Capítulo 003

—¡¿Estás loco?! ¡¿Por qué hiciste eso?! —soltó horrorizada, sin poder creer lo que había hecho.

Marcos estaba loco, era lo único que podía pensar luego de verlo actuar de esa forma.

—¿Hacer qué? —la voz de su amigo ahora era furiosa—. ¿Ibas a darle explicaciones? ¿Acaso te las da él a ti?

Guardó silencio, dándose cuenta de que no. Alejandro no le daba nunca explicaciones.

—No, pero no debiste…

—Claro que debí —le contradijo. Sus ojos castaños llameaban como dos bolas de fuego—. De hecho, debí hacerlo mucho antes. Porque por creer que no tienes a nadie es que te trata así.

Y mientras más hablaba Marcos, más se daba cuenta de que tenía razón.

Sin embargo, más allá de ayudarla, la estaba metiendo en un problema más grave, porque su teléfono ahora no dejaba de vibrar en el bolsillo de su pantalón. Lo peor era que no eran solamente llamadas, también había mensajes, muchos mensajes.

—Ni se te ocurra contestar —puso en marcha el auto, lanzándole una furiosa mirada de advertencia.

Asintió, apagando su celular y tratando de ahuyentar de su mente a Alejandro Urdiales.

[...]

—Amor, ¿pareces tenso? ¿Sucede algo? —La voz melosa de Isabella Quintero interrumpió el silencio del estudio fotográfico.

—No es nada.

Pero mientras Alejandro decía estas palabras, no dejaba de observar su celular con los ojos entrecerrados. Dos días. Había pasado dos días intentando comunicarse con Selene y ella no le había respondido ni un solo mensaje. Lo último que había sabido era que estaba en compañía de un hombre. A medianoche. Los dos solos.

—Por favor, miren a la cámara —indicó el fotógrafo, esperando que siguieran al pie de la letra sus indicaciones.

Las fotos oficiales del compromiso consistían en mostrar el anillo en un primer plano ante la cámara.

La joya brillaba en cada una de las tomas, robándose el protagonismo, mientras que el novio se mostraba cada vez más desconectado.

—Tomemos un receso —anunció el fotógrafo, nada contento con el resultado—. Siento que las fotos no están transmitiendo lo que deseamos.

Alejandro se alejó de Isabella, desajustándose la corbata como si esta le asfixiara, mientras caminaba hacia la ventana encendiéndose un cigarro que se llevó a los labios con una mueca de rabia.

—No se puede fumar aquí —dijo alguien a su espalda y, maldiciendo, se fue al balcón para estar solo.

Sin embargo, los tacones de su prometida no tardaron en repiquetear contra el suelo, causando un sonido que le hizo aumentar el dolor de cabeza que estaba padeciendo.

—Ya es tiempo de que te tomes unas vacaciones, cariño —se acercó acariciando sus hombros con suavidad—. Ese trabajo es demasiado extenuante. Además… no lo necesitas.

Alejandro asintió, aparentemente de acuerdo con su sugerencia, cosa que la contentó mucho.

—¿Qué te parece dentro de seis meses? —soltó con entusiasmo, cambiando abruptamente de tema—. Cariño, sé que lo quieres antes. Pero no puedes pretender que me conforme con una celebración pequeña, ¿verdad? —y antes de que respondiera continuó—: Me quiero casar en grande. Quiero que la gente no deje de hablar de nuestra boda, sin importar que el tiempo pase. Por favor, sé paciente, ¿sí? —ronroneó, acercándose a su boca, donde depositó un beso casto antes de alejarse.

—Si es lo que te hace feliz, adelante —fue la respuesta del hombre. Para Isabella eso fue mucho decir, porque sabía que su futuro esposo era un hombre de pocas palabras.

—¡Gracias, cariño! ¡Eres el mejor! —y con esto se dio la vuelta para regresar al estudio fotográfico como una niña que acababa de conseguir el mejor regalo de todos—. ¡No tardes!

Y cuando Alejandro vio que Isabella finalmente desaparecía de su vista, sacó su teléfono y marcó el número de Selene por quinta vez en el día. El resultado fue el mismo: la llamada se fue directamente al buzón.

[…]

Para Selene, esos últimos dos días habían sido especialmente difíciles. Seguir los consejos de Marcos no era un asunto sencillo.

“Ignóralo” había sido la principal recomendación, y la estaba siguiendo, aun en contra de sus propios deseos.

Apretó los libros contra su pecho mientras salía de la universidad y se dirigía a la parada de autobús, donde pretendía tomar el transporte que la llevaría hasta su trabajo.

Solo pasaron dos minutos de espera cuando un SUV de un blanco inmaculado se estacionó frente a la parada. La ventanilla fue bajada por un interruptor automático y pudo ver del otro lado a la persona que se encontraba al volante.

—Sube —aquella palabra no era una invitación amistosa, era una orden que parecía no aceptar un “no” como respuesta.

Sintiendo que la voz de Alejandro era incluso más fría que la brisa de esa tarde de invierno, negó con suavidad.

—Ahora no puedo. Debo ir a trabajar.

—Te estoy diciendo que subas —gruñó impaciente.

—Alejandro, ahora no puedo —repitió, centrando su vista en el autobús que se acercaba. Trató de dirigirse al sitio donde se detendría, ahora que el auto del hombre estaba obstaculizando la parada.

De repente, el sonido de un par de cláxones le despertó el impulso de taparse los oídos para evitar el estridente ruido, pero no fue verdaderamente aquel sonido lo que encendió todas sus alarmas, fue el golpe que produjo la puerta de un auto al cerrarse.

Y entonces vino el olor.

Madera.

Cuero.

Y una presencia abrumadora en su espalda.

Cuando se dio cuenta, ya estaba siendo alzada y lanzada al asiento trasero del vehículo.

El sonido de los cláxones se intensificó, mientras se quedaba con la mente en blanco por un par de segundos.

¿Acaso el siempre impecable Alejandro Urdiales acababa de comportarse como un neandertal?

—¡¿Qué demonios haces?! —intentó abrir la puerta, pero ya había activado los seguros.

El auto arrancó a una velocidad que la hizo tambalearse en el asiento trasero, mientras veía el reflejo desquiciado del hombre por el espejo retrovisor.

—La exclusividad era parte del trato, Selene —apretó los dientes al punto en que pudo escuchar el sonido chirriante que provocaron—. No pienso compartir a mi amante con otros hombres, y eso espero que te quede claro.

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