Una Madre fea para los sobrinos del CEO

Una Madre fea para los sobrinos del CEOES

Romance
Última actualización: 2025-12-08
Milkaina  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Leónidas Celis es un magnate del control, que odia el caos, es un hombre de treinta y tres años que juró no volver a casarse tras un matrimonio fallido. Seis meses después de la trágica muerte de su hermana, su vida se reduce a un caos: sus dos sobrinos huérfanos están traumatizados y han ahuyentado a todas las niñeras de élite de Nueva York. Presionado por su padre, Leónidas solo necesita una cosa: una esposa que sirva de madre sustituta y garantice la estabilidad de los niños. Ariana Winter se considera orgullosa y, sobre todo, desesperada. Decepcionada del amor y marcada por la traición de su padre, su única prioridad es conseguir dinero para la cirugía urgente de su madre. Cuando su padre, Eduardo Winter, le ofrece un ultimátum brutal, Ariana irrumpe en el despacho de Celis: ella no es la elegante y glamurosa candidata que él esperaba, sino una mujer práctica, sin brillo a quien su hermana glamorosa describe como un "ratón". Leónidas se burla de su apariencia y su descaro. Ambos tienen muy claro que no se casarían por amor ni aunque se encontraran solos en el universo. Ninguno contaba con que la arrebatadora tensión sexual surgiría en medio del luto, el dolor infantil y la promesa de un matrimonio basado en la necesidad. La mujer que él consideraba "fea" según los estándares de la sociedad en que se desenvuelven y el hombre que ella considera "despiadado”, están a punto de descubrir que las cicatrices más profundas son las que mejor se complementan.

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Capítulo 1

Algo terrible sucedió

Capítulo 1 Algo terrible sucedió

Leónidas Celis estaba sumido en un mar de cifras y proyecciones de inversión. Su oficina en el piso más alto del rascacielos en Nueva York.

Tomó un sorbo de café negro. 2 años antes había dejado atrás su matrimonio fallido y se había jurado no volver a ser vulnerable. Su única debilidad era mantener su fortuna, y la controlaba con mano de hierro.

Un golpe seco e inesperado rompió la serenidad. La puerta se abrió de golpe y su asistente personal, Jonathan, irrumpió en la oficina. El rostro de Jonathan, siempre impasible, estaba pálido y sudoroso.

— ¿Qué sucede? ¿Por qué entras así? —La voz de Leónidas era un látigo, molesto por la interrupción.

Jonathan intentó recuperar el aliento. Sus palabras salieron atropelladas y cortantes.

—Leónidas, es… se trata de su hermana Graciela y su esposo. Ellos han sufrido un accidente.

Leónidas se puso de pie de un salto, derramando café sobre los gráficos del último trimestre, un desastre que no registró.

— ¿Accidente? —Su voz, normalmente un trueno controlado, sonó intranquila—. ¿Cómo están?

Jonathan evitó su mirada. El silencio se alargó, pesado y cruel.

—En verdad lo siento. Ellos… han muerto ambos.

El mundo de Leónidas se detuvo. Los rascacielos fuera de la ventana parecieron inclinarse.

— ¿Qué estás diciendo? —siseó, el dolor convirtiéndose en incredulidad helada—. ¡Mi hermana, Graciela, tan llena de vida! ¿Cómo puedes decir tal cosa?

—Lo averigüé muy bien, me avisaron hace una hora, he estado indagando. Fue la avioneta de tu cuñado. El mal tiempo… de verdad lo lamento

Tuvo que asimilar la noticia. Su hermana, tan llena de vida, su única familia de corazón, la única luz desde que quedaron huérfanos… desaparecida. De pronto, un recuerdo lo golpeó, devolviéndole el aliento, ahora cargado de terror.

—Jonathan, ¡los dos niños!

—No estaban con ellos, Leónidas. Estaban en casa con la niñera.

Un suspiro de alivio se le escapó. Se desplomó sobre el sillón, pasando las manos por su cabello.

—Dios mío… ¿Lo sabe mi padre?

—Aún no se lo he dicho. Pensé que querrías hacerlo tú.

Leónidas cerró los ojos, el rostro crispado. No podía creerlo. Se negaba a aceptarlo. No podía haber perdido a Graciela, tampoco podía dejar que sus sobrinos sufrieran el mismo infierno que él y ella habían vivido.

— ¿Cómo pudo pasar esto? ¡Mi hermana tan llena de vida…!

Seis meses después

Leónidas abrió los ojos. El recuerdo de lo sucedido aún punzaba en su alma, seis meses después, con la misma intensidad cruel de ese día nefasto. La oficina era la misma, pero su vida rutinaria, controlada, había cambiado drásticamente desde ese día.

Se enderezó en su silla, ajustándose la corbata. Ahora, el mar de cifras y proyecciones no era su mayor problema.

El verdadero desastre estaba dos pisos más abajo, en el ala privada, con los dos pequeños huérfanos que se negaban a aceptar a la enésima niñera.

—Seis meses han pasado, Leónidas, y hemos probado con todas las niñeras de élite de Nueva York.

La voz de Jonathan rompió sus dolorosos recuerdos. Leónidas se irguió frente a la ventana, la silueta de los rascacielos reflejada en su traje a medida.

—Y todas han renunciado o han sido despedidas, porque mis sobrinos… —Leónidas giró, su mirada, un relámpago oscuro—, no quieren a nadie más que a su madre, y Graciela ya no está.

Jonathan dejó una carpeta de expedientes sobre la mesa y comento con mucho tacto.

—Tal vez… solo tal vez, es hora de aceptar la imposición del viejo Celis. Tal vez hay que buscar una figura maternal estable, que sea permanente.

«»… »

Ariana Winter llegó con lentitud hasta la parada del autobús. Había perdido otro de su larga lista de empleos por su incapacidad de llegar a tiempo y cumplir el horario convenido; el turno en el restaurante ya no existía.

La debilidad venció a su alma por un breve instante. De hecho, pensó con tristeza, había veces en las que se sentía desfallecer. Pero algo dentro de ella le decía que no podía resignarse a ser siempre una camarera.  Su madre odiaba que trabajase tan duramente en esos empleos temporales, y ella también lo detestaba. No, no abandonaría sus sueños, de estudiar, en algún momento terminaría sus estudios.

Siendo realista ya le quedaba poco dinero para las necesidades vitales de Daniela, su querida madre, cuya invalidez la había confinado a una silla de ruedas durante diez largos años.

El recuerdo la golpeó. Una escena que no se borraba con el tiempo. Dios mío, era como si hubiese pasado toda una vida desde entonces.

Hace 10 años, sus padres, habían tenido un accidente mientras discutían y se dirigían al automóvil. Daniela, su madre, fue la primera en observar cómo otro automóvil sin control se les venía encima y empujó a Eduardo Winter hacia un lado, mientras ella recibía un golpe fuerte que la arrojó con fuerza al otro lado, provocándole problemas en las piernas.

El recuerdo le quemaba por dentro. Eduardo Winter había quedado ileso, y a los pocos meses propuso el divorcio y había traído a su amante y a sus hijos ilegítimos a casa. Luego le pidió el divorcio y las relegó a una humilde casa adaptada a las necesidades de su madre y esa fue su única concesión. Su madre, que lo había salvado, y ella, su propia hija de 14 años, habían quedado reducidas a vivir con una pensión miserable y una asistente, mientras su nueva familia derrochaba lujo y comodidades.

«¿Por qué la vida tenía que ser tan injusta? ¿Por qué las cosas malas le pasaban a las personas buenas?»

Ariana cerró los ojos y apretó los labios. El dolor de esa traición palidecía ahora ante el terror actual: el dinero que tenía no era suficiente.

La fractura de cadera de su madre, causada por una caída reciente en la casa, agravo su situación ya de por sí muy difícil, y requería una cirugía que a duras penas podría pagar sin la ayuda de su padre.

Sus pasos se hicieron más lentos. De repente, reparó en la fachada de mansión donde habían vivido cuando era niña.

Apretó la mandíbula.

«¡Tenía que intentarlo! ¡Convencerlo de que ayudara a su madre! Se pondría de rodillas si era necesario, pero por la vida de su madre… haría lo que fuera necesario»

Ariana alzó la mirada hacia el portón de hierro forjado que protegía el reino de Eduardo Winter. Justo entonces, una limusina negra y discreta se detuvo frente a la entrada principal, mientras se abría el portón para dejarlos pasar. A través de las sombras que se reflejaban en la ventana del automóvil reconoció la figura de Eduardo Winter. Él no la vio, pero Ariana captó la expresión de su rostro: impasible, soberbio, ajeno al mundo.

El momento de la verdad era ahora. La vida de su madre contra su propio orgullo.

Ariana dio el primer paso hacia antes de que el vehículo volviera a arrancar, y comenzó a tocar la ventana del vehículo con insistencia y desesperación.

—Papá, abre la ventana, por favor, necesito hablar contigo.

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