tiró un jarrón de la habitación —Te juro que te voy a hacer la vida imposible. Un par de semana antes Camila Sáenz fue víctima de las mentiras de su media hermana Adriana, que para escapar de sus problemas mintió sobre Camila obligándola a casarse con uno de los mafiosos más poderosos del país. Lo que empezara como una relación de odio, pronto se convertirá en una relación pasional, donde Camila descubre el placer de su cuerpo y Luciano lo que es el amor.

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Capítulo 1

MI SUEÑO ROBADO

Capítulo 1 

Camila Sáenz se miró una última vez en el espejo, alisando con suavidad las telas rojas de aquel vestido que una vez perteneció a su madre. No era nuevo, ni de diseñador, pero tenía algo que ninguna otra prenda podía ofrecerle: sentir que su madre estaba cerca.

Respiró hondo, obligándose a sonreír mientras se miraba en el espejo, aparentaba seguridad, pero desde hace mucho era solo eso una fachada.

Esa noche cumplía veintidós. Y aunque su padre, uno de los precandidatos más sonados para la alcaldía, había organizado una fiesta tan lujosa que parecía un evento político más que un cumpleaños, lo único que ella esperaba… era a Santiago.

Santiago Belmonte. Su mejor amigo desde que tiene memoria. Su crush secreto desde hace años. El chico que, esa misma tarde, había soltado una frase que no dejaba de repetirse en su cabeza:

—Hoy, en tu fiesta, voy a tomar la decisión más importante de mi vida. Y tú vas a ser parte de ella.

La ilusión llego a su corazón, pero no quería hacerse ideas, después lo vio en una joyería, ssteniendo lo que parecía un anillo. Y eso fue suficiente para que su mente se llenará de ideas, quizás hoy el le pediría ser su esposa.

La puerta del cuarto se abrió de golpe.

—Ese vestido te queda horrible —soltó Adriana, su media hermana, con esa sonrisa venenosa que ya le conocía. La examinó de pies a cabeza con una mirada soberbia —. De nuevo te voy a opacar.

Camila tragó saliva. Había escuchado ese tipo de comentarios tantas veces que ya deberían resbalarle, pero dolían igual.

—Es importante para mí. Era de mi madre —respondió, fingiendo tranquilidad aunque su voz pudo decir esa frase.

—Ah... claro —rio Adriana, acercandose con burla—. El mal gusto es hereditario.

Y se fue, como siempre, dejando inseguridades en la cabeza de su hermana.

Camila respiró hondo. Retocó el brillo en sus labios y la pestañina en sus ojos. Esta noche no iba a dejar que la arrastraran al fondo. No hoy.

Bajó las escaleras con las piernas temblando, La música, las luces, au hermana la protagonista de todo, y ella apenas tenía un papel secundario. Su padre, rodeado de empresarios, ni siquiera la miró al principio. Luego le estampó un beso frío en la mejilla y le pidió que se encargara de la cocina.

La festejada, Organizando el catering.

Sonrió por educación, aunque por dentro algo se le rompiera un poco más.

Y entonces lo vio.

Santiago cruzó el salón vestido con un traje negro impecable, el cabello ligeramente despeinado, y esa sonrisa que siempre la hacía olvidar lo demás. 

—Feliz cumpleaños, Cami —Le dio un beso suave en la mejilla, quedándose un segundo más de lo normal—. En unos minutos te doy tu regalo. Te prometo que es especial.

Su pecho se apretó, quería saltar de alegría, quizás la felicidad por fin le tocaba.

La cocina parecía el único lugar donde respirar, pero ni eso consiguió. Amelia, su madrastra, la detuvo antes de entrar.

—Es tu fiesta. No tienes que complacerlos. Aunque tu padre y tu hermana quieran robársela, hoy se trata de ti.

Camila asintió con una sonrisa pequeña. Amelia su madrastra fue buena desde que llegó a casa, n era cruel, al contrario, siempre fue amable. Pero su sola existencia le recordaba el sufrimiento de su madre.

Horas después, el discurso de su padre cortó la música.

—La familia es lo más importante. Es la base de la sociedad. Y como su futuro alcalde, les prometo que acabaré con criminales como Luciano Ferrer. Ese malnacido aún no ha pagado, pero lo hará...

Camila contuvo la respiración. El nombre resonó en el ambiente como una amenaza directa. Todos temían a Luciano, el heredero maldito de la mafia Ferrer. Pero ella, más que miedo, sentía una ansiedad creciente por lo que eso podía significar para la seguridad de su padre.

—Papá... por favor, hoy no —susurró, tocándole el brazo.

Él rodó los ojos, molesto, pero accedió a terminar.

—Mi hija Camila, mi hija mayor, hoy cumple veintidós años. Felicidades.

Eso fue todo. Un brindis seco, sin emoción. Nada parecido al discurso larguísimo y perfecto que dio en la fiesta de Adriana. Camila levantó la copa, intentando no dejar que el vacío en su pecho la consumiera.

Pero entonces, sintió una mano rozarle la espalda, Santiago, el se acercó y pidió la palabra.

—Hoy es un día especial para nuestra familia. Como heredero de los Belmonte, considero a los Sáenz parte de mi vida... y hoy, más que nunca, lo serán.

Camila se quedó inmóvil.

Los latidos retumbaban en sus oídos, cada uno más fuerte que el anterior. Santiago metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó una pequeña caja de terciopelo, era todo lo que había soñado en silencio.

Pero entonces, el mundo se detuvo.

Santiago no la miró a ella. Dio un paso hacia un costado y se arrodilló frente a Adriana.

—¿Quieres casarte conmigo?

El aire se le escapó del cuerpo.

—¡Siii! —gritó Adriana —. ¡Claro que sí!

Y mientras lo decía, giró la cabeza con una sonrisa burlona, Justo hacia Camila.

Los aplausos no eran para ella. Las miradas, tampoco. Todo lo que pensó que viviría esa noche era un espectáculo ajeno, su hermana de nuevo le había quitado lo que quería.

Se marchó, bajó por el costado del salón hasta perderse en el jardín, sintiendo que la había matado

Se sentó en una banca, abrazando su propio cuerpo, y lloró. Lloró hasta que le ardieron los ojos, hasta que la garganta se le secó, hasta que no supo si temblaba por frío o por el corazón roto.

—¿Por qué no me felicitaste? —preguntó la voz que menos quería oír.

Santiago.

Ella alzó la mirada. Él estaba ahí, sonriendo, Se agachó frente a ella y la abrazó.

—Pensé que te alegraría saber que seré tu cuñado. Esa era mi sorpresa.

Camila sintió que el estómago se le revolvía.

—Es que... yo pensé que... —murmuró, pero la voz se le quebró.

No quería llorar frente a él, Así que respiró hondo, contuvo las lágrimas, y tragó lo que sentía.

—¿Cuándo empezaron a salir? ¿Por qué no me dijiste nada?

Santiago sonrió con ternura, como si hablara de algo hermoso.

—Adriana quiso mantenerlo en secreto. Pero la amo, Cami. Ella es la mujer con la que quiero formar una familia... tener hijos.

Y con cada palabra, sentía que él la apuñalaba.

Camila asintió, lo felicitó y fingió una alegría que no sentía. 

La fiesta terminó cerca de la una, Camila subió a su habitación derrotada, se quitó los tacones, se tiró en la cama y dejó que el dolor saliera en llanto.

 Susana, su mejor amiga, entró furiosa.

—¡No puedes llorar por ese idiota! —le dijo, cruzándose de brazos—. Te juro que no lo soporto. Ese imbécil no te merece ni un poco.

—Pero me dolió, Su... —susurró Camila, mirándola con ojos hinchados.

—Lo sé. Por eso nos vamos. No vas a quedarte aquí sufriendo por ellos. Hoy es tu cumpleaños, y si ellos lo arruinaron, yo lo voy a arreglar.

Sin darle opción, la llevó a un club del centro. El ambiente era oscuro, con luces suaves, buena música y una vibra algo tensa.

—¿Por qué la gente no baila? ¿Por qué todos están tan... raros? —preguntó Susana, frunciendo el ceño.

Uno de sus amigos se les acercó rápido, mirando hacia la zona VIP.

—Chicas, deberíamos irnos. Luciano Ferrer está aquí.

Camila sintió un escalofrío bajarle por la espalda, Luciano. El nombre que más había oído en boca de su padre. El enemigo número uno de la ciudad.

—Vámonos, Cami —suplicó Susana, agarrándola del brazo.

Pero Camila no se movió.

—Quiero verlo. Solo una vez. Quiero saber quién es ese imbécil del que todos hablan.

Se soltó, subió por las escaleras hacia la zona VIP y, al llegar, los guardias la dejaron pasar sin problemas. Ser una Sáenz todavía abría algunas puertas.

Y entonces lo vio.

En un sillón de cuero negro, con una copa en la mano, estaba él. Luciano Ferrer.

Guapo, imponente, peligroso, ojos azul acero, brazos tatuados. Una mujer sentada sobre él, con el vestido enrolado en su cintura y sus senos al aire frente a el, sin pudor mientras se movía sobre su cuerpo.

Camila se quedó helada.

—Es un asco —gruñó—. Se está follando a esa mujer delante de todos.

La música seguía sonando, pero no podía tapar los gemidos.

—¡Asíii! —gritó la mujer, sin vergüenza.

Luciano la sujetó por la cintura y, con voz grave, lanzó una advertencia helada:

—Nadie mire a mi mujer... o lo

mato.

Y luego, con una calma, la ayudó a subir el vestido. Ella giró, dejando ver su rostro.

Camila sintió que el mundo se detenía.

—¡Adriana!

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