NOVELA COMPLETA. Carlo tenía todo lo que un hombre podía desear para ser feliz: dos hijos hermosos, una profesión exitosa, una familia unida y más dinero del que podían gastar sus próximas tres generaciones... y habría sido feliz de no ser porque la madre de sus hijos le había convertido la vida en un infierno. Verla regresar después de meses de ausencia era un martirio. Aitana era la mujer que no lo dejaba ser libre ni feliz, la mujer que lo amenazaba con quitarle a sus hijos, era la mujer que más odiaba... hasta que por un impulso la besó, y entonces se dio cuenta: ¡aquella no era la boca de Aitana! La historia de una mujer que visita Italia buscando reconectarse con su pasado, y encuentra ante sí una poderosa intriga familiar que amenaza su futuro
Leer másFlorencia era un sitio espectacular, pero lo mismo podía decir de Milán o de Roma. Había amado Italia desde el primer día que había puesto los ojos en aquella tierra, dos semanas atrás, y aunque no había tenido mucho tiempo para disfrutar cada ciudad, estaba decidida a aprovechar al máximo sus vacaciones, las primeras que se tomaba en cuatro años.
No podía decir que trabajaba tanto porque viviera mal, seguía ocupando la casita de dos pisos del condado de Yorkshire donde ella y su hermana habían nacido, y era socia de una agencia que organizaba eventos de sociedad, pero ser su propia dueña significaba también que no siempre podía dedicarse el tiempo necesario para la distensión.
Sin embargo había motivos de fuerza mayor para tomarse un mes de descanso y viajar a Italia: quería verlas de nuevo, a su madre y a su hermana, quería saber cómo y dónde vivían, y por qué no habían regresado en veintidós años ni una sola vez para visitarlos a ella y a su padre.
Al llegar a la verja de la mansión Di Sávallo se dijo que no iba buscando excusas ni disculpas, solo quería conocerla, conocer a la mujer en la que se había convertido durante aquella larga separación.
Muchos meses de ardua búsqueda le habían costado encontrar a su madre, y no había permitido que su frío recibimiento la afectara. Hacía ya tiempo que había aprendido a tomar las cosas de quien venían, y no esperaba mucho de una mujer cuya mayor atención era una postal de cumpleaños. Pero su hermana era diferente, no había sido decisión de ninguna de las dos que las separaran a tan temprana edad, y habían mantenido una infantil correspondencia todavía durante algunos años, hasta que la distancia y la adolescencia habían terminado por enfriar las relaciones.
Ahora hacía ya siete años que no existía ningún tipo de comunicación, entonces decidió que, si la montaña no venía a ella, entonces no estaba mal intentar ir a la montaña. A regañadientes su madre había accedido a darle la dirección de Lianna, y no podía negar que la perspectiva de conocer la ciudad de Florencia la entusiasmaba.
Sin embargo cuando el taxi se detuvo frente a la caseta de seguridad de aquella residencia señorial, lo primero que asaltó su pensamiento fue el pobre cuartucho donde seguía viviendo su madre en Milán. Obviamente tenía que haber problemas entre ellas, pero ese era un asunto que escapaba a sus manos y en el que no se quería inmiscuir.
Se dirigió al guardia de seguridad para anunciar su visita, pero el hombre le hizo un sencillo gesto de reconocimiento y la saludó con respeto.
— Bienvenida, señora Di Sávallo. — murmuró mirando al taxi con expresión burlona — ¿Otra vez ha perdido las llaves del Jaguar?
— ¿Disculpe…? — más allá del hecho de que la hubieran confundido con su hermana, lo cual era bastante normal, lo que le ocupó la mente fue el fugaz razonamiento que le provocó la pregunta del guarda: ¿Cómo alguien podía perder las llaves de un Jaguar? ¿Y más de una vez?
Levantó diplomáticamente el dedo índice para hacer la aclaración necesaria: que no era Lianna, pero un estruendo dentro de la casa hizo que tanto ella como el guarda volvieran la cabeza al mismo tiempo en la dirección de donde venía el ruido.
La mansión estaba por lo menos a cien metros de la verja, y por la puerta principal salió corriendo una chica con la expresión más angustiada que había visto jamás. Atravesó la distancia que los separaba dando tropezones sobre la grava de la entrada, y se dirigió al guarda con acento suplicante.
— ¡Es el niño! Llama al chofer, hay que llevarlo al hospital con el señor…
Se llevó las manos a la cabeza como una brizna temblorosa, y de pronto pareció notar su presencia, la miró de arriba abajo, como si no estuviera segura de qué hacer y luego se colgó de sus manos con angustia.
— ¡Señora! Señora es el niño… el niño Stefano. ¡Por favor vaya a verlo! — la súplica en su voz la sobrecogió.
— Pero…
— ¡Señora por favor, es su hijito!
Aitana sintió durante un segundo que la mansión giraba a su alrededor y se aferró con fuerza a las manos de la chica. ¿En qué mundo alguien tenía que rogarle a una madre para que fuera a ver a su hijo? Despejó entonces sus pensamientos, sacó de ellos a su madre, a Lianna y al hecho de que estuvieran confundiéndolas y se aferró a la urgencia de la situación.
— ¿Qué ha pasado? — preguntó mientras se dirigía a la casa a paso vivo, con la muchacha pisándole los talones.
Habría podido entender la retahíla de palabras si la chica hubiera hablado más despacio, su dominio del italiano no era espectacular pero podía comunicarse con fluidez. Sin embargo antes de que pudiera hacer cualquier acotación la escuchó tropezarse con sus propias palabras y disculparse de inmediato.
— Lo siento, señora. Olvidé que no debemos hablarle en italiano. El niño Stefano estaba saltando en la cama, intentando ver a la niña Maya en su cunita, y yo no vi… solo salí un segundo y escuché el golpe. Cuando llegué ya el niño Stefano estaba en el suelo, junto a una lámpara y una mesa de noche volcadas… ¡Y está llorando mucho, señora!
Aitana se mesó los cabellos con ligereza y entró en la casa mirando a todos lados, preguntándose cuán riesgoso sería pedir indicaciones. Estaba asumiendo inesperadamente el papel de Lianna, y habría sido estúpido preguntar cuál era la habitación de sus hijos.
Por fortuna la chica echó a andar frente a ella con la cabeza gacha y la llevó por la escalera principal al segundo piso. Contó una, dos, tres puertas a la derecha por el corredor y cuando la cuarta se abrió por fin, el panorama hizo que un escalofrío la recorriera. La habitación era un caos de objetos de decoración rotos, cristales y mesas volcadas, el accidente parecía más grande de lo que le habían contado y junto a la cama, rodeado de gente, un niño tembloroso lanzaba constantes gritos.
Tres mujeres vestidas de uniformes azules y blancas cofias se volvieron para mirarla en cuanto entró, le hicieron un respetuoso saludo y se alejaron del niño, dejándolo solo y sollozante. Aitana sintió que aquella actitud la fustigaba, una casa donde se valoraba más el protocolo que el dolor de un niño no era un lugar en el que podía estar a gusto, pero no tenía nada que replicar, después de todo, no era su casa.
Lanzó el único bolso que llevaba sobre la desordenada cama y se arrodilló frente al pequeño, debía tener unos cinco años, aunque tenía la constitución física de un niño de menor edad, el cabello cobrizo y rizado le caía sobre la frente perlada de sudor y en cuento la vio intentó alejarse, recogiéndose sobre sí mismo. El gesto, sin embargo, pareció lastimarlo y le arrancó otro grito desesperado.
Llevarse las manos a la cabeza no iba a resolver nada, de modo que Aitana intentó conservar la cabeza fría aunque la fuerza de un yunque parecía oprimirle el pecho.
— Cielo, cálmate. Todo estará bien. — Stefano la miró con recelo sin dejar de gemir, pero Aitana siguió hablando con voz suave y armoniosa — Ya estoy aquí, todo estará bien. ¿Puedo tocarte? ¿Puedo ver dónde te lastimaste?
El niño no le contestó, pero no intentó apartarse de nuevo cuando ella acercó su mano con cautela.
— Me han dicho que te caíste de la cama. ¡Eso es seguramente porque eres un gran aventurero! Ahora tienes una herida de guerra, como los soldados. ¿Me dejas verla?
Stefano siguió su mirada con ojos llorosos y Aitana le examinó la pierna. Por encima del tobillo la inflamación comenzaba a crecer con evidente rapidez y el daño no debía ser poco cuando la blanca piel de la pantorrilla estaba adquiriendo tonos de un rosa fuerte. No sabía mucho de medicina, pero no era la primera vez que veía una contusión como aquella.
— Es posible que se haya roto la pierna. — dijo a la chica que la había guiado hasta allí, y que se había quedado como una estatua junto a la puerta — Manda a que preparen un coche, rápido, necesitamos salir.
No estaba muy segura de lo que iba a hacer, pero en una casa como aquella era imposible que no hubiera uno o dos autos a su disposición para emergencias, y recordaba que la muchacha había mencionado un chofer.
Se volvió hacia el niño con una sonrisa tranquilizadora.
— Cielo, tenemos que llevarte al hospital para que te sientas mejor. Te prometo que pronto vas a estar bien.
Stefano la miró con inseguridad sin dejar de sollozar, sus grandes ojos negros parecían escrutarla, como si intentara encontrar razones por las que debía confiar en ella. Finalmente una palabra salió de sus labios.
— ¿Mamá?
Aitana sintió las lágrimas pujando por salir, pero tragó en seco y se contuvo, alargó los brazos con urgencia y el pequeño se acurrucó en ellos.
— Vamos, mi amor. —le susurró en el oído, levantándolo contra su pecho.
Lo abrazó con fuerza, mandó guardar algunas de sus ropas por si la estadía en el hospital se alargaba, y salió sin permitir que alguien más cargara a Stefano. Afuera una camioneta blanca los esperaba con el motor ronroneando. Aitana se acomodó en el asiento trasero con el pequeño sobre su regazo y el chofer, un hombre que debía rondar los cincuenta años, se volvió para interrogarla con actitud severa.
— ¿Al hospital del señor?
No había que ser demasiado inteligente para saber que si a ella la llamaban “señora”, el “señor” debía ser el padre del niño, y no estaba en discusión el hecho de que en ese momento donde mejor podía estar era en el hospital de su padre.
— Sí, al hospital del señor.
Epílogo—¿Estás lista para esto? —preguntó Carlo dos días después, tomando la mano de Aitana mientras entraban en la estación de policía.—Sí. Tengo que terminar con esto de una vez —declaró Aitana armándose de valor.Hans había sobrevivido a la caída, pero por más que los médicos habían intentado ayudarlo, había quedado inválido. Ya no sería una amenaza para ellos, pero Carlo había preferido que se quedara en una institución donde pudieran cuidar de él como lo necesitaba.Por otro lado, solo por estar en un escándalo que involucraba a los Di Sávallo, el Colegio de abogados le había retirado la licencia para practicar, pero lo que sucediera con él, dependía de lo que Aitana quisiera hacer.El jefe de la estación,
Carlo no era capaz de describir el terror que se había acendrado en su alma al ver a Aitana en aquella cornisa. Solo dio gracias a Dios que tuviera la entereza suficiente como para distraer a Hans. Le importó muy poco que lo besara, solo que le diera el tiempo para alcanzarla y ponerla a salvo.Tampoco pudo describir la sensación de paz cuando la tuvo entre sus brazos, a salvo, con una barrera de hombres entre ellos y el psicópata de Hans. La dejó ocultar la cara en su pecho y la abrazó con fuerza mientras lo miraba. No iba a dejar que la tuviera nunca más, que la asustara nunca más.Pudo ver la determinación en sus ojos, era un hombre enfermo después de todo, y ninguno de sus hombres logró alcanzarlo antes de que saltara. Cuando el cuerpo de Hans chocó contra una de las camionetas estacionadas abajo, Carlo sintió que el el cuerpo de Aitana se relajaba por completo.Le ech
Aitana no sabía precisamente qué estaba pasando por la cabeza de Carlo, ni la de Hans ni la de nadie, pero sintió alivio cuando se vio encerrada de nuevo en el baño. Estaba mareada y se sentía débil, pero era mejor que estar con Hans y con su madre.Sabía que Carlo no se quedaría tranquilo sabiendo que estaban en peligro, así que solo tenía que esperar, solo tenía que esperarlo. No había pasado ni una hora cuando el escándalo afuera la hizo levantarse llena de esperanzas. Pero cuando la puerta se abrió de par en par, la persona que entró fue la que menos esperaba.Hans la tomó el brazo con fuerza, lastimándola, y la sacó del baño.—¡Recoge todo, nos vamos! —exclamó mientras miraba a todos lados como si estuviera loco.—¿Qué…? ¿Mi madre…? ¿El dinero&hell
—Corre. Aquella era una palabra simple y estaba llena de agresividad, de odio y de un resentimiento infinito. Y se escapaba entre los dientes apretados de Ilenia como si fuera veneno. Habían ido al primer banco que tenían cerca del motel y el mismo gerente los había recibido en sus oficinas al saber que iban a hacer dos depósitos millonarios. Varios asesores internos se habían acercado para ayudar con los trámites, y en el mismo segundo en que el primer fajo de billetes había sido ingresado a la máquina de contar, la sonrisa del gerente general pareció atornillarse a su cara. Hans estaba demasiado entusiasmado o estaba demasiado loco para darse cuenta, pero a Ilenia no le pasó desapercibido aquel gesto, y en el mismo segundo en que un par de hombres de traje entraron en el banco se dio cuenta de que todo estaba perdido. Habían cometido un error. Miró los billetes desparramados entre un escritorio y cuatro máquinas de contar, y se dio cuenta de que ya
Carlo sintió que se le cerraba la garganta mientras veía a Aitana alejarse a paso rápido, y Fabio llegó hasta él, sosteniéndolo porque parecía que se iba a desmayar de un momento a otro.—¿Tú también oíste lo que dijo…? ¿Lo escuchaste…? —dijo apoyándose en la pared mientras palidecía.—No —dijo su hermano—. No pude escuchar nada pero ¿qué te dijo Aitana?—Dijo que no había querido lastimar a mis hijos… ¡a ninguno de los tres! —exclamó Carlo y Fabio abrió mucho los ojos.—¡Santa m13rd@! —se espantó Fabio—. De todos los momentos ¡¿tenía que ser ahora?!Carlo se mesó los cabellos, desesperado.—Tenemos que sacarla ya, Fabio. No puedo dejarla ni un minuto más con esa gente.
Aitana sintió un peso en el estómago en el mismo momento en que salió de aquella oficina. Solo podía esperar a que Carlo entendiera su mensaje, pero más importante, esperaba que hiciera algo al respecto pronto.Evadir a Hans esa noche fue extremadamente difícil, y solo lo logró haciendo algo que detestaba: comió todo lo que le daba asco y vomitó en sus zapatos pocos minutos después.—¡Tienes que llevarme a un médico! No me siento bien, por favor —le suplicó, pero estaba bastante segura de que no conseguiría nada con eso.—Ya estamos muy cerca de terminar con todo. Mañana a las ocho tendremos nuestro dinero y nos iremos para siempre —siseó Hans—. Entonces te llevaré al médico que quieras… solo espero por tu bien, Lianna que lo que tengas sea un virus, porque si te me apareces con otra cría del mil
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