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El ascensor subía con una lentitud impersonal, como si supiera que Kilian no tenía prisa por llegar. Sostenía una caja de pizza en una mano y, en la otra, una bolsa con sopa caliente para Céline. El aroma era cálido, familiar, pero en su garganta sabía a nada. Se vio reflejado en las paredes metálicas. El traje arrugado. El rostro tenso. La mirada vacía de quien ha aprendido a fingir sin esfuerzo. Ajustó el cuello de la camisa, buscando un gesto que le devolviera algo de compostura. “Te estás esforzando mucho por parecer bien.” La frase de Alina volvió como un murmullo nítido, grabado justo debajo de la piel. Había sonado casi amable cuando lo dijo… y sin embargo, lo había dejado sin defensas. Se imaginó cruzando la puerta y siendo recibido con una sonrisa, un “hola” sin juicio, los niños saltando sobre sus piernas. Pero sabía que eso no pasaría. Y cuando el lector de huellas pitó, no estaba listo. ✦ La puerta del penthouse se abrió con un clic seco. La luz cálida del interior no alcanzó a calentarle los hombros. El olor a cartulina, pegamento y crayón lo golpeó primero. Le siguió el sonido: voces, recortes, pequeños pasos apresurados sobre el suelo de madera. La sala estaba hecha un caos de papeles, tijeras sin filo y colores por todas partes. Al fondo, una granja en miniatura comenzaba a tomar forma sobre una base de cartón. Yvania tenía una corona dorada de papel arrugada en la cabeza y las manos llenas de purpurina. Elian, concentrado, intentaba pegar una vaca de papel sobre un rectángulo que pretendía ser un pastizal. Tenía el ceño fruncido como su padre cuando algo no encajaba. —¡Te dije que el árbol iba junto al granero! —protestaba Yvania, con el tono indignado de una pequeña dictadora. —Y yo te dije que si lo ponías ahí, tapaba el pozo —replicó Elian—. Además, el silo se cae si no lo equilibras. —¡Pero el arcoíris iba encima del establo! —No hay arcoíris en la maqueta —murmuró Elian, sin mirarla. Desde la cocina, Céline los observaba. Tenía las mangas de la blusa arremangadas, el cabello sujeto con una pinza torcida, y sostenía una taza sin asa con ambas manos. Estaba desordenada. Viva. Cansada. Hermosa. Kilian no dio un paso. Solo los miró. Era su familia. Y, al mismo tiempo, era una escena donde él parecía llegar siempre unos minutos tarde. 🍂 Hace ocho años. La boda. Todo había salido perfecto. El salón, la música, la comida, los discursos. Céline, en particular. Su vestido era sobrio, de líneas limpias. Su cabello recogido dejaba ver la nuca con la misma naturalidad con la que hablaba frente a la prensa. Caminaba hacia él como si avanzara sobre tierra firme, como si supiera que ese paso no tenía margen de error. Kilian, en cambio, sentía los dedos entumecidos dentro del bolsillo. Lo llamaban afortunado. Que había hecho bien en “elegir una Valtieri”. Pero él no la eligió como quien hace un cálculo. La amaba. Desde el primer otoño, desde esa conversación en la biblioteca, desde la primera vez que ella dijo su nombre sin apellido. Y sin embargo, mientras ella se acercaba entre la multitud, él sintió algo más fuerte que la emoción. Temor. Temía no poder sostenerla. Temía no merecerla. Temía, en silencio, no estar a la altura. Cuando Céline le tomó la mano, sus dedos temblaban. Ella sonrió, sin romper el gesto, y le susurró: —Respira. Y él lo hizo. Pero la duda… se quedó. ✦ —¿Vas a quedarte ahí? —preguntó Céline desde la cocina, sin levantar la voz ni la vista. Kilian reaccionó. Cerró la puerta detrás de sí, cruzó el umbral y dejó la pizza y la sopa sobre la barra. —Perdón —dijo—. Me distraje. Yvania lo vio primero. Corrió hacia él con una mezcla de emoción y purpurina. —¡Trajiste pizza! —Y sopa para mamá —respondió él, levantando la bolsa—. Con extra pan. —¡Sabía que te acordarías! —celebró ella, como si eso fuera prueba suficiente de que todo podía arreglarse. Elian no habló, pero lo observó desde la maqueta. No había resentimiento en su mirada. Tampoco alegría. Solo evaluación. Como si aún no decidiera si lo perdonaba. Kilian se agachó junto a ellos. —¿Me dejan ayudar? Yvania lo pensó un segundo. Luego asintió, solemne. —Pero esta vez, haces lo que te digo. —Trato hecho. Ella le entregó una oveja de papel con una oreja arrancada y un árbol torcido. Él los pegó en la base de cartón, sin importar si era el lugar correcto. Por primera vez en mucho tiempo, sus manos no temblaban. Céline, desde la cocina, los miraba en silencio. No intervenía. No corregía. Solo observaba, con la taza entre las manos, como si se preguntara cuánto tiempo podía durar ese momento sin romperse. Mientras alisaba la base de cartón y alineaba una valla de papel torcida, Kilian pensó que tal vez —solo tal vez—, no se trataba de ser perfecto. Tal vez todo empezaba así: con una tijera sin filo, una promesa rota, y el deseo de quedarse, incluso si no sabía cómo hacerlo bien. 🩶 La cena fue sencilla, como tantas otras, y sin embargo distinta. Los cuatro se sentaron alrededor de la isla de mármol en la cocina. La luz era suave, la televisión apagada. Yvania hablaba sin parar entre mordiscos, describiendo la historia secreta de las vacas de la maqueta. Elian se concentraba en su porción como si resolviera un enigma. Kilian y Céline apenas se miraban. No era hostilidad, ni distancia. Era algo más delicado: el cuidado de no romper el momento. Céline tomó la cuchara con ambas manos, sopló apenas, y probó la sopa. Caliente. Suave. Sabrosa. Sonrió. Él la vio. Solo por el rabillo del ojo. Pero fue suficiente. Se estiró, despacio, y le tomó la mano libre. No con fuerza. No buscando algo más. Solo un gesto silencioso. Un “gracias” sin pronunciarlo. Céline no dijo nada. No se movió. Pero sus dedos, tibios, respondieron al contacto. Lo apretó una vez, leve, y luego soltó. No quería presionarlo. Tampoco mentirse. Kilian asintió. Sonrió por primera vez en todo el día. Y pensó: Tal vez no era tan difícil, después de todo. No hablaron más. Pero esa noche, entre cartones, sopa y silencio… volvieron a compartir algo que hacía mucho no saboreaban: la calma.