Capitulo 4: El perfume más suave

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Céline bajó el celular al ver que no hubo respuesta inmediata. A veces pasaban horas sin recibir una palabra. Ya no sabía si Kilian leía y callaba, o si simplemente no tenía nada que decir.

Respiró hondo. No esperaba milagros. Solo… presencia.

Se volvió hacia los niños. Elian estaba concentrado en medir con una regla torcida el largo de una base de cartón. Tenía el ceño fruncido con esa expresión seria que había heredado de su padre. Yvania, sentada en posición de loto sobre la alfombra, cortaba triángulos de cartulina rosa con unas tijeras escolares, cantando bajito una melodía inventada.

—¿Seguro que ese techo va a aguantar? —preguntó ella, mientras sostenía un lado de la maqueta.

—Si usamos doble base, sí —respondió Elian, sin levantar la vista.

Céline sonrió, más por el momento que por la certeza.

Fue entonces cuando el celular vibró.

> Llegaré pronto. Llevaré pizza… y para ti, sopa de cebolla.

La frase era simple. Práctica.

Pero en Céline despertó algo que no supo nombrar.

Una sonrisa insegura, suave, le cruzó el rostro. No era alegría. Tampoco alivio.

Era… algo parecido a una tregua.

Se sentó en el borde de la alfombra, cruzando las piernas, y se quedó observándolos.

Yvania hablaba con las piezas como si fueran muñecos:

—Este eres tú, Elian, y estás subiendo por la escalera secreta.

—No es secreta —gruñó él—. Es de emergencia.

—Pero suena más divertido si lo es —dijo ella, y le sacó la lengua.

Céline rió en silencio.

Tenía el cabello suelto esa tarde, recogido con una pinza mal ajustada. Vestía una blusa beige manchada con pegamento y jeans viejos. Se sintió fuera de lugar en su propia casa… y a la vez completamente en paz.

La maqueta estaba desordenada, desigual, llena de imperfecciones…

Y, sin embargo, estaba llena de ellos.

🍂

Hace once años. Universidad de Belvaronne. Taller de composición aromática.

—¿Y si en lugar de lavanda usamos flor de azahar? —preguntó Kilian, oliendo una tira de papel.

—Porque eso ya lo hacen todos —respondió Céline, arrancándole el secador de esencias—. Además, huele a hotel de cinco estrellas. No a algo que quieras ponerte en la piel.

Estaban sentados en una de las salas del campus, solos, rodeados de tubos, muestras y papel secante. Era para un concurso interno del área de innovación sensorial.

La profesora les había dicho:

Diseñen algo que huela a un recuerdo feliz.

Kilian había querido evocar su infancia en el campo, pero Céline lo convenció de ir por otra cosa. Algo más íntimo.

—¿Y si huele a esto? —preguntó ella, acercándole la muñeca, donde había puesto una gota de una mezcla improvisada: almendra, té blanco, un toque de lima.

Kilian la olió despacio. Cerró los ojos. Sonrió.

—Eso huele a ti —dijo.

—No. Huele a nosotros.

Ella tomó una tira de papel, escribió R-11 con marcador y la guardó en su cuaderno.

Fue el primer perfume que diseñaron juntos. No ganó. No se produjo.

Pero cada vez que ella encontraba ese frasco —pequeño, sin etiqueta— en el fondo de un cajón, sabía que algo de lo que habían sido seguía vivo en el aire.

Céline parpadeó. De pronto, Elian estaba frente a ella, ofreciéndole una figura doblada de papel.

—¿Puedes pegar esto aquí? Se me rompió.

Ella tomó el trozo y asintió.

—Claro que sí.

Levantó la pistola de silicón caliente, la apretó con cuidado, y sostuvo el cartón en su sitio.

Mientras lo hacía, pensó en cuántas cosas había sostenido sin saber si volverían a encajar del todo.

Y sin embargo… seguía ahí.

Como ese primer perfume.

Como el frasco sin nombre.

Como una promesa que aún podía cambiar de forma.

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