El regreso a Manhattan no fue un choque, sino un lento y constante ajuste a una realidad que ya no era la misma. La burbuja de Martha's Vineyard había estallado, pero en su lugar había surgido algo nuevo y frágil: una relación titubeante que se abría paso entre las ruinas de su comienzo adversarial.
Charlotte volvió a su apartamento en Brooklyn, a su trabajo en el museo, a la rutina de pañales y biberones. Pero todo parecía teñido por un nuevo filtro. Los espacios que antes se sentían llenos de la ausencia de Noah, ahora resonaban con el eco de una presencia diferente. El olor a café recién hecho por las mañanas, cuando Adriano se colaba en su cocina antes de ir a la oficina. El sonido de su risa grave jugando con Sophie en el salón. La sensación de su cuerpo junto al suyo en el sofá, viendo una película después de que la niña se dormía.
Era una relación cuidadosa, tanteando el terreno. Adriano era un caballero atento, un padre devoto y, en la intimidad de su dormitorio, un amante que