Mundo ficciónIniciar sesiónCharlotte recorría nerviosa el salón de su casa en Brooklyn. Adriano Rinaldi estaba a punto de llegar para conocer a Sophie. Había limpiado, pulido y vestido a la niña con su mejor pijama. Todo estaba listo, pero su corazón no dejaba de martillear.
El timbre sonó. Al abrir la puerta, lo encontró allí, tan imponente como en la reunión, pero con un osito de peluche rosa en brazos y una expresión ligeramente más relajada.
—Buenas noches, señor Rinaldi.
—Por favor, Adriano —insistió él, cruzando el umbral.
Mientras colgaba su abrigo, él observó la casa con admiración genuina.
—Es un hogar precioso, Charlotte. — Elogios. No los esperaba.
—Gracias. — Se dirigió al cuarto de estar.
—Bueno, ella es Sophie. Tu hija.
Adriano se detuvo en seco al ver a la niña. El poderoso CEO desapareció, dejando en su lugar a un hombre conmocionado, con los ojos fijos en la pequeña que jugaba en su manta. No se movió.
Decidida a ayudarle, Charlotte tomó a Sophie en brazos
. —Mira quién ha venido, cariño.
Sophie giró su cabecita y clavó sus grandes ojos verdes en el recién llegado. Adriano pareció salir de su trance y se inclinó, con una sonrisa tan tierna que a Charlotte se le encogió el corazón.
—Hola, *mia figlia* —susurró.
Para sorpresa de Charlotte, Sophie le sonrió con timidez. Cuando él alargó un dedo, la niña lo agarró con su manita regordeta.
—Parece que nos entendemos —dijo él, emocionado—. ¿Cambiamos mi dedo por este osito?
Sophie soltó el dedo al instante y alcanzó el peluche con un gorjeo de alegría.
—Se lo lleva todo a la boca —explicó Charlotte—. Gracias por el regalo.
—Debería habérselo traído antes —respondió él, con un deje de tristeza.
La culpa punzó a Charlotte.
—¿Quieres cogerla?
—Sí —contestó, con un brillo en los ojos que era imposible de fingir.
Charlotte le acercó a la niña. Adriano la tomó con una naturalidad sorprendente. Sophie se acomodó en sus brazos como si perteneciera allí.
—Hola, *bella piccola* —ronroneó, meciéndola—. Me vas a tener comiendo de tu mano.
Charlotte observó, con el corazón en un puño, cómo este hombre arrogante se transformaba en un padre tierno y devoto. Se sentó en el sofá con Sophie en su regazo, hablándole en un suave italiano que sonaba a nana.
Durante media hora, Charlotte solo observó. No era el monstruo que había imaginado. Era un hombre descubriendo, con asombro y alegría, que era padre.
Cuando se fue, prometiendo coordinar los detalles del viaje, Charlotte se quedó junto a la ventana. Una chispa de esperanza se encendió en su interior. Quizá este "maravilloso error" no fuera una condena. Quizá, solo quizá, fuera el comienzo de algo inesperado.
Pero una voz en su interior, la voz de la experiencia, le advirtió que no bajara la guardia. Adriano Rinaldi podía ser encantador, pero seguía siendo el hombre que la había amenazado con la cárcel. Y Charlotte no estaba dispuesta a olvidarlo. aunque el fuera guapo y encantador ella Debía estar alerta por ella y por Sophie.







