Capítulo 3 – La primera sesión

🕴️

Kilian caminó por el pasillo blanco con pasos lentos, casi midiendo cada baldosa como si pudiera cambiar de dirección en cualquier momento. El silencio del lugar era artificial. Clínico. Tan perfectamente construido que parecía más una puesta en escena que un espacio real.

🧠

Frente al ascensor, antes de entrar, había leído el letrero de letras doradas:

Instituto Renn de Bienestar Emocional

Lo leyó dos veces. La tipografía era perfecta, como todo lo demás.

Recepcionistas con voz suave, luces tenues, difusores de lavanda. Todo parecía cuidadosamente diseñado para no incomodar. Para convencerte de que nada estaba tan mal como creías.

Pero Kilian sabía que sí lo estaba.

Se había pasado la noche sin dormir. El beso en la frente. El hombro de Céline temblando bajo su mano. El tatuaje. La frase. Todo lo perseguía como una cuerda invisible.

Se frotó las palmas. Las sentía frías. Húmedas.

—¿Primera vez? —preguntó una mujer al otro lado del escritorio, sin mirarlo.

Asintió. No confió en su voz.

Le entregaron una hoja. Nombre, motivo de la consulta, síntomas. Kilian la llenó con letra pulcra. Cuando escribió su nombre completo, dudó solo un segundo. Luego lo escribió completo, claro, sin apodos. Había dejado de escapar de eso.

Alina Renn tenía treinta minutos de retraso.

La puerta de su consultorio se abrió finalmente con un clic suave. Y ahí estaba ella.

Cabello castaño claro, suelto en ondas suaves. Vestido color crema, sin una sola arruga. Nada en su expresión parecía artificial, pero todo lo era. Sus ojos eran tranquilos. Demasiado.

Kilian la observó con la mirada distraída del cansancio, pero no pudo evitar notar que era atractiva. No de forma provocadora, sino controlada. Cada gesto parecía calculado. Incluso su sonrisa era exacta: amable, sin revelar nada.

Era el tipo de mujer que uno notaba sin saber bien por qué.

Y justo por eso… a él le generaba desconfianza.

—Kilian Valtieri —dijo con una sonrisa contenida—. Gracias por esperar.

Le ofreció la mano. Él la estrechó con cuidado.

—¿Quieres sentarte aquí? —señaló un sofá ergonómico, de tela gris claro—. O puedes quedarte en ese sillón si te da más sensación de control. No hay respuesta correcta.

Kilian eligió el sofá. No por comodidad. Solo porque estaba más lejos de ella.

El sofá era suave, pero lo hacía sentir más pequeño. Hundido. Como si ya no tuviera fuerza ni para mantener la espalda recta.

—No sé por dónde empezar —dijo, al fin.

—Entonces no empieces todavía —respondió Alina, sentándose frente a él, cruzando las piernas—. Solo respira. Te estás esforzando mucho por parecer bien. Y eso… también dice algo.

Alina ladeó apenas la cabeza, como si ya supiera más de él que él mismo.

Esa mirada lo incomodó. No porque fuera invasiva, sino porque parecía hecha para calmar… y controlar.

Hablaron poco en esa primera sesión. O mejor dicho, él habló poco. Alina parecía experta en completar silencios, en lanzar frases que sonaban más como pensamientos propios que como preguntas.

—¿Te han hecho sentir que no eres suficiente, incluso cuando cumples con todo?

—¿A veces sientes que nadie nota que tú también necesitas ser cuidado?

Cada frase era una aguja envuelta en terciopelo. Y Kilian… sangraba sin notarlo.

—¿Céline te escucha… o solo espera que seas quien ella necesita?

Kilian no respondió. Sintió que esa pregunta se le quedaba pegada entre los dientes. No porque fuera falsa. Sino porque… por un segundo, pensó que sí. Que Céline esperaba tanto de él, que ya no sabía si lo veía o lo proyectaba.

Pero entonces, su mente —traicionera, precisa— le devolvió una imagen que no encajaba con esa versión.

🍂 FlashBack

Hace cinco años. Altura Valtieri. Noche de tormenta.

La junta había sido un desastre. Armando Valtieri lo humilló delante de cinco socios. Dijo que su visión era “más artística que funcional”, que no entendía el peso real del apellido. Kilian no respondió. Solo asintió. Como siempre.

Volvió a casa empapado. No comió. No subió. Se sentó en el suelo de la cocina, con la cabeza entre las rodillas, y ahí se quedó.

Céline lo encontró así, mucho después. No dijo nada. No encendió la luz. Se sentó junto a él en silencio, con una manta.

No le preguntó qué pasó. No le pidió explicaciones.

Solo le puso la mano en la nuca.

Él lloró. En silencio, como si romperse fuera un crimen.

Y ella, simplemente… estuvo.

—No tienes que ser perfecto para quedarte —susurró.

Fue la única vez que él se sintió realmente visto.

Y la primera vez que temió no estar a la altura de eso.

En su regazo, había un pequeño frasco sin etiqueta. Uno de los prototipos que ella mezclaba en silencio, sin pedir opinión a nadie. Él lo recordaría años después como el perfume sin nombre.

El que olía a soledad envuelta en seda.

Y aunque nunca lo vio en las vitrinas de Grupo Valtieri, su aroma se le quedó tatuado en la memoria.

Era el olor exacto del momento en que entendió, demasiado tarde, que Céline también estaba rota. Solo que lo disimulaba mejor.

—Kilian —dijo Alina, volviendo al presente—. Si en algún momento no sabes qué responder, eso también es una respuesta.

Él asintió. Pero no habló más.

—Por hoy, está bien. Este fue solo el inicio.

Se levantó lentamente. Ella no lo acompañó hasta la puerta, pero su voz lo siguió:

—A veces, para volver a ser uno mismo, primero hay que dejar de fingir que lo estás siendo.

Él no respondió. Cerró la puerta despacio, como si temiera que un golpe brusco hiciera caer algo… dentro de él.

El aire frío de Belvaronne le golpeó el rostro al salir del edificio.

Caminó sin rumbo, las manos en los bolsillos, el abrigo mal cerrado. No se sentía mejor. Pero había algo distinto. Una grieta interna que no sabía si pertenecía a la culpa… o al inicio de una verdad.

Cuando llegó a la esquina de su calle, el móvil vibró en su bolsillo.

Era de Céline.

Un mensaje. Una sola imagen.

Elian, sentado en la alfombra del estudio, con Yvania sobre sus piernas, rodeados de cartulinas, pegamento y crayones. Él sostenía una regla torcida. Ella mostraba una maqueta de papel a medio construir.

Abajo, un texto corto:

> Papá, necesito ayuda. Vuelve.

Kilian se quedó inmóvil bajo la llovizna. El agua le descendía por la nuca, helada, como una culpa que no sabía cómo sacudirse. El celular vibraba entre sus dedos como si fuera un corazón ajeno.

Y por primera vez en mucho tiempo, deseó volver. Pero no sabía si Elian pedía ayuda… o si lo estaba perdonando sin saberlo.

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