La luna llena se filtraba por la ventana del dormitorio, bañando la estancia en una luz plateada y fantasmal. Charlotte dormía de costado, su vientre monumental elevando las sábanas como una suave colina bajo la cual dos vidas danzaban. El reposo forzado había terminado, pero Adriano se había quedado. Ya no en el sofá-cama, sino en un colchón en el suelo al lado de la cama, por si ella necesitaba algo durante la noche. Un quejido bajo, cargado de incomodidad, salió de los labios de Charlotte. No era un grito de dolor, sino el sonido de quien lleva semanas durmiendo a intervalos, incapaz de encontrar una posición cómoda para albergar a dos bebés activos.
Adriano se incorporó de inmediato, alerta.
—¿Charlotte? ¿Estás bien?
—Sí —susurró ella, con voz somnolienta—. Solo… no puedo dormir. Ellos están jugando al fútbol.
Él se levantó y se sentó en el borde de su cama. A la luz de la luna, su perfil era tan familiar y querido como el latido de su propio corazón.
—¿Quieres que te masajee la e