Capítulo 2 – La conocí en otoño

El vapor de la ducha empañaba el espejo, pero Kilian apenas se miró.

El nudo de la corbata le quedó torcido. No lo corrigió. Solo ajustó el reloj y salió del baño en silencio, secándose aún el cabello. Céline no estaba en la habitación. La escuchaba moverse por la cocina, igual que cada mañana en que ambos fingían que aún había algo cotidiano en esa rutina.

La casa olía a café fuerte y pan recién tostado. Agnès debía haber pasado temprano. Ella tenía ese don silencioso de hacer que todo pareciera en su sitio, incluso cuando todo estaba por desmoronarse.

Agnès Leclerc no era solo el ama de llaves de la familia. Había sido niñera de Céline en su infancia, y con los años se volvió una figura que cruzaba la línea entre empleada y madre sustituta. Alta, delgada, con cabello entrecano recogido siempre en un moño bajo, hablaba con pausas medidas y tono firme. Tenía una mirada que no juzgaba, pero tampoco perdonaba la mentira. Lo había visto todo… y, probablemente, lo sabía todo.

Céline estaba de espaldas cuando él entró. El cabello recogido con descuido. Blusa de seda color marfil. Su perfil marcado, elegante incluso en la fatiga. La línea de su cuello, la curva tensa de sus hombros, la mirada ausente. Aún hermosa. Aún inalcanzable.

Él dejó las llaves sobre la barra de mármol y carraspeó suavemente.

—¿Tu madre traerá a los niños o los traes tú?

—Ella. —Ni siquiera volteó a verlo—. Dijo que llegaría después del almuerzo. ¿Vas a estar?

Kilian dudó.

—No lo sé. Tengo una reunión con los de Bionetix. Y… otra cosa.

Ella asintió. Sin reproche. Sin emoción. Esa calma fingida que lo sofocaba más que cualquier reclamo.

Le temblaron un poco los dedos. Apretó los labios. Bastó un parpadeo para que el recuerdo de la noche anterior se mezclara con otro mucho más lejano:

la tinta de un marcador en su piel…

y una brújula que ya no sabía a dónde apuntaba.

“Siempre tú, incluso si un día no sé cómo quedarme.”

La frase que él mismo había escrito sobre su hombro, con su letra temblorosa, una tarde que parecía eterna. Céline se la tatuó meses después, sin avisarle.

Pero ese no era el primer recuerdo que le temblaba en el pecho aquella mañana.

🍂

Universidad de Belvaronne. Primer encuentro — hace 10 años

Salía de una clase de diseño avanzado, con una carpeta llena de planos mal organizados, cuando la vio. Sentada en las escaleras del edificio de economía, con una bufanda burdeos mal enrollada y una libreta pequeña donde garabateaba con furia.

Céline Valtieri.

Kilian la había visto antes en revistas sociales, columnas de negocios, y alguna que otra gala donde su madre hablaba maravillas de “la heredera Valtieri”. Pero en persona… era otra cosa. Más real. Más intensa. Más hermosa.

Cabello castaño oscuro, recogido en un moño desordenado. Labios serios, cejas marcadas. Tenía una expresión que decía: no me hables, a menos que tengas algo que valga la pena decir.

No se atrevió a acercarse. Solo la observó de lejos. Y siguió su camino.

Semanas después, sus padres los presentaron oficialmente en una gala benéfica del Grupo Valtieri. Él iba obligado, con el esmoquin ajustado y los modales ensayados.

Ella bajó las escaleras del salón con un vestido negro de espalda descubierta. Caminaba como si el suelo se acomodara bajo sus pasos. Fue Clarisse quien los unió con un gesto calculado:

—Céline, este es Kilian Drake. Su padre es socio de la división tecnológica.

Ella le dio la mano., con firmeza y le sonrio calidamente.

—Ya te había visto antes —dijo ella—. En eventos, fotos, rumores… pero ninguno tenía tu sonrisa.

Él sonrió, esta vez por ella.

—Y tú… tú te pareces demasiado a todo lo que no sabía que estaba buscando.

Ella rió. Bajito. Sincero.

Y en ese instante, lo supo. Estaba atrapado por ella.

Ahora, parado frente a ella, sintió que algo dentro de él pedía auxilio.

Pero no sabía cómo pedirlo.

—Céline, anoche yo…

Ella lo miró por fin. Sus ojos tenían ese brillo que no venía de la tristeza, sino de estar al borde de dejar de esperar.

—Creo que deberíamos hablar con alguien —lo interrumpió ella.

—¿Alguien como…?

—Un terapeuta. Juntos.

Kilian bajó la vista. Se acercó y apoyó una mano en su hombro, justo donde sabía que estaba la brújula. La promesa. El pasado.

—No —dijo, suave—. Yo iré solo.

Antes de que ella pudiera responder, le dio un beso rápido en la frente. Un gesto automático. Doloroso.

Se alejó hacia la puerta.

Ella no lo detuvo.

Él no volteó.

Y en el reflejo oscuro del ventanal, ambos vieron lo mismo:

Un hombre que no sabía cómo quedarse…

y una mujer que ya empezaba a prepararse para no esperarlo.

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