Capítulo 006

Los pasos de la joven resonaban en el pasillo del hospital cuando, sin pensar en las consecuencias de sus actos, se dirigió a la oficina que tenía como placa:

“Dr. Alejandro Urdiales

Cirujano Cardiólogo”

Tomó el pomo de la puerta y lo hizo girar en su mano con furia, ocasionando así que la misma se abriera de par en par, para sorpresa absoluta de los presentes.

El hombre en cuestión sonrió desde su trono, mientras su acompañante —quien supuso era una paciente— mostró su desconcierto por la repentina invasión.

Selene se quedó allí de pie, mirándolo en una batalla silenciosa que parecía gritar que, si no sacaba a esa mujer en ese instante, iba a armar un escándalo en su presencia.

Porque sí, ahora estaba dispuesta a todo.

—Señorita Ponce —canturreó en un tono juguetón que le resultaba completamente ajeno—, ¿a qué debo su presencia? Me parece que no he solicitado ningún café a su sitio de trabajo, ¿o sí?

Lo maldijo.

Maldijo su cinismo.

—Doctor Urdiales, me parece que usted y yo tenemos que hablar sobre cosas más importantes que temas relacionados con cafés, ¿no lo cree? —respondió en un tono de falsa dulzura—. Así que dígame, ¿lo quiere hablar aquí y ahora, con testigos? ¿O despacha a su paciente y hablamos en privado? Usted decide —soltó desafiante.

El brillo divertido en los ojos del hombre la hizo molestarse mucho más, pero con tranquilidad, como quien no le teme a nada en la vida, él le dijo a su acompañante:

—Señora Domínguez, es posible que necesite una operación para tratar su cardiopatía. Realícese los exámenes indicados y vuelva a consulta cuando obtenga los resultados.

La mujer en cuestión se levantó y alternó la mirada entre uno y otro con visible incomodidad, mientras se marchaba de la oficina con pasos apresurados.

Una vez estuvieron solos, se observaron fijamente. Los segundos transcurrieron de esa manera extraña hasta que, sin poder contenerse un instante más, acortó la distancia que los separaba y alzó la mano con una única intención: abofetear esa estúpida cara. Sin embargo, su objetivo no fue logrado, ya que el hombre sostuvo su muñeca y la inmovilizó, mientras que, con un suave tirón, hizo que cayera hacia adelante.

El escritorio quedó en medio de los dos, pero su cuerpo estaba tan inclinado que sus caras quedaron muy cerca.

—¿Desde cuándo eres tan agresiva, Selene? —se burló, centrando la mirada en sus labios. Sus ojos brillaron como si acabara de observar la cosa más apetitosa del mundo entero—. No te pareces en nada a la dulce chica que me pidió que la follara con tal de salvar a su madre —le recordó. Siempre que surgía aquel tema, moría internamente de la vergüenza—. ¿Acaso no has sido dulce todo este tiempo? ¿Por qué ahora este cambio de actitud?

—¡¿Por qué fuiste a la universidad a hacer que me quitaran la beca?! —chilló ante su descaro—. ¡¿Tienes siquiera una idea de lo mucho que me he esforzado para conseguirla?! ¡¿Por qué me haces esto, Alejandro?! ¡¿Por qué me odias tanto?!

—Yo no quiero hacerte nada, Selene —el agarre en su muñeca se suavizó y su pulgar le acarició en círculos—. Eres tú quien ha empezado con esta guerra sin sentido. Deja de jugar a hacerte la difícil y te aseguro que tendrás de regreso tu beca e, incluso, cualquier otra cosa que desees. Créeme, no quiero ser malo contigo.

—¡Eres un mentiroso, porque la verdad es que siempre has sido malo conmigo!

Alejandro Urdiales siempre la había tratado como a basura, como si lo único importante, o su única finalidad en la vida, fuera la de complacerlo. Escondida en su cama, de piernas abiertas, siempre disponible para cumplir sus caprichos.

¿Pero qué sabía sobre ella?

¿Acaso le importaban sus aficiones?

¿Sabía acaso qué la hacía sonreír?

¿Sabía siquiera cuándo era su cumpleaños?

Muchas veces soñó que la sorprendía con un detalle: una flor, una nota, una palabra dulce.

Pero no. Lo único que había recibido en más de dos años era aquella irritante pregunta: “¿Qué haces vestida aún?”

Y entonces, como una autómata que solo había sido programada para dar placer a un hombre frío e insensible como él, se desvestía frente a sus ojos, sintiendo cómo su mirada la devoraba aun con ropa. Pero, en cambio, en su interior, su corazón dolía. Porque para Alejandro no era más que un cuerpo y una cara apetitosa. Nada más.

—Eso es mentira —se levantó y entonces rodeó el escritorio para pararse frente a ella, inclinarse y tocar su rostro con una mano. Era alto y guapo. Estúpidamente guapo—. Soy bueno contigo, Selene. Y puedo serlo mucho más. Solo pórtate bien, ¿sí? Si lo haces, te prometo que lo que sea que me pidas, te lo daré. No pienso escatimar.

—Lo único que quiero es dejar de ser tu amante —fue su respuesta.

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