Mundo ficciónIniciar sesiónUn error en una clínica de fertilidad une para siempre los destinos de Charlotte Jones y Adriano Rinaldi. Ella es una joven viuda que lucha por criar sola a su hija Sophie; él es un poderoso CEO que creyó que la paternidad era un sueño imposible. Cuando descubre que es el padre biológico de la niña, Adriano no está dispuesto a ser un espectador. Usando su influencia y riqueza, propone un trato: un mes de convivencia en una idílica casa de playa para demostrar que puede ser un buen padre. Lo que comienza como una tregua tensa se transforma en una atracción irresistible. Bajo el sol de Martha's Vineyard, Charlotte descubre que detrás del hombre de negocios implacable hay alguien vulnerable y capaz de un amor profundo. Juntos exploran una pasión que ninguno de los dos esperaba, creyendo haber encontrado en el error un destino maravilloso. Pero al regresar a Manhattan, la realidad los golpea. Un embarazo inesperado desata los demonios del pasado de Adriano, quien, convencido de su esterilidad, acusa a Charlotte de la peor traición. Herida y traicionada, Charlotte levanta un muro alrededor de su corazón. Adriano, consumido por la culpa y el remordimiento, deberá enfrentar sus propios fantasmas y emprender un camino de redención mucho más largo y doloroso del que imaginó. "Maravilloso Error" es una historia intensa sobre cómo los mayores accidentes pueden dar lugar a los amores más profundos, pero donde la confianza, una vez rota, requiere no solo de un "lo siento", sino de acciones constantes para ser reparada. Donde el perdón no es un punto final, sino un puente frágil que se construye día a día.
Leer más—No me importa, Harris. No voy a permitir que un completo desconocido me quite a mi hija —el susurro de Charlotte Jones era tan tenso que casi se quiebra.
Harris Johnson, su abogado, le palmeó la mano con gesto paternal, un contraste con su reputación de tiburón en los juzgados. —Lo conseguiremos, Charlotte. Solo mantén la cabeza fría.
Mantener la calma era una tarea titánica. Su vida era un torbellino desde la muerte de Noah y las dolorosas revelaciones que la siguieron. Sophie era su ancla. Y ahora, un error de la clínica de fertilidad amenazaba con arrebatársela.
—¿Señora Jones? ¿Señor Johnson? Ya están esperándoles —anunció la recepcionista.
Al entrar en la sala de reuniones, lo primero que vio fue la espalda ancha de un hombre frente al ventanal, contemplando Central Park. Una energía intensa e indomable emanaba de él, llenando la estancia.
—Adriano, ya podemos empezar —dijo el otro hombre, Jacob Williams, el afamado abogado.
Al sentarse, Adriano Rinaldi se volvió. Y Charlotte agradeció haberlo hecho, porque las piernas le flaquearon. Era deslumbrantemente guapo con una mandíbula fuerte y unos ojos castaños que la recorrieron con una indiferencia que la irritó.
—Un café solo —pidió Adriano a la asistente, sin mediar por favor, gracias. Era un hombre acostumbrado a dar órdenes.
La reunión fue una batalla de argumentos legales. Harris cuestionó la premura de pedir custodia sin conocer a la niña.
—Habría conocido a mi hija hace dos semanas si su cliente hubiera cooperado —intervino Adriano, su voz un susurro ronco que le erizó la piel.
—Mi hija —replicó Charlotte con vehemencia—. Sophie es mi hija. No la cederé a un desconocido. Podría ser un asesino en serie.
—Puedo asegurarle que mi cliente no es un delincuente —se apresuró Jacob—. Es el CEO de Rinaldi’s Italian Kitchen.
—¿Un hombre rico no puede ser un asesino?
—Si no coopera —intervino Adriano, clavándole la mirada
—, dejaremos las buenas formas. Solicitaré visitas forzosas. Y el juez se las concederá. Usted decide.
El pánico se apoderó de Charlotte.
—¿Pueden hacerlo? —le preguntó a Harris.
—Podemos y lo haremos —afirmó Adriano
—. Sophie es mi hija. No hay un juzgado en Nueva York que me niegue el derecho a verla.
—Es solo un bebé —suplicó Charlotte
—. ¿Por qué quitarle a su madre para dejarla con una niñera?
—¿Y quién dice que la dejaré con una niñera? —preguntó él, riendo—. No sabe nada de mí. No haga presunciones.
Frustrada, Charlotte se levantó.
—Hemos terminado.
—Muy bien —respondió Adriano con calma—. Creo que el color naranja le quedará perfecto.
—¿Naranja?
—Sí. El de los uniformes de prisión. Si el juez le concede las visitas y usted no cumple, irá a la cárcel. Y yo me quedaré con la custodia de Sophie.
El mundo de Charlotte se desmoronó. Harris le tocó el brazo.
—Siéntate, Charlotte.
Obedeció, derrotada. Él no faroleaba.
—Comprendo su postura —dijo Adriano, su tono algo más suave—. No quiero arrebatarle a su hija. Solo conocerla. Le propongo que pasemos un mes juntos. En una casa en la playa. Para que vea que tipo de padre puedo ser.
—¿Un *mes*? —Charlotte estaba atónita.
—Es la única forma de que evitemos una batalla legal larga y dolorosa. Por el bien de Sophie.
Charlotte miró a Harris, quien asintió casi imperceptiblemente. Era una tregua. Una oportunidad.
—De acuerdo —cedió, con la voz quebrada—. Acepto.
—Muy bien —Adriano esbozó una sonrisa que le aceleró el pulso—. Iremos a Martha's Vineyard.
Al salir del edificio, Charlotte sintió que podía respirar de nuevo. Pero una inquietud profunda se instaló en ella. No solo por la custodia de Sophie, sino por la forma en que la mirada de Adriano Rinaldi la hacía sentir: vulnerable, enfadada y, de un modo que se negaba a admitir, intensamente viva.
Cinco años después.El jardín de la casa en Martha's Vineyard era un campo de batalla de risas y energía desbordante. Bajo la luz dorada del atardecer, tres niños correteaban entre los rosales, sus voces creando una cacofonía feliz.Sophie, con sus siete años y una dignidad de hermana mayor que se le caía a pedazos, intentaba dirigir un juego de policías y ladrones. —¡Luca, no corras hacia el agua! Isabella, ¡ese es mi bastón de mando!Luca, un torbellino moreno de cuatro años con los ojos traviesos de su padre, ignoraba las órdenes y se lanzaba cuesta abajo hacia la playa, con Isabella, su cómplice rubia y de mirada soñadora, pisándole los talones. Eran dos fuerzas de la naturaleza, un equipo imparable que había revolucionado la vida de la familia Rinaldi.En la terraza, con vistas al caos amoroso, Charlotte observaba la escena con una sonrisa tranquila en los labios. El tiempo había añadido unas suaves líneas alrededor de sus ojos, testigos de noches en vela y risas incontables. En
El mundo se redujo a una burbuja de luz blanca y sonidos amortiguados. Charlotte flotaba en un mar de agotamiento y éxtasis, el eco de los dos llantos aún resonando en sus oídos como la música más hermosa. Un peso inmenso, literal y figurativo, había sido liberado de su cuerpo, dejando atrás un vacío doloroso pero triunfal.—Charlotte —la voz de Adriano, ronca y cargada de una emoción que traspasaba la niebla de su cansancio, la llamó suavemente—. *Amore mio*, míralos. — Ella abrió los ojos con esfuerzo. Adriano estaba a su lado, sus propias mejillas brillantes por el rastro de lágrimas, pero con una sonrisa que iluminaba la estancia. En sus brazos, cuidadosamente envueltos en mantas de franela con gorritos diminutos, sostenía a dos pequeños bultos. Con una ternura que le partió el corazón, Adriano se inclinó y colocó a uno de ellos en el hueco de su brazo. —Este es tu hijo tesorina —susurró, su voz un hilo de sonido reverente. Charlotte miró al recién nacido. Tenía el rostro enrojeci
La luna de miel en Martha's Vineyard fue una extensión tranquila y doméstica de la boda. No hubo viajes exóticos, solo paseos lentos por la playa, siestas bajo el sol y tardes jugando con Sophie en la arena. Para Adriano y Charlotte, cada momento de calma era un lujo, un tesoro robado a la inminente tormenta que sabían se avecinaba.La tormenta llegó una semana después de regresar a Nueva York, en la madrugada de un martes. Charlotte se despertó con una presión feroz en la parte baja del vientre, seguida de un dolor sordo y profundo que le hizo contener la respiración. No era como las contracciones de práctica de Braxton-Hicks. Esto era diferente. Más intenso. Más *real Encendió la luz de la mesilla y miró el reloj: las 3:17 a.m. La habitación estaba en silencio, solo roto por la respiración tranquila de Adriano, dormido a su lado. Tomó aire, intentando calibrar el dolor, cuando otro llegó, más fuerte, arqueándole la espalda y extrayéndole un jadeo ahogado.—Adriano —susurró, tocando
El sol de media mañana en Martha's Vineyard doraba la arena y hacía brillar el mar como un campo de diamantes líquidos. Pero la verdadera joya de la playa privada era Charlotte, de pie bajo una glorieta adornada con tules blancos y gavillas de trigo, bajo el vigilante y cariñoso cuidado del doctor Rossi, su obstetra, y una comadrona que no se separaba de su lado. A sus treinta y ocho semanas de un embarazo gemelar, Charlotte era la encarnación de la vida misma. Llevaba un vestido de gasa color marfil, fluido y etéreo, diseñado para acariciar su vientre monumental sin oprimirlo. No ocultaba su estado; lo celebraba. En sus manos, un ramo de lavanda y margaritas, y en su rostro, una felicidad tan radiante que eclipsaba al sol.Frente a ella, Adriano la miraba como si fuera el primer y último milagro del mundo. Llevaba un traje de lino blanco, informal pero elegante, y en sus ojos oscuros brillaban lágrimas de una emoción tan profunda que hacía temblar sus manos. A su lado, Enzo, su padri
La primavera estalló en toda su gloria sobre Nueva York. Los cerezos en flor del jardín botánico eran una nube rosada, y el aire cálido llevaba la promesa de nuevos comienzos. Para Charlotte, acercándose a la semana treinta y seis de su embarazo gemelar, cada día era un equilibrio entre la incomodidad extrema y una felicidad serena que parecía impregnarlo todo.Adriano se había convertido en una presencia constante y tranquilizadora. Ya no era el visitante puntual, ni siquiera el cuidador en espera, Era el aire que respiraba, la mano firme que la ayudaba a levantarse del sofá, la voz calmada que le leía por las noches cuando el insomnio se apoderaba de ella. Su amor, declarado en la intimidad de la noche, ya no se pronunciaba con palabras a cada momento, sino que se demostraba en cada acción silenciosa.Una tarde de sábado, soleada y tranquila, estaban en el parque. Sophie, ahora una curiosa, niña pequeña daba pasos tambaleantes entre sus piernas, agarrada a sus dedos. Charlotte obser
La luna llena se filtraba por la ventana del dormitorio, bañando la estancia en una luz plateada y fantasmal. Charlotte dormía de costado, su vientre monumental elevando las sábanas como una suave colina bajo la cual dos vidas danzaban. El reposo forzado había terminado, pero Adriano se había quedado. Ya no en el sofá-cama, sino en un colchón en el suelo al lado de la cama, por si ella necesitaba algo durante la noche. Un quejido bajo, cargado de incomodidad, salió de los labios de Charlotte. No era un grito de dolor, sino el sonido de quien lleva semanas durmiendo a intervalos, incapaz de encontrar una posición cómoda para albergar a dos bebés activos.Adriano se incorporó de inmediato, alerta.—¿Charlotte? ¿Estás bien?—Sí —susurró ella, con voz somnolienta—. Solo… no puedo dormir. Ellos están jugando al fútbol.Él se levantó y se sentó en el borde de su cama. A la luz de la luna, su perfil era tan familiar y querido como el latido de su propio corazón.—¿Quieres que te masajee la e
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