Charlotte se despertó con la nariz enterrada en el pecho de Adriano, su brazo rodeándola con una posesividad que ya no sentía intrusiva, sino profundamente protectora. El aroma a cuero, especias y a *él* la inundaba, y por primera vez en años, se sintió completamente en paz.
Hasta que oyó una voz.
Una voz aguda, femenina y estridente, que cantaba en italiano. Y no provenía de un sueño.
Charlotte se puso rígida. Adriano se removió a su lado, también despertando.
—¿Qué…? —murmuró él, con voz ronca de sueño.
Luego llegó otro sonido: el inconfundible y alegre gorjeo de Sophie, seguido de un coro de risas y de varias voces que hablaban a la vez, creando un caos sonoro que se filtraba desde el piso de abajo.
Adriano se sentó de golpe en la cama, los ojos muy abiertos.
—Creo que… mi familia está aquí —anunció, con un tono de pavor que Charlotte nunca le había oído. — Ella se incorporó también, agarrando las sábanas contra su pecho desnudo.
—¿Te refieres a tu hermana? — Él negó con la cabeza