Cristine Ferrera se casó joven y llena ilusión, creyendo que un día Eliot Magnani, millonario, filántropo y soltero codiciado, la amaría con la misma devoción. Tarde se dio cuenta que en ese frío corazón solo encontraría desinterés y abandono, robándose su juventud, sus ilusiones y su alegría. Con el corazón roto al saber que su esposo tuvo un hijo con su primer amor, Cristine luchará por su libertad, sabiendo que él nunca la amará de la misma manera, y dispuesta a llevarse a sus trillizos para jamás volver. Lo que Cristine no sabe es que su ausencia repercutirá profundamente en Eliot, hasta generarle un vacío con el cual no podrá lidiar. ¿Eliot admitirá que no puede vivir sin ella? ¿Cristine lo perdonara una vez que sepa toda la verdad? ¿Ambos podrán dejar a un lado su orgullo y dejar que el amor y la pasión los dominen?
Leer másCRISTINE FERRERA
Sentada frente al fuego de la chimenea levanté mi copa media llena, ya no sabía cuántas llevaba mientras que el festín que había preparado se enfriaba en la mesa. Intenté sonreír con los ojos llenos de lágrimas y un maldito nudo en la garganta que me asfixiaba y que solo con el alcohol lograba pasar ese trago amargo de mi aniversario.
Ni siquiera sabía por qué había preparado la cena si, como el año pasado, comería sola. Me casé joven y llena de ilusión, con un hombre atractivo que me llevaba unos cuantos años de más, pero que… creí que… ya sabes, me amaría cuando me conociera.
Era una buena chica, detallista, dulce… me esforzaba por hacer hasta el mínimo esfuerzo para ganarme su corazón, ¡Dios sabe cuánto luché por… solo una sonrisa!, pero nada de lo que hacía era suficientemente bueno.
Siempre en esta fecha recordaba lo primero que le dije a mi esposo cuando entramos a esta casa, que sería nuestro hogar. Aún llevaba mi vestido de novia y él no dudó en dirigirse a su estudio para ignorarme. «Con el tiempo verás que puedes enamorarte de mí», había dicho con la inocencia de una mujer joven que se casa enamorada del hombre incorrecto.
Sonreí sintiéndome estúpida de quien alguna vez fui, desperdiciando mi tiempo. Eliot era un hombre que no solo te congelaba con su presencia y atractivo, sino que su actitud te podía cortar y partir en dos el corazón.
Levanté mi teléfono sin apartar la vista de la chimenea, escogí su número y escuché el tono de llamada mientras me acababa el resto del vino en mi copa. Nadie contestó y no me sorprendía. Eliot jamás lo hacía, menos en nuestro aniversario, aun así, insistí un par de veces, dándole la oportunidad de comportarse como un caballero por lo menos ahora que el final de mi paciencia estaba cerca.
—¡Carajo! —exclamé furiosa—. Te está hablando tu esposa… ¡contesta!
Le reclamé al teléfono como si pudiera mandar el mensaje por mí. Arrojé mi copa a la chimenea, haciéndola añicos antes de volver a intentar, pero esta vez llamé directamente a su ayudante, el único que parecía tolerarlo lo suficiente.
—¿Señora Magnani? —preguntó de inmediato, fingiendo estar sorprendido.
—¡Quiero hablar con mi esposo! —demandé furiosa.
—¿Su esposo? Él… no se encuentra… él… se fue, no está…
—Nunca está… —susurré herida—. ¡Dile que no le robaré mucho de su valioso tiempo! ¡Dile que solo necesito que por primera vez en su puta vida se digne a pisar la casa para firmar el divorcio! ¡Sé que es mucho pedirle, de seguro ni siquiera ha de recordar que este lugar existe, con gusto le mando la dirección! ¡Solo una noche, una única noche para terminar con esto y que se vaya al demonio nuestro matrimonio!
»No le tomará más de cinco minutos firmar y por fin deshacerse de mí y yo de él. —Apretaba con tanta fuerza el teléfono en mi oído que los nudillos se me pusieron blancos y la mano me temblaba. Deseaba arrojar el aparato contra la pared o dejar que se quemara en la chimenea.
—Dile que estoy ocupado y no pienso regresar esta noche —escuché en el fondo de la llamada, como una voz espectral que solo servía para romperme el corazón.
—Maldito mentiroso… —agregué conteniendo mi ira—. Está ahí, burlándose de mí, como siempre. Dile que se vaya a la m****a y que regrese cuando quiera, pero que ese acuerdo de divorcio lo va a estar esperando, no importa cuanto decida tardar.
Colgué el teléfono llena de rabia y frustración. ¿Cuánto tiempo más podía soportar su frialdad? Eliot no era un mujeriego, mucho menos me era infiel, no necesitaba serlo, pero de algo estaba segura jamás renunciaría a esa mujer, su primer amor, la que estuvo antes que yo, quien se quedó con su corazón arrebatándole toda su calidez y dejándome solo un cascarón frío y antipático que no le importaba nada de lo que me pasara.
Aunque ella había hecho su vida lejos de nosotros, su sombra seguía pegada a él y jamás se iría. ¿Qué culpa tenía yo? ¿Era necesario que frustrara mis intenciones de un matrimonio feliz y me arrancara mi alegría propia? ¡Solo quería libertad! Si Eliot no me iba a amar, entonces… que no me destruyera con su indiferencia, porque después de tanto tiempo, se volvía un dolor insoportable.
Cargada de frustración, tiré la cena de la mesa, rompiendo cada plato y copa. ¿A quien engañaba? Año con año siempre esperaba que una noche Eliot llegara como el esposo que siempre esperé, con un pequeño regalo, una botella de vino y pidiendo disculpas por llegar tarde el día de nuestro aniversario mientras me llenaba de besos y me decía que todo olía delicioso, pero eso jamás pasaría, y me sentía patética al seguir esperando que ocurriera.
El ruido hizo que mis pequeños comenzaran a llorar con miedo. Subí corriendo las escaleras hasta llegar a la enorme cuna mandada a hacer especial para ellos, con el espacio suficiente para tres pequeños angelitos, trillizos, producto de mi necesidad por complacer a Eliot y ganarme un poco de su admiración y amor. Ellos eran lo único bueno que me había dejado ese matrimonio de m****a.
—Ya… ya… Perdón, mamá se siente triste, lo siento mis pequeños. —Me calmé antes siquiera de tocar la cuna. No quería contaminarlos con mi dolor, ellos no se lo merecían.
Cuando noté que mi corazón latía más despacio y mis manos habían dejado de temblar, los mecí con dulzura mientras acariciaba sus caritas y dejaba que sus manitas me agarraran de los dedos. Ellos también eran víctimas de la ausencia de su padre y al mismo tiempo el único motivo para que se presentara en la casa de manera casual, tal vez movido por la curiosidad de saber si cuidaba bien de ellos.
—No importa si papá no está, mamá los amará el doble, los cuidará el doble y siempre va a luchar para que sean niños muy felices. Con él, sin él y a pesar de él, estaremos bien.
CRISTINE FERRERA—¡Hola grandulón! —exclamó Donna con una gran sonrisa.—¡Tía Donna! —gritaron al unísono los trillizos con emoción, mientras mi pequeña Aurora se asomaba por encima del respaldo del sofá, asomando sus ojitos curiosos.—¡Aurora! —El pequeño Ciro empezó a brincar con más fuerza, casi sacudiendo a Piero—. ¡Mira, papá! ¡Es Aurora!Aurora salió corriendo de detrás del sillón y justo cuando llegó hasta Ciro se detuvo y agachó la mirada con tristeza y haciendo puchero. Señaló sus rodillas de manera dramática y dijo con voz triste.—Me caí. —No pude evitar sentir ternura en cuanto puso ojitos de cachorrita y su labio inferior eclipsó al superior, pero donde terminé de derretirme fue cuando Ciro se hincó para ver sus rodillas con tristeza y comenzó a acariciarlas.—Pobrecita… ¿te duele mucho? —preguntó en verdad preocupado, tanto que podía ver como sus ojos se llenaban de ese brillo que auguraba lágrimas mientras mi pequeña Aurora asentía con tristeza, después de salir corriend
CRISTINE FERRERASentada frente al fuego de la chimenea levanté mi copa media llena mientras que el festín que había preparado esperaba en la mesa. Hoy era nuestro primer aniversario de bodas y era irónico notar que Eliot iba retrasado. Una punzada de melancolía me hizo recordar aquella triste noche donde le pedí el divorcio, si me esforzaba aún podía recordar la frialdad de su mirada y de sus palabras, y cuánto me dolieron.Entonces la puerta de la casa se abrió y lo vi entrar. La frialdad aún vivía en su piel, en su gesto cuando pensaba que nadie lo veía. Se quitó el abrigo y peinó su cabello antes de voltear hacia mí. Me levanté del sofá y le ofrecí una sonrisa que de inmediato correspondió y su mirada se iluminó. —Buenas noches, señor Magnani —saludé acercándome a él con ese vestido rojo que tanto le gustaba. Le ofrecí mi copa, pero en vez de beber de ella, la dejó sobre el pequeño mueble junto a la puerta y prefirió beber directo de mis labios. Sus brazos se enrollaron en mi ci
DONNA CRUZJimena y yo habíamos terminado pariendo casi en el mismo mes, fue curioso, pero beneficioso, pues Ciro encontró en Alex Bennet a un gran amigo con quien crecer, y como si la vida no fuera suficientemente irónica, ahora las dos estábamos embarazadas y de niñas. Cada reunión de las familias Magnani, Bennet y Bernardi parecía una fiesta infantil. Niños por todos lados. Por suerte vivíamos en casas con amplios jardines. —Mira nada más, otro zorrito en camino —dijo Luca acercándose para frotar mi vientre. Ese hombre era otro asunto gracioso, pues después de sus mellizos, ¿adivinen quien volvió a tener mellizos? Sí, Luca y Berenice. En un parpadeó pasaron de solo tener dos niños a cuatro. Gracias a Dios Piero y yo no veníamos de familias que tuvieran por costumbre tener más de un hijo por parto.—¿Cuándo planeas tener más bebés? —pregunté divertida, pues por sus ojeras no parecía con ganas de más. —¿Estás loca? Ya programé la vasectomía. Desde ahora pura bala de salva —Me guiñó
DONNA CRUZHablando de empresas, bueno, el imperio que había comenzado a forjar Eliot Magnani no tardó en comenzar a competir con los peces gordos de la ciudad. La tripleta Magnani: Eliot, Derek y Luca, se volvió un equipo imposible de vencer y juntos empezaron a cosechar ganancias millonarias, regresándoles la gloria que habían perdido. De igual forma Cristine ahora tenía un imperio de modas que participaba en cualquier pasarela del mundo: Milán, París… y otros destinos dedicados a imponer moda aclamaban su buen gusto y lo novedoso de sus diseños. ¡Y no podemos dejar a un lado el negocio de la señora Berenice Magnani! Para sorpresa de muchos, esa chica con apariencia de muñequita de porcelana era dueña de varios talleres automotrices reconocidos por la perfección de su trabajo. Lo curioso de todo esto era que… sus mejores mecánicos eran mujeres muy bellas, que incluso habían sido modelos profesionales en alguna ocasión. Así que sí, eran el gancho perfecto para los hombres sin cereb
DONNA CRUZEn el caso de Carla, aunque es triste y al mismo tiempo satisfactorio decirlo, no causó nada en nadie su desaparición. Ni siquiera sus amistades en los hospitales en los que había trabajado, tampoco sus vecinos donde vivió con Jerry como una mujer casada y dulce. Algunas personas tal vez se desconcertaron al no verla volver, pero… eso fue todo. Una existencia miserable que se extinguió de la misma manera.—¿Sabían que para que un cuerpo no flote cuando lo arrojas al agua tienes que perforar el tórax y extraer los pulmones? —preguntó Luca sorprendido mientras salía del baño con una cara de que había aprendido algo que no quería olvidar, como si existiera la posibilidad de que pudiera ocuparlo después. —¡Luca! —exclamó Berenice frunciendo el ceño—. ¿Cómo puedes hablar de eso con tanta fascinación? ¿Quién te dijo eso? Luca, con actitud de niño regañado, agachó la mirada y volteó de regreso hacia el baño, de donde salió Piero limpiándose las manos.—Él… —susurró Luca apenado.
DONNA CRUZToda esa pasión acabó en un momento lindo, abrazados en esa cama, jadeando cansados, viéndonos fijamente y besándonos con dulzura, sabiendo que era el principio de algo eterno.—Sempiterno… —susurré haciendo memoria mientras Piero fruncía el ceño, sin liberarme de sus brazos—. Algo que tiene un comienzo, pero no tiene un fin, así como mi amor por ti. —Ahora siento que decirte que mi amor es tan grande como ir a la luna y de regreso se queda corto… tendré que encontrar algo mejor con lo cual ganarte —susurró contra mis labios antes de darme un beso que pronto se convirtió en un ataque de pequeños besos incesantes que me hicieron reír.En mi intento por escapar de las cosquillas, de pronto la televisión del cuarto se encendió, tomándonos por sorpresa. Me había retorcido de tal forma que había presionado el control con alguna parte de mi cuerpo. Cuando Piero planeaba apagarla, lo detuve y me senté, envolviéndome en las sábanas. Las imágenes eran de la casa de Zafrina, se hab
Último capítulo