Mundo ficciónIniciar sesión—Por favor, opera a mi madre. Haré lo que quieras —fue la petición que dio inicio al infierno de Selene Ponce. Una cirugía a corazón abierto, un médico que no parecía conmoverse con su dolor y que, a falta de dinero que pagaran sus honorarios, le propone cancelar la deuda con su cuerpo. ¿Pero cuántas veces debía Selene acostarse con él para pagar esa costosa operación? Un contrato de tres años no parecía bastar para Alejandro Urdiales, quien estaba decidido a mantenerla siendo su amante para siempre.
Leer másSelene no dejaba de observar la última publicación de Alejandro Urdiales en redes sociales.
El hombre, arrodillado frente a una hermosa chica de pelo rubio y ojos celestes, le pedía matrimonio. La escena era digna de un cuento de hadas. Flores. Un cielo estrellado y las olas rompiendo de fondo. Incluso podía imaginarse el sonido que hacían al chocar con la orilla. Limpió una lágrima silenciosa que se deslizó por su mejilla, mientras notaba cómo la publicación aumentaba en likes y comentarios sobre felicitaciones. Sumergida en aquella tortura, recordó cómo había iniciado su relación con el hombre. —Por favor, opera a mi madre. Haré lo que quieras —había suplicado casi de rodillas. Él había pasado de ella, viéndola como si fuera insignificante, pero insistió tanto, lo persiguió hasta el cansancio, que terminó quitándole la virginidad en un baño de la clínica. Y allí, frente al lavabo, con la máscara de pestañas corrida, vio su reflejo en el espejo que le decía: —Estuvo bien, pero no lo suficientemente bien para costear una operación de miles de dólares. ¿Tienes algo más que ofrecer aparte de ese cuerpo tuyo? Inmediatamente, pensó en la casa alquilada donde vivían, en su hermanita con síndrome de Down, en su trabajo de medio tiempo y en sus estudios recién iniciados. Aparte de ochenta dólares en su bolsillo no tenía nada más que ofrecerle. Y él lo leyó en su expresión, porque con una sonrisa arrogante, dijo: —Lo suponía. —Por favor… —suplicó de nuevo, viéndolo darle la espalda para marcharse. La miró por encima del hombro antes de decir: —Tu cuerpo no es gran cosa para mí. Ni porque me lo des mil veces podrías pagarme. Pero seré generoso esta vez —se burló en un tono cínico—. Haremos un trato. Tres años siendo mi amante y quizás con eso podría bastarme. Pero si no es así, entonces me darás el dinero. —Está bien —no lo meditó demasiado antes de responder. No tenía tiempo para eso. La vida de su madre estaba en juego. De eso habían pasado ya poco más de dos años. Su relación con Alejandro había sido redactada en un documento que había firmado sin saber que después de estampar su firma se vería obligada a estar a su merced siempre que al hombre le apeteciera, cosa que, para su mala suerte, era muy frecuente, ya que incluso ese día, luego de pedirle matrimonio a aquella mujer, había solicitado su presencia en su departamento. Por un momento pensó que aquella reunión era para ponerle un fin a todo esto. Ahora que finalmente se casaría, lo más lógico era que ya no quisiera que siguiera siendo su amante. Era unos meses antes de lo estipulado, pero estaba bien con esa decisión. Sin embargo, cuando el hombre llegó, desajustándose la corbata y lanzándola al sofá como si nada, vio en sus ojos una intención que estaba bastante alejada de una conversación. No, Alejandro Urdiales no había venido precisamente a platicar. Se acercó a ella sin saludar, tomándola por la cintura, mientras buscaba sus labios. Cosa que no consiguió porque no pudo evitar girar el rostro en el momento exacto. —Y entonces te vas a casar… —sacó el tema. Se sintió como una mujer celosa y estúpida, pero necesitaba saber qué pretendía hacer él a continuación. —Sí —su respuesta fue seca y parca, mientras repetía el proceso de intentar besarla. Sintiendo una punzada en el corazón, se alejó con suavidad, tratando de no parecer demasiado afectada. —Supongo entonces que este es el fin —dijo con calma, manteniendo a raya todas las emociones que querían rebasarla. —¿El fin? —entrecerró los ojos, nada contento con sus palabras. —Sí. No creo que tenga sentido para ti tener una amante cuando tendrás a una mujer tan bonita esperándote en casa, ¿o sí? —¿Son estos celos, Selene? —la tomó bruscamente de la barbilla para que lo mirara a la cara—. Que yo sepa no te pago para que te pongas con este tipo de ridiculeces. —Nunca te he pedido dinero, Alejandro —alzó la voz, sintiéndose ofendida. —Pero a mí no me gusta que la mujer con la que me acuesto parezca una pordiosera y por eso te lo di. —Puedo devolverte hasta el último centavo —sabía bien que había sido mala idea aceptar sus regalos. —Bien, devuélvelo, pero tenemos un trato y no lo puedes romper. —¡Ya han pasado dos años! ¡Creo que he pagado suficiente y si no es así… conseguiré hasta el último centavo! ¡Te lo daré todo! —¿Conseguirlo dónde? ¿En esa cafetería de mala muerte en la que trabajas? ¿O es que piensas ofrecer tus servicios a otros hombres? —sus dedos se incrustaron en su barbilla con mayor fuerza. La estaba insultando. La estaba llamando puta en su propia cara, cuando el único hombre con el que se había acostado había sido él. —Lo único que debe importarte es que te pagaré —alejó su mano, mirándolo de forma desafiante. —Pues lo único que en verdad importa aquí es que tenemos un contrato, Selene. Tres años. Ni un día más ni uno menos —puntualizó con rabia—. Créeme cuando te digo que no quieres conocer lo duro que puedo ser con aquellos que no cumplen su palabra. Así que deja de actuar como la pobre esposa engañada y desvístete de una buena vez, que no vine aquí para hablar contigo. La joven empuñó las manos, sintiéndose impotente, mientras lo veía acercándose con aquel aire triunfante, ignorando sus inconformidades, para tomar de ella lo único que siempre le había interesado: su cuerpo. Porque en este tipo de relación el corazón no tenía importancia, mucho menos los sentimientos.Tardó varios segundos en procesar que el reconocido cirujano cardiólogo Alejandro Urdiales estaba de pie frente al humilde lugar donde trabajaba. «¿Qué hacía aquí para empezar?», se preguntó, pestañeando repetidamente, como si de esa forma pudiera borrar la imagen inexplicable del hombre. Sin embargo, Alejandro no estaba dispuesto a darle tiempo para asimilar su extraña presencia. Acortó la distancia que los separaba en menos de una fracción de segundo y la tomó del brazo, apartándola de Marcos con demasiada brusquedad. El sobre de dinero que su amigo intentaba darle cayó al suelo, haciendo que los billetes se desparramaran en la acera, y la expresión del médico se convirtió en una máscara de hielo al percatarse de esto último. De repente, como si no pudiera controlar sus propios impulsos ni actuar como el médico respetado y correcto que se suponía que era, movió la pierna con rapidez y pisó los billetes, ocasionando que algunas magulladuras se crearan en los mismos. —¡No! —gritó
—¡Suéltame! —intentó liberarse, pero le resultó imposible al verse atrapada en esas manos que parecían grilletes.Los labios del hombre buscaron su boca y ella lo esquivó rápidamente.—¡No! ¡No quiero que me beses!—Últimamente eres tan insoportable —gruñó, soltándola con rabia.—Si no me soportas como dices, deberías entonces no volver a llamarme.—¡Te llamaré las veces que me dé la gana! —repuso.—¿Y qué hay de tu prometida? ¿Acaso no te complace?—Isabella es muy buena cama —dijo con total descaro—. ¿Pero cuál es el chiste entonces de tener una amante?—No deberías tener una amante en primer lugar.—El punto es que la tengo —respondió cínicamente.—¿Y entonces no sientes amor por ella? —señaló la revista en la mesita de centro—. En esa foto parecen estar muy enamorados. Si amas a una mujer, no deberías ser deshonesto con ella.Al escucharla, el hombre sonrió con un aire triunfante.—Ya entiendo —se acercó de nuevo, tomando entre sus dedos un mechón rebelde de su cabello—. De nuevo
La manera en que Marcos la miraba le hizo sentir una opresión en el pecho. Sabía que su amigo la quería y era incluso comprensivo con su manera de cancelar la deuda por la operación de su madre. Pero esto… él tenía razón.¿Cómo se le pudo haber ocurrido quedar embarazada?—No fue algo que planeé —murmuró con voz débil, triste y consciente de que todo, desde el inicio, había sido un terrible error—. Solo ocurrió.—¿Solo ocurrió? ¿En serio? —bufó, apartándose varios pasos, mientras pateaba piedras imaginarias en el proceso.De pie frente a él, lo observó tener una pequeña crisis de frustración. Luego, con el rostro desencajado, se le acercó y la tomó por los hombros.—¿Y qué dijo ese infeliz? —sus dientes estaban apretados y sus ojos ardientes por el enojo.—No lo sabe aún —bajó la mirada al suelo, queriendo posiblemente que la tierra se abriera y se la tragara entera. Estaba cansada de lidiar con tantas cosas, y enfrentarse a la decepción de su amigo era verdaderamente doloroso.—¿Y qu
La palabra “gemelos” quedó flotando en el aire por varios segundos antes de que pudiera siquiera parpadear.—¿Gemelos? —balbuceó, intentando sentarse en la camilla para mirar mejor la pantalla.—Oye, tranquila. Si te mueves demasiado, no podrás observar —le indicó la doctora, mientras con un dedo señalaba las dos formas diminutas en el monitor—. Son dos bebés, mira.Y sí, lo estaba mirando a la perfección.—Pero… —no sabía qué decir. Había quedado en estado de shock.—Un embarazo gemelar es de lo más normal —continuó la doctora, completamente ajena a su malestar—. No debes asombrarte tanto por eso.—Yo no… —de pronto sintió los ojos húmedos y el corazón apretado—. ¿Y ahora? —gimió con dolor—. Cielos, ¿qué haré con dos bebés si no sé siquiera qué hacer con uno?Los labios de la doctora se convirtieron en una línea antes de comprender la situación. No era la primera vez que una mujer soltera debía enfrentarse a este tipo de retos.—Supongo que el papá no te apoya, ¿cierto? —tanteó.—No
—Ah, ¿sí? ¿Estás segura de que conseguirás una cama mejor que la mía? —le dio una fuerte nalgada. El impacto la hizo vibrar de una forma dolorosamente placentera, cosa que le hizo odiar el efecto que causaba, le hizo odiar el recuerdo de todas las noches compartidas, porque de esas noches no tenía ni siquiera un solo recuerdo malo. Todas habían sido exquisitas—. Suerte con eso —terminó de subirle la falda con sus dígitos, rozándole ásperamente, como si quisieran generar una huella que no pudiera ser borrada.Ella no tuvo oportunidad de hablar ni de contradecirlo únicamente para molestarlo. El hombre puso a un lado su ropa interior y abrió la cremallera de su pantalón, sacando el miembro erecto que se enterró de una sola estocada en su interior.Su abdomen golpeó repetidamente contra la mesa a medida que aumentaban las embestidas, y entonces recordó al bebé que se estaba gestando en su vientre. ¿Le haría daño tanto movimiento? No pudo evitar preocuparse.—Más suave —pidió en un tono en
—Sabes perfectamente que eso nunca va a pasar —contestó con calma, como si no acabara de decirle que su intención era mantenerla en una posición denigrante para siempre.—¿Nunca? —repitió lentamente, sintiendo completamente desagradable aquella palabra en su lengua—. Debes estar bromeando, Alejandro.—Yo no bromeo, Selene.Y sí, tenía razón, él nunca bromeaba.Era el tipo más amargado que hubiera conocido jamás.—Según nuestro acuerdo, me quedan menos de cinco meses siendo tu amante; luego de eso, me dejarás en paz —su intención no era aceptar nuevamente dicha posición. Pero hacía tan solo dos días que sus prioridades habían cambiado.Ahora estaba embarazada y necesitaba culminar sus estudios universitarios para poder brindarle un buen futuro al pequeño por nacer. Además, pretendía impedir que, en esos poco más de cuatro meses restantes, Alejandro se enterara de que estaba esperando a su hijo. No sabía exactamente cómo lo haría, pero ese era el objetivo: desaparecer sin que supiera de





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