La invasión Rinaldi terminó tan abruptamente como había comenzado, con promesas de reunirse en Nueva York y un sinfín de besos y abrazos que dejaron a Charlotte mareada. La casa recuperó su silencio, pero la paz que había encontrado con Adriano se sentía ahora frágil, como un cristal con una grieta fina. Las palabras de Fiorella resonaban en su mente: "*Tiene miedo. Un miedo muy profundo*".
De vuelta en Brooklyn, la vida intentó encontrar una nueva normalidad. Charlotte volvió a su trabajo en el museo, sumergiéndose en la meticulosa restauración de un cuadro del siglo XIX. Adriano, por su parte, se reintegró a su empresa, pero sus visitas eran constantes. Cenaban juntos, veían películas en el sofá, y él se había convertido en un padre devoto y sorprendentemente competente para Sophie.
Sin embargo, Charlotte notaba la sombra. Cada vez que la conversación rozaba su adolescencia, sus años en la universidad o cualquier tema anterior a la fundación de su imperio culinario, Adriano desviaba