Capítulo 005

“Nada ha terminado”, fue la respuesta de Alejandro.

Selene tomó su teléfono con rabia y lo lanzó a la fuente de la plaza, observando con frialdad cómo se hundía en el agua hasta desaparecer.

Quizás Alejandro pensara que las cosas no habían acabado, pero ella sí que había terminado de jugar a ser su amante.

Le estaba agradecida por haber salvado la vida de su madre, pero ya no estaba dispuesta a permitir que la siguiera humillando.

Sin importar las consecuencias de esta decisión, no daría marcha atrás.

Pero la verdad era que Alejandro no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

Los primeros tres días se presentó en su trabajo y en la universidad. En ninguno de esos dos sitios lo atendió.

Y lo conocía, lo conocía bien como para saber que estaba a punto de explotar.

En cualquier momento haría algo que la obligaría a volver a su lado, pero esta vez no iba a ceder.

Y así continuaron pasando los días, hasta que una noche, saliendo de uno de sus turnos en el café, un mareo la hizo desestabilizarse y tuvo que sujetarse de una pared para no caer.

Inmediatamente le echó la culpa a lo agitados que habían estado sus últimos días. Aunque no pudo ignorar del todo la alarma que se encendió en su cerebro, la misma que le decía que no era normal tener un mes de retraso y que debía revisarse.

Pero no.

Ella siempre se cuidaba.

Tenía una inyección trimestral que todavía no se había vencido, así que…

De repente, sus ojos se abrieron muy grandes cuando recordó que había olvidado por completo ir con su ginecóloga para renovarla el mes pasado.

La idea de un embarazo le provocó una oleada de nervios que no supo cómo contener.

De camino a casa compró cinco pruebas de embarazo y las metió en su bolso.

Al llegar, su madre la saludó como de costumbre y su pequeña hermana Clarie le dio un abrazo.

Se aferró a esos brazos inocentes con fuerza, mientras intentaba mantener a raya las lágrimas.

—Hija, está lista la comida —le informó su madre. Pero no tenía apetito, necesitaba salir de dudas antes.

—Un momento, mamá —dijo, haciendo un esfuerzo enorme por mantener la calma—. Debo ir al baño.

Rápidamente, se encerró en el baño de la casa —el único que había—, dejando su bolso en el suelo, mientras sacaba la primera prueba de embarazo y cumplía al pie de la letra con las instrucciones.

Dos rayas rojas se dibujaron en la pantalla y su mundo pareció derrumbarse con tan solo eso.

«No, debe ser un error», pensó, sacando la siguiente prueba y repitiendo el proceso.

Y así lo hizo cuatro veces más, únicamente para descubrir que todas las pruebas indicaban la misma respuesta: “positivo”.

—Selene —llamó su madre—, hay un hombre buscándote.

Su corazón se detuvo por un instante, porque sabía perfectamente quién era la persona de la que su madre hablaba.

—Mamá, yo no… dile que no… —balbuceó, sin poder conectar las ideas de una manera cuerda.

—Dígale a su hija que, si no sale ahora mismo, lo lamentará —escuchó la fría voz de Alejandro de fondo.

Su rostro palideció frente al espejo porque conocía bien ese tono. Debía salir. Tenía que hacerlo. Porque, de lo contrario, seguramente le diría a su madre cosas que prefería que no conociera.

—Un momento, mamá. Dile que ya salgo —soltó apresuradamente, recogiendo las pruebas de embarazo y guardándolas en su bolso.

—Selene —su madre susurró contra la puerta en un tono preocupado—, ese hombre no parece tener buenas intenciones. ¿Te metiste en algún problema, hija mía?

Su corazón se apretó al escucharla. Porque sí, se había metido en un problema dos años atrás, cuando estuvo dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de salvarla. Pero su madre no necesitaba saberlo, porque, al enterarse, no se lo perdonaría a sí misma jamás.

—No, mamá. Nada de eso —abrió la puerta con una falsa sonrisa en los labios—. Es una persona que conocí en el trabajo. Quiere hacerme una propuesta laboral que no me es del todo convincente. Pero ya le diré que no estoy interesada y se resolverá todo. Tranquila, ¿sí?

—Está bien, cariño.

Apretando su bolso contra su pecho —porque no podía dejarlo en manos de nadie más—, se dirigió a la entrada de la casa para hablar con aquel desagradable sujeto.

—¿Qué demonios haces viniendo aquí? —siseó, empujándolo para que saliera de la casa, ya que su madre lo había dejado entrar.

—¿Dónde está tu maldito teléfono? —intentó jalar su bolso, posiblemente para buscar el aparato en cuestión. Presa del pánico, forcejeó con mayor fuerza, pero Alejandro no le dio importancia a su reacción y continuó diciendo—: Te he estado llamando hasta el cansancio estos últimos días. ¿Crees que es gracioso lo que estás haciendo? ¡Estás colmando mi paciencia, Selene! ¡Y te aseguro que lo último que quieres hacer es eso!

—¡Estoy cansada de tus amenazas, Alejandro! —le pinchó el pecho con un dedo acusador—. Puedes hacer lo que quieras. Pero ya te lo dejé bastante claro el otro día, no volveré contigo. Es el final.

—¿Es tu última palabra? —su mirada se oscureció hasta un punto en el que le provocó una oleada de miedo.

—Sí, es mi última palabra —alzó el mentón desafiante. No le demostraría que le asustaba ni mucho menos.

—Muy bien —dio un paso atrás, sonriendo de una manera que no parecía presagiar nada bueno.

Para la joven fue demasiado fácil deducir que la cosa no terminaba ahí. Sin embargo, el hombre se subió a su auto y, dando un sonoro portazo, se marchó.

Cuando se giró para regresar a casa, notó que su madre y su hermana estaban asomadas en la ventana.

Suspiró.

Alejandro Urdiales lo único que hacía siempre era meterla en problemas.

Y ahora… su mano quiso moverse hacia su vientre, pero lo controló a tiempo para no levantar sospechas de parte de su madre.

Lo único cierto era que ahora estaba esperando un hijo suyo, y no sabía si esa era una noticia para alegrarse o si, por el contrario, debía considerar seriamente la posibilidad de no tenerlo.

[...]

—Señorita Ponce, lamento informarle que su beca ha sido cancela —la voz del rector le hizo abrir muy grandes los ojos, sin poder creerse lo que le estaba diciendo. Había luchado tanto por conseguir esa beca, y ahora se la quitaban así, sin mayores explicaciones—. La única manera de que pueda seguir estudiando en nuestra universidad es que pague su matrícula como el resto. Lo siento.

—Señor… debe haber un error —balbuceó, convenciéndose de que esto no era real—. Me he mantenido al día con mi promedio. Estoy entre los tres mejores. ¿A qué se debe esta decisión?

—Son órdenes internas —contestó.

—¿Internas? ¿No se supone que usted es la máxima autoridad en esta casa de estudio? —alzó la voz; no quería parecer altanera, pero no sabía cómo comportarse ante esta injusticia.

—Señorita Ponce, entienda que hay cosas que ni siquiera yo puedo controlar —le explicó el hombre en un tono resignado—. Alguien quiso que esto fuera así. Y no hay nada que yo pueda hacer para cambiarlo.

Selene no necesitó que le dijeran quién era la persona que estaba detrás. Lo sabía a la perfección: Alejandro Urdiales estaba decidido a destruir su vida con tal de obligarla a volver a ser su amante.

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