La luna de miel en Martha's Vineyard fue una extensión tranquila y doméstica de la boda. No hubo viajes exóticos, solo paseos lentos por la playa, siestas bajo el sol y tardes jugando con Sophie en la arena. Para Adriano y Charlotte, cada momento de calma era un lujo, un tesoro robado a la inminente tormenta que sabían se avecinaba.
La tormenta llegó una semana después de regresar a Nueva York, en la madrugada de un martes. Charlotte se despertó con una presión feroz en la parte baja del vientre, seguida de un dolor sordo y profundo que le hizo contener la respiración. No era como las contracciones de práctica de Braxton-Hicks. Esto era diferente. Más intenso. Más *real Encendió la luz de la mesilla y miró el reloj: las 3:17 a.m. La habitación estaba en silencio, solo roto por la respiración tranquila de Adriano, dormido a su lado. Tomó aire, intentando calibrar el dolor, cuando otro llegó, más fuerte, arqueándole la espalda y extrayéndole un jadeo ahogado.
—Adriano —susurró, tocando