Céline Valtieri fue criada para liderar un imperio... Y traicionada por el hombre que más amó. Su esposo, Kilian, no pidió el divorcio. Fingió su muerte. Robó su apellido, su fortuna y su paz. Mientras el mundo la llamaba viuda, él disfrutaba de una nueva vida, una nueva identidad… y otra mujer. Pero nadie contaba con su renacer. Años después, Céline es una empresaria independiente, madre feroz y dueña de un nuevo imperio. Ya no necesita de nadie para sostenerse… ni para amar. Hasta que él regresa. Vivo. Arrepentido. Y con él, las mentiras, los secretos y una última oportunidad que no todos creen que merece. ¿Puede el amor renacer después de una traición imperdonable? ¿Puede el perdón abrirse paso cuando la herida aún arde? 🔥 Romance contemporáneo, identidad oculta, infidelidad, tragedia y el poder de una mujer que aprendió a vivir… sin él.
Leer másCéline Valtieri había planeado la noche como quien intenta cerrar una herida sin bisturí. No era una fecha especial, ni un gesto de rutina. Era un intento: de volver a tocarlo, de mirarse sin ruido, de entender si aún había algo que rescatar.
Habían pasado semanas durmiendo en camas separadas. Los niños estaban con su abuela Clarisse. El penthouse, por una noche, era solo para ellos.
Eligió el vestido granate que él solía elogiar. El de tirantes finos, con la espalda descubierta. Cocinó su plato favorito, encendió velas, puso la misma música de fondo que sonaba en la noche que se comprometieron. Abrió una botella de vino. Frente al espejo, repitió tres veces una frase sencilla que dolía solo con decirla en voz alta: “Te extraño, y todavía quiero que esto funcione.”
A las nueve y cuarto, Kilian Valtieri entró al penthouse. Llevaba el abrigo mal puesto, la corbata desajustada y el gesto de quien no esperaba —ni deseaba— que lo esperaran despierto.
—Hola —murmuró, sin mirarla. Fue directo a la habitación.
Ella respiró, tomó dos copas, y lo siguió.
Lo encontró sentado al borde de la cama, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. Sus hombros caídos, la espalda curvada. El traje arrugado. El silencio lo rodeaba como un abrigo más.
—¿Podemos hablar? —preguntó Céline.
No hubo respuesta.
Dejó las copas en la cómoda, se sentó a su lado. No muy cerca, pero lo suficiente para que sintiera que seguía allí.
—No quiero reproches. Solo… saber si aún estás aquí. Si todavía hay un “nosotros”.
Él no se movió.
—Yo también estoy cansada, Kilian. Pero aún te elijo.
Intentó tomar su mano. Él la apartó sin brusquedad, pero sin dudas. Se puso de pie con un movimiento torpe.
—No puedo —dijo.
En ese gesto, una de las copas cayó. El cristal estalló contra el suelo. El vino manchó la alfombra como una herida abierta. Un fragmento de vidrio rebotó en su palma. Sangró. Pero él no lo notó.
—Estás sangrando —dijo ella, dando un paso.
—Estoy bien —respondió. Su voz sonaba como si viniera de lejos.
—No, no lo estás. Y lo sabes.
Kilian se giró. La sangre comenzaba a gotearle por la muñeca.
—No puedo fingir. No puedo ser lo que esperan. Ni lo que tú mereces. Ni el hombre que prometí ser.
Céline tragó saliva. Sintió cómo se le acumulaban las lágrimas detrás de los ojos, pero no las dejó caer. Parpadeó con fuerza. No pensaba llorar delante de él. No esta vez.
—Yo no quiero un hombre perfecto. Quiero al mío. Aunque esté roto.
Él bajó la mirada.
—¿Y yo? ¿Tú crees que esto no me duele también?
Silencio.
—Entonces, ¿ya te fuiste? —preguntó ella, sin levantar la voz.
Él no respondió.
Kilian caminó hacia el baño. No cerró la puerta del todo.
Céline se arrodilló para recoger los cristales. Lo hizo despacio, como si pudiera restaurar algo si los juntaba bien. El vino se mezclaba con la sangre, y por un instante, todo parecía igual: lo que manchaba la alfombra, lo que manchaba su pecho.
La tela del vestido se deslizó de su hombro derecho. Fue entonces cuando lo vio reflejado en el espejo: el tatuaje. Pequeño, de líneas finas, un diseño que él había hecho en la universidad con un marcador. Una brújula dibujada a mano, mal proporcionada, imperfecta. La aguja apuntaba siempre a una sola palabra, escrita con su letra de entonces.
Flashback hace 9 años
La tarde en que Kilian le dibujó la brújula, Céline llevaba un suéter ajustado y el cabello recogido de forma desordenada. Estaban sentados en el jardín trasero de la Mansión Valtieri, con libros abiertos, hojas por el suelo y una playlist sonando desde el altavoz del teléfono.
Ya llevaban un año juntos.
Un año de escapadas al lago, desayunos robados entre clases, mensajes a medianoche y risas sin temor a lo que venía después.
—Quédate quieta —dijo él, apoyando su cabeza sobre su muslo mientras destapaba un marcador negro.
—¿Qué haces?
—Un recuerdo. Uno que no puedas borrar tan fácil como borras mis mensajes cuando estás molesta.
Ella rió.
—Nunca borro los tuyos.
—Perfecto. Entonces tampoco borres esto.
Y con una ternura torpe, le dibujó una brújula torcida en el hombro. En lugar de letras cardinales, escribió una frase: “Siempre tú, incluso si un día no sé cómo quedarme.”
Céline se quedó inmóvil, como si un conjuro la hubiera atrapado.
—Eso suena a promesa —dijo.
—No. Suena a realidad. Siempre encontrare el camino.
Céline se lo tatuó meses después, sin avisarle. Porque creyó que amar era confiar a ciegas en un mapa que solo ellos entendían.
Ahora, arrodillada sobre el desastre, con la frase aún marcada en su piel y el silencio llenándole la boca, se preguntó en qué momento exacto él dejó de intentar volver.
Desde el baño, Kilian apoyó la frente en el espejo empañado. Vio la mancha de vapor, el reflejo distorsionado de su rostro y la sangre en su palma.
A través de la puerta entreabierta, la vio. Agachada. Recogiendo pedazos de cristal. El hombro descubierto. La brújula en la piel. La promesa escrita con su mano, aún viva en su cuerpo.
Le fallé, pensó.
No solo a ella. Me fallé a mí mismo el día que dejé de saber cómo quedarme, incluso con alguien que aún me elegía.
Y lo peor de todo era que… tal vez ya no supiera cómo volver.
La luz matinal entraba como un suspiro tibio por las cortinas.Kilian abrió los ojos con la garganta seca. Había dormido mal. Tenía el cuerpo tenso, como si algo no se hubiera liberado. Se giró con suavidad y ahí la vio. Céline, de pie frente al espejo, con su bata entreabierta, aplicándose crema en los muslos con ese gesto lento, metódico… casi ritual.No lo hacía para provocarlo. Pero lo provocaba igual.El aroma a jazmín flotaba en el aire, mezclado con el leve sonido de la yema de sus dedos sobre la piel.Luego vino el sujetador, el encaje blanco ajustándose a su pecho. La tanga de seda. Las medias. Y cada movimiento era una invitación que no buscaba seducir… pero lo hacía con brutal eficacia.Sintió su erección contra la sábana. No podía evitarlo.La miró mientras ella se sentaba al borde de la cama para ajustarse una hebilla. Con el cabello húmedo y la piel brillante, parecía un espejismo de lo que alguna vez fue solo suyo.Y por un segundo, el pensamiento le cruzó la mente con
Céline se despertó antes del amanecer. La habitación estaba en penumbra, y el silencio solo lo rompía la respiración tranquila de Kilian a su lado. Sintió su mano sobre su cintura. No era una caricia ni un gesto pasional. Era una especie de confirmación muda, como si él necesitara asegurarse de que no había desaparecido durante la noche. Ella no se movió de inmediato. Cerró los ojos un momento más. Podía oler el rastro de su loción, mezclado con el perfume residual que aún no lograba perdonarle. Pero esa mañana, eligió respirar hondo y levantarse sin hacerlo notar. Caminó descalza hasta el baño. Se duchó sin prisa, como quien lava no solo el cuerpo, sino los días recientes. Se vistió de blanco, con el cabello suelto y el rostro limpio. Era el día en que sus hijos volvían a casa. Y aunque parte de ella seguía fracturada, esa parte se volvía firme cuando pensaba en ellos. --- El auto de Clarise llegó puntual. Elian bajó primero, arrastrando su mochila como un aventurero cansad
Céline salió del baño envuelta en su bata de seda, el cabello aún húmedo y recogido con una pinza. Su piel olía a jazmín y a dignidad recuperada. No llevaba maquillaje, pero sus ojos ya no estaban rotos: estaban decididos. Kilian estaba de pie junto a la puerta, sin atreverse a entrar. Cuando la vio, se enderezó, como si su cuerpo todavía supiera que ella era el centro de su eje. —Céline… —susurró, dando un paso hacia ella. Ella levantó una mano. No con brusquedad, sino con una calma que dolía más. —Ahora no. Pasó a su lado sin rozarlo. Fue hasta la cómoda, sacó un conjunto sencillo, blanco, de esos que usaba cuando quería verse inquebrantable, y empezó a vestirse en silencio. Cada botón era un escudo. Cada prenda, una afirmación. Kilian se quedó allí, sin saber si hablar o callar. Había algo distinto en su postura. Algo que no pedía explicaciones. Algo que, por primera vez, no parecía quererlo cerca. Cuando estuvo lista, se miró en el espejo. Se acomodó el cuello de la bl
Céline abrochó su abrigo frente al espejo del hotel. La tela blanca resaltaba su figura impecable, pero no lograba cubrir el cansancio emocional que le pesaba en la mirada. Antes de bajar al lobby, marcó a casa. —¿Agnes? —Señora Valtieri —respondió al instante, con ese tono sobrio de quien siempre sabía más de lo que decía. — ¿Puede avisar al chofer que esté listo al mediodía en el aeropuerto? —Ya está en camino, señora. Céline vaciló. —¿Y… Kilian? Hubo un segundo de silencio. Luego, Agnes habló con la calma precisa: —Está en casa. Llegó tarde anoche. Sigue dormido en el sofá. —¿Los niños? —En la mansión, con su madre. Todo está tranquilo. —Gracias, Agnes. No necesito saber a qué hora volvió. —Lo entiendo, señora —respondió, con un dejo de respeto que también era complicidad. Colgó. ✨ En el penthouse, el sol se filtraba tímido por las cortinas a medio cerrar. El salón aún olía a licor y a un perfume que no era el de Céline. Agnes entró en silencio con una bandeja. Al ve
Era viernes en la tarde, desde anoche la conversación con Celine lo dejo descolocado. Volvió a terapia porque no sabía a dónde más ir. La llamada con Céline le había dejado un eco extraño. No fue la voz firme. Ni siquiera la forma elegante en que colgó primero. Fue la pregunta. "¿Y tú… cómo estás?" No supo qué responder. Ni siquiera mintió del todo. Solo… esquivó. Ahora estaba otra vez en el sillón gris, con los codos sobre las rodillas, como si su cuerpo no hubiera salido nunca de ahí. —¿Te molestó que ella preguntara? —inquirió Alina, sin rodeos. Kilian no respondió de inmediato. —No —dijo al fin—. Solo que no sabía qué decir. Me preguntó cómo estoy, y no lo supe. Me sentí… descubierto. Roto. Alina asintió, como si ya lo hubiera previsto. —¿Sabes por qué? Porque llevas años intentando ser muchas cosas a la vez. Y cuando uno vive partido en cuatro, termina sin saber quién es en ninguna. Kilian la miró. —Soy padre. Esposo. El hombre que debía heredar un imperio. El que no q
Lucerna la recibió con una brisa templada y cielos despejados. Céline llegó la noche anterior, y a pesar del revuelo mediático en Belvaronne, no dejó que el escándalo empañara su propósito. Había viajado con una misión: cerrar la alianza entre el Grupo Valtieri y Dermatec, una de las firmas suizas más reconocidas en tecnología estética regenerativa. El acuerdo implicaba distribución exclusiva de sus nuevas microcápsulas dérmicas en toda Europa del Este, una apuesta arriesgada… pero prometedora. Céline estaba impecable. Traje blanco, cabello pulido, labios en tono neutro. Seguridad silenciosa en cada paso. Durante las negociaciones fue clara, firme, elegante. La junta terminó con un apretón de manos y una frase del CEO de Dermatec: —Ha sido un privilegio, señora Valtieri. Su visión es tan precisa como ambiciosa. Esa noche había una cena de gala en el Palacio Glaszentrum, organizada por la cámara suizo-europea de innovación estética. Céline había empacado un vestido blanco para la oc
Último capítulo