Capítulo 6 — La Cena

Alba

El espejo me devuelve la imagen de una mentira.

El vestido negro se ajusta a mis formas como un arma silenciosa. Tejido desgarrado hasta la cadera, hombros al descubierto, cada detalle calibrado para desviar las miradas de lo que realmente soy. No es una prenda. Es una cobertura. Una distracción. Una estrategia.

Estoy lista.

O me lo repito, como un mantra.

Sé lo que debo hacer. Lo que he venido a buscar.

Pruebas. Confesiones. Fallas.

El coche avanza a través de Milán. A mi lado, Sandro De Santis, 

el hombre a quien se supone que debo atrapar. El hombre cuya voz, a veces, me perturba más de lo que admito. No es una simple misión. Es una guerra subterránea. Y cada segundo pasado a su lado es una línea delgada entre el peligro y… otra cosa.

Él no habla. Yo tampoco.

Me observa. Esa mirada que ausculta, adivina, indaga. Siente que algo no va bien. Pero no sabe qué.

— ¿No tienes miedo? pregunta finalmente, en voz baja.

Giro la cabeza hacia él.

— Sí, pero no de esta cena.

Una mueca, casi admirativa, levanta la esquina de sus labios.

— Entonces… ¿tienes miedo de mí?

Sostengo su mirada. Demasiado tiempo.

Luego desvío la vista.

El coche se detiene frente a la villa Marchesi.

Un mayordomo abre la puerta. Inspiro, bajo primero. Tacones que resonan sobre el mármol. Paso erguido. Control absoluto. Cada movimiento estudiado. La agente infiltrada toma el lugar de la mujer.

Penetro en la guarida.

Y la trampa se cierra.

Sandro

Ella los hace callar.

Es lo primero que noto. Ese silencio brutal que cae cuando ella entra. Los Marchesi, los Costa, incluso los viejos roedores de los clubes de juego bajan la mirada un instante. No por miedo. No todavía. Sino por inquietud.

Porque ella desentona.

No juega a ser la linda muñeca mafiosa. Es recta. Glacial. Y hay en sus ojos una luz que no sé nombrar.

Peligro o lealtad.

Y aún no sé de qué lado está.

Los observo. A todos. Luego los veo.

Marchesi, el patriarca. Frío, despectivo. Sus gestos son los de un rey sin corona.

Y Riccardo.

Un rostro que no me gusta cruzar.

Ambicioso. Dulce en la superficie. Frío hasta la médula. Es un calculador, un banquero del crimen. Y esta noche, está interesado en ella.

Alba

Lo veo.

Riccardo.

En su traje de tres piezas. Hablando de política criminal entre dos copas de vino. El tipo de hombre que transforma la traición en un arte de vivir.

Me mira. Insistente. Demasiado tiempo.

Sostengo.

No sé quién es. Pero su mirada me atraviesa la espalda.

Una mezcla extraña. Perturbadora. Como si algo en mí recordara… sin entender.

Intenta una sonrisa. Yo no ofrezco ninguna. No es el momento.

Marchesi se acerca.

— Sandro. Y usted debe ser… la misteriosa nueva recluta.

Me tiende la mano.

La tomo. Firme. Fría. Aprieto un poco demasiado. Prueba de dominio. Él reacciona apenas, pero noto la tensión de su mandíbula.

— Alba. Me gusta ver de cerca a los monstruos.

Él sonríe. Pero sus ojos ya me clasifican.

Nos sentamos a la mesa. Decoración ridícula. Tapices viejos y copas de vino carísimas. Todos los comensales hablan demasiado. Intentan medir mis intenciones.

Pero yo, los analizo.

La conversación se desvía. Lentamente. Hasta el momento esperado.

— Se dice que dejaste tu antigua vida con estruendo, desliza un hombre a mi derecha. Una policía convertida en reina de las sombras… ¿O es otra leyenda?

Me río suavemente.

— Las leyendas nacen cuando los hombres necesitan explicar lo que no controlan.

— ¿Y qué buscas? ¿La gloria? ¿La venganza?

Dejo mi tenedor. Mis ojos fijos en los suyos.

— ¿Qué busco? Nombres. Rostros. Cadenas que romper.

Un silencio se instala. Luego una voz familiar, venenosa, surge al final de la mesa.

Riccardo.

— Siempre tan teatral, parece. Te gustan las grandes frases.

Lo miro, tranquila.

— ¿Y tú, te gusta esconderte detrás de otros cuando hay sangre?

Me inclino ligeramente.

— ¿Crees que estás a salvo aquí? Es adorable.

Él palidece. Y Sandro, calmado, desliza lentamente:

— Si ella está aquí, no es para jugar. Ella está aquí para recuperar lo que le pertenece.

Un escalofrío me recorre. ¿Por qué tengo la sensación de que esas palabras resuenan más allá de lo que había previsto?

Sandro

Veo las fisuras aparecer. Los aliados se miden. Algunos desvían la mirada. Otros registran. Las líneas se mueven.

Y Alba… se mantiene erguida en medio del campo de minas.

No saben aún lo que es. Lo que ha venido a hacer. Pero comienzan a entender que no desaparecerá.

Ella es el cuchillo que silba antes del impacto.

La cena termina.

Un hombre se me acerca. Otro desliza una tarjeta en el bolso de Alba.

Anoto. Conservo todo. Pero es a ella a quien miran.

Y ya dudan.

Alba

De regreso en el coche, permanezco inmóvil.

Este mundo me da náuseas.

Pero he entrado. Voluntariamente.

Siento a Sandro rozarme. Roza mi mano.

— Has sido perfecta.

Retiro mis dedos.

— No hice esto por ti, Sandro.

— Lo sé. ¿Lo hiciste por la que eras?

Lo miro. Demasiado tiempo.

Luego murmuro:

— No. Lo hice por aquellos que enterramos en silencio. Aquellos que olvidamos.

Hago esto por ellos. Por aquellos que nunca tuvieron la oportunidad de defenderse.

Sandro

La miro entrar a mi casa.

No tiembla. No retrocede. Pero siento algo bajo la superficie.

Ya no es solo fuego.

Es una forma de rabia controlada. Una voluntad más fría que la mía.

— ¿Quieres beber algo?

— No.

Ella avanza. Sus ojos están tranquilos. Demasiado tranquilos.

— Esta noche, quiero que me muestres lo que ves cuando me miras. No como un hombre. Como un enemigo. Como un aliado. Quiero saber dónde me colocas.

Frunzo el ceño.

— ¿Quieres saber si te creo?

— No. Quiero saber si me temes.

Me acerco.

Y entiendo.

No es una mujer.

Es un veredicto.

Alba

Esta noche, no estoy aquí para amar.

Estoy aquí para aprender qué oculta detrás de sus muros.

Y tal vez… para comenzar a derribarlos.

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