La luz matinal entraba como un suspiro tibio por las cortinas.
Kilian abrió los ojos con la garganta seca. Había dormido mal. Tenía el cuerpo tenso, como si algo no se hubiera liberado. Se giró con suavidad y ahí la vio. Céline, de pie frente al espejo, con su bata entreabierta, aplicándose crema en los muslos con ese gesto lento, metódico… casi ritual.
No lo hacía para provocarlo. Pero lo provocaba igual.
El aroma a jazmín flotaba en el aire, mezclado con el leve sonido de la yema de sus dedos sobre la piel.
Luego vino el sujetador, el encaje blanco ajustándose a su pecho. La tanga de seda. Las medias. Y cada movimiento era una invitación que no buscaba seducir… pero lo hacía con brutal eficacia.
Sintió su erección contra la sábana. No podía evitarlo.
La miró mientras ella se sentaba al borde de la cama para ajustarse una hebilla. Con el cabello húmedo y la piel brillante, parecía un espejismo de lo que alguna vez fue solo suyo.
Y por un segundo, el pensamiento le cruzó la mente con