Kilian se ofreció a llevar a los niños a la escuela. Hacía tiempo que no lo hacía. Elian e Yvania lo celebraron con entusiasmo desordenado: dos mochilas mal cerradas, promesas de portarse bien y dibujos que no cabían en las manos.
Céline, observando la escena desde la cocina, decidió bajar la guardia. Tal vez lo de anoche había sido solo una forma de reafirmarse. Tal vez él necesitaba sentirse otra vez él… para reencontrarse.
Cuando estuvieron listos, Kilian se acercó. Esta vez no fue un beso automático en la frente. La miró con ternura, le acarició la mejilla, y entonces sí: un beso con intención, con recuerdo. Céline lo sintió. Lo guardó. Aunque no supo bien qué significaba.
—Nos vemos luego —dijo él, con voz suave.
Ella asintió, sin palabras. Cerró la puerta después de ellos, sin apuro. El silencio la rodeó.
Caminó hacia el salón. Recogió una mantita olvidada en el sofá. Era la favorita de Elian, incluso ahora. La misma que habían usado desde el primer día. El tacto cálid