Mundo ficciónIniciar sesiónCuando llegaron al edificio de Alejandro, el hombre la cargó como si fuera un costal de papa. Los libros quedaron olvidados en el asiento trasero del auto, mientras intentaba hacer que la liberara.
El resultado: no lo logró. Subieron el ascensor privado que los llevaba directamente a su piso y entonces, al bajarla, su mundo se tambaleó por un par de segundos, antes de que aquel hombre se le viniera encima como un energúmeno. —¿Te parece chistoso lo que estás haciendo, Selene? —la tomó del cuello, estampándola en la pared más cercana. —¿Chistoso? ¿De qué demonios estás hablando? —no entendía nada. —De tu maldito berrinche —escupió con rabia—. ¿Desde cuándo acá tienes derecho a sentir celos? Eres mi amante, Selene. Se supone que debes estar disponible para mí, siempre que así lo requiera. Pero, ¿en su lugar qué estás haciendo? ¿Huyendo? ¿Buscando nuevos clientes? La última pregunta le hizo hervir la sangre. Tenía clara la opinión que él tenía sobre ella. Después de todo, su comportamiento desesperado en la clínica aquel día le había ayudado a formársela. Pero de eso había pasado tanto tiempo… Se suponía que, luego de más de dos años de relación, ya debería conocerla aunque sea un poco. «¿Pero conocerla? ¿Verdaderamente conocerla?», le rebatió su mente, dándose cuenta de que no. A ese hombre ni siquiera le importaba saber cuál era su segundo nombre. —¿Y si estoy buscando nuevos clientes, a ti qué? —explotó—. ¿¡Qué diablos te importa!? ¡Es mi vida! ¡Es mi asunto! —¿Con que eso es lo que haces? —su voz ahora era peligrosamente baja, mientras sus ojos grises se tornaban opacos y turbulentos, como si una espesa columna de humo acabara de alzarse. Sí, sin duda, Alejandro Urdiales estaba en medio de un incendio. —Ajá. Lo hago —le dijo solo para molestarlo y mostrarle que tampoco tenía derecho a hacer ese tipo de reclamos. La mano en su cuello se apretó a un punto doloroso que le hizo abrir la boca en un intento desesperado por conseguir aire. Sin embargo, lo que encontró, lejos de oxígeno, fueron unos labios castigadores, que parecían dispuestos a devorarla. En otras circunstancias, quizás hubiera disfrutado del beso. Pero en ese momento, donde la mano en su cuello no aflojaba su agarre, lo único que podía sentir era que todo era una especie de tortura en su contra. Comenzó a empujarlo y, al ver que no lograba quitárselo de encima, entonces lo mordió. Lo mordió fuerte. Alejandro se alejó, limpiándose la sangre que le había sacado con el dorso de la mano, mientras ella, con la vista borrosa, lo veía apenas. Intentó alejarse. Pero él se le abalanzó encima y, de no ser por el sonido característico del ascensor, que anunciaba que estaba a punto de abrir sus puertas, la cosa no hubiera terminado nada bien. ¿Sin embargo, la persona en el ascensor la había salvado verdaderamente o, por el contrario, había venido a hacer de todo esto algo mucho peor? Lo único que supo fue que Alejandro reaccionó rápido. Un segundo estaba allí forcejeando y, al siguiente, se encontraba en el interior del compartimiento inferior del mueble del minibar. El sitio era diminuto y el aire era simplemente escaso, pero Alejandro se paró frente a la puerta, obstaculizando la salida. Estaba a punto de entrar en pánico cuando entendió el motivo detrás de todo esto. —¿Isabella? ¿Qué haces aquí? —aquel frío saludo a la persona que sabía que era su prometida la dejó helada en su lugar. El sonido inconfundible de tacones resonó en el pulido piso, al tiempo que una voz que le pareció chillona y desagradable se apoderaba de la sala. —Hoy no te veías bien en la sesión de fotos, cariño. Pensé que necesitarías de una visita especial esta noche. —Debiste llamarme antes. Alejandro seguía sin mostrarse conforme con la visita. —¿Por qué? —Ahora la voz femenina era baja y, aparentemente, ofendida—. Seré tu esposa en unos meses, Alejandro. ¿Por qué debo pedir cita para venir a verte? —No estás pidiendo cita para verme —rebatió con calma—. Nos vimos hace un par de horas por si no lo recuerdas. —¿Y? ¿Unas pocas horas te bastan? Porque a mí no. Y además… te traje un regalo especial que estoy segura te ayudará a eliminar ese molesto dolor de cabeza —y entonces, el ruido de una cremallera al bajarse se escuchó con claridad—. ¿Qué te parece? ¿Me queda bien el rojo? Para Selene, estaba bastante claro lo que estaba a punto de pasar. —¿Y? ¿Ni una palabra? —insistió la mujer en un ronroneo erótico. —No preguntes lo que es obvio. —Oh, ya veo que tu amigo se ha animado mucho —no lo vio, pero pudo imaginarse lo grueso que estaba el miembro de aquel hombre—. Entonces no pierdas más tiempo, cariño. Tómame en ese sofá. —En la habitación. Vayamos a la habitación. —Perfecto. Los pasos se alejaron y entonces, finalmente, la puerta dejó de tener un obstáculo. Selene salió del pequeño compartimiento con los músculos agarrotados y con el corazón herido por una sensación de traición que no tenía ningún sentido. «Amante. Tú eres la amante», intentó recordarse aquel título que había ostentado durante más de dos años. Sin embargo, saber eso no impidió que sus ojos estuvieran húmedos de nuevo y no supo por qué exactamente lo hizo, pero caminó de puntillas hasta la habitación y, tras pegar el oído en la puerta, escuchó lo que le hizo comprender que para Alejandro Urdiales no significaba absolutamente nada. El sonido inconfundible de gemidos y el rechinar de la cama la estremeció. Se tapó la boca con una mano y contuvo apenas un sollozo, mientras se daba la vuelta y salía de ese departamento, jurándose a sí misma no volver a pisarlo jamás. Esa noche no tuvo ni siquiera fuerzas para llamar a Marcos. Solo deambulaba por las calles durante horas, viendo cómo la noche se volvía cada vez más feroz. Sentada en un banco de una plaza, leyó su mensaje: “Ya se fue. Dime, ¿dónde estás?” Gotas de agua salada caían sobre la pantalla del celular, mientras tecleaba su respuesta: “A partir de hoy no me vuelvas a buscar. Esto se acabó, Alejandro. Puedes hacer lo que quieras. Demándame si es lo que tanto quieres. Pero, de una vez te informo, que prefiero ir a la cárcel a permitir que me vuelvas a tocar.”






