Brooke solo quería sobrevivir al semestre: compaginar la universidad con su trabajo en un bar nocturno no era fácil, pero al menos lo tenía todo bajo control. Hasta que llegó Lía. Con una sonrisa desbordante, acento encantador y una energía imposible de ignorar, Lía apareció en su clase como un torbellino de color. Venía de Rusia, escapando de un pasado reciente y buscando empezar de nuevo junto a su hermano... aunque lo último que Brooke imaginaba era que ese hermano sería el mismísimo Aleksei Volkov. Frío, reservado y dominante, Aleksei no es solo un hombre enigmático de mirada letal: es el líder del clan mafioso más temido de Nueva York. Donde él pisa, todo se detiene. Y cuando sus ojos se cruzan con los de Brooke, lo sabe: no piensa dejarla ir. Una chica que no quiere problemas. Un hombre acostumbrado a poseer lo que desea. Una atracción peligrosa en medio de secretos, lealtades rotas y un mundo donde el amor no siempre es lo más seguro. Porque hay miradas que marcan. Y hombres que están dispuestos a ver el mundo arder... si eso significa tenerte.
Leer másLa alarma sonó a las 5:30 de la mañana, como todos los días. Y como todos los días, la ignoré durante exactamente nueve minutos, hasta que la vibración del teléfono en la mesilla me recordó que si no salía de la cama en ese momento, llegaría tarde a mi clase de anatomía.
Ser estudiante de medicina era una forma elegante de decir que no tenía vida. Entre clases, prácticas, trabajos, y mi turno en el bar por las noches, me sentía más como una máquina programada para sobrevivir que como una chica de dieciocho años. Lo hacía porque no tenía otra opción. Porque no venía de una familia con dinero, ni de un apellido que abriese puertas. Lo hacía porque siempre había querido ser suficiente. Para mí. Para nadie más. Me duché en cinco minutos, recogí el pelo húmedo en un moño torcido y salí con una barra de cereal en la mano mientras ajustaba mi bata blanca dentro de la mochila. En el metro, repasé mentalmente el temario de fisiología, aunque mi mente no dejaba de revolotear por todo menos por eso. Tenía un turno doble en el bar esa semana. Mi compañera de los jueves se había resfriado, y como siempre, nadie más podía cubrirla. El campus era un hervidero. Cientos de estudiantes cruzaban los pasillos como si fueran autopistas. El edificio de medicina, un bloque de hormigón sin gracia, parecía más una prisión que un lugar para formar doctores. Me refugié en el aula de anatomía, donde el profesor ya proyectaba una imagen gigante de un tórax abierto. Sus explicaciones eran monótonas, pero necesarias. -El mediastino es la cavidad entre los pulmones donde se alojan estructuras como el corazón, la tráquea y el esófago... Tomé apuntes casi por reflejo. Mis ojos ardían. Apenas había dormido cuatro horas. El dolor de cuello era constante, y sentía que mi cuerpo empezaba a pasarme factura por todo el estrés. Aun así, seguía. Porque detenerse no era una opción. Cuando la clase terminó, crucé al edificio de humanidades para recoger unos informes que debía entregar para una asignatura optativa. Fue allí donde la vi. Estaba parada frente al panel de aulas, girando el mapa del campus como si fuera un sudoku maldito. Llevaba un moño alto, unos pantalones ajustados, botas negras con plataforma y una chaqueta que parecía demasiado cara para estar en ese lugar. Sonreía como si no tuviera prisa por llegar a ningún sitio. Y se reía sola. Por completo sola. -¿Estás buscando Hogwarts o algún aula en específico? -le solté antes de pensarlo demasiado. La chica levantó la vista y me regaló una sonrisa tan natural que desentonaba con todo el ruido y la prisa del pasillo. -¡Al fin alguien amable! Pensaba que me iba a morir aquí parada con este mapa del demonio. -Lo estás girando al revés. -¿Ves? ¡Lo sabía! -rio-. Me llamo Lía. Es mi primer día y ya estoy acumulando dramas. -Brooke. Medicina. Segundo año. Acompáñame, ese aula me queda de paso. Se enganchó de mi brazo como si nos conociéramos de toda la vida. No me incomodó. Lía irradiaba una calidez ligera, fácil, sin dobleces. Me contó que venía de Rusia, que se había mudado con su hermano mayor hacía apenas una semana, y que aún no se acostumbraba a lo enorme que era Nueva York. -¿Te gusta vivir aquí? -le pregunté mientras subíamos las escaleras. -Es... distinto. Pero lo necesitaba. Mi padre murió hace un mes. Quedarme allá me habría destruido. Así que mi hermano insistió en que me viniera con él. No supe qué decir. Lo dijo tan tranquila que por un momento no entendí el peso de sus palabras. -Lo siento mucho. -fue lo único que pude ofrecer. -Gracias. Estoy bien. O intentando estarlo. Venir aquí es parte de eso. Entramos a su aula y me despedí con un gesto. Tenía algo. Esa chica tenía algo que no sabía explicar. Y por alguna razón, ese "algo" me cayó bien. --- Esa semana nos cruzamos varias veces. En la cafetería, en la biblioteca, en los pasillos. Siempre con esa sonrisa, siempre saludando con entusiasmo. Lía era como una corriente cálida que se abría paso incluso entre los más cerrados. En tres días ya conocía a medio campus. Yo, en cambio, era la sombra funcional de los pasillos de medicina. El miércoles se sentó a mi lado en la cafetería sin preguntar. Me entregó un café con caramelo y me lo dejó delante con una sonrisa. -No sabía cómo lo tomas, pero esto te hace falta. -¿Café con caramelo? ¿Me estás tratando como si tuviera doce años? -Tienes cara de necesitar dulzura en tu vida. Me reí. Estaba agotada, y sin embargo, reí. Ese día me habló de su ciudad, de sus amigas allá, de los planes que tuvo que dejar cuando su padre murió. De cómo su hermano había insistido en que se mudara a Nueva York. -¿Y cómo es él? -pregunté. -¿Mi hermano? -su sonrisa cambió un poco, se hizo más íntima-. Es... complicado. Tiene un mundo dentro. Y lleva ese mundo como si fuera una guerra constante. No confía fácilmente. Pero si lo hace, es para siempre. Me pareció una respuesta extraña. Demasiado densa. Pero no insistí. --- Esa noche en el bar fue infernal. Un grupo de universitarios se creían reyes del lugar. Uno de ellos insistía en coquetearme mientras yo limpiaba la barra. -¿Qué haces trabajando aquí con esa cara? -preguntó con una sonrisa repugnante. -¿Repartiendo diagnósticos? -repliqué, mirándolo con frialdad. -Podrías sonreír más. Venderías más copas. -¿Y tú podrías beber menos? Harías menos el ridículo. Los aplausos de uno de mis compañeros me salvaron de tener que decir más. Estaba acostumbrada, pero nunca dejaba de incomodar. Cuando salí del turno, encontré un mensaje de Lía: > "Te espero mañana. Fiesta. Piso 28. ¡No faltes!" Le respondí con un emoji de duda, pero sabía que iría. --- Al día siguiente, después de una última clase de biología celular, pasé por la enorme casa donde vivía Lía. Me abrió en pijama, con el pelo recogido en una toalla y una mascarilla verde en la cara. -Sabía que vendrías -dijo, como si fuera lo más obvio del mundo. -Solo pasaba a decirte que no sé si iré a la fiesta. -Mentira. Lo sabes. Y vendrás. Porque necesitas salir. Porque mereces un poco de caos bonito. Y porque yo no voy sin ti. Suspiré. Ella se sacó la toalla, se limpió la cara y me ofreció una camiseta gigante para que me quedara a dormir si me daba pereza volver tarde. Nos quedamos hablando una hora. Me contó más sobre su vida, sobre su hermano, sobre lo difícil que era encajar con alguien como él cerca. -Él es... muchas cosas. Buenas. Peligrosas. Me protege, pero a veces siento que arrastra demasiado. Que vive con una parte de sí mismo que nadie conoce. -¿Y tú conoces esa parte? -Una. Solo una. Y no sé si me gusta. Me dejó con esa frase. Nos despedimos. Al salir del edificio, decidí que sí iría. Por ella. Y quizás, por mí. --- La fiesta estaba en el piso 28 de un edificio lujoso del centro. Ascensor de cristal, luces doradas, recepcionista dormido. La música se escuchaba desde el pasillo. Dentro, el lugar estaba lleno, pero no agobiante. Gente joven, bebidas caras, ventanas enormes con vista a toda la ciudad. Lía me saludó como si no me hubiera visto en meses. Me puso una copa en la mano y me arrastró a bailar sin preguntar. Reímos, hablamos con desconocidos, compartimos historias absurdas. Por un rato, olvidé todo lo demás. Y entonces, lo sentí. Una presencia. Una corriente fría que recorrió la sala como un cambio de presión. Lía se tensó. Giró la cabeza. Y yo la seguí. Un hombre acababa de entrar. Alto. De porte firme, ojos como hielo azul. Llevaba una chaqueta oscura, el rostro serio, casi contenido. No miraba a nadie. Excepto a ella. Lía fue hacia él, y hablaron en voz baja. Después, ella me señaló. Y entonces, él me miró. Su mirada fue rápida e intensa, y después siguió caminando. No dijo nada. Pero por alguna razón, su presencia quedó flotando en el aire, como si algo se hubiera movido en mí sin permiso.El sonido agudo de un llanto rompió el aire de la sala.Y en ese instante, el mundo entero se detuvo.Brooke apenas podía respirar. El cuerpo agotado, el pecho sacudido por sollozos que no sabía si eran de alivio, de felicidad… o de pura incredulidad.Unos segundos después, escuchó las palabras que había temido no oír jamás:—Está perfecto. Un bebé sano. Felicidades, mamá.Las lágrimas brotaron con tal fuerza que no pudo ni responder.Solo sollozó, temblando.Cuando le colocaron al pequeño sobre el pecho, el tiempo dejó de existir.Allí estaba.Su hijo.Su milagro.Pequeño, tibio, con el corazón latiendo acelerado bajo su piel.Brooke lo miraba como si no pudiera creerlo.Como si todo lo vivido hasta ese momento no hubiera sido más que un sueño del que ahora despertaba.Unas lágrimas cayeron sobre las mejillas del bebé. No sabía si eran suyas… o de Aleksei, que estaba a su lado, sosteniéndola, con la voz temblorosa.—Es… nuestro, Brooke. Es nuestro hijo… —murmuró él, con los ojos aneg
El cielo gris anunciaba lluvia, pero en el interior de la casa reinaba un silencio más denso que cualquier tormenta. Brooke llevaba toda la noche sin pegar ojo. Las palabras de Lía resonaban en su cabeza una y otra vez.“Tienes que decírselo. Por ti. Por él. Y por el bebé.”Pero el miedo era como un muro que no terminaba de romper.Había pasado tanto.Había perdido tanto.Ahora… había dentro de ella algo tan pequeño y tan frágil, que le aterraba pensar en decirlo en voz alta.Porque si lo hacía real… también haría real el miedo a perderlo.Aleksei estaba en el despacho, revisando unos papeles. La casa estaba en calma, pero Brooke sentía que su corazón no podía seguir callando.Resolvió que no podía esperar más.Respiró hondo. Cada paso que daba hacia el despacho parecía pesarle toneladas.Cuando se detuvo en el umbral de la puerta, Aleksei levantó la mirada de inmediato.—Brooke… —la miró con atención, dejando los papeles—. Ven aquí.Ella dio un paso, temblando.—Aleksei… tenemos que
La prueba temblaba entre sus dedos.Brooke había ido a la farmacia en cuanto terminó su turno. No había querido esperar más. No podía seguir engañándose, no con su cuerpo enviándole señales cada día.Ahora estaba en el baño, la puerta cerrada, sentada en el borde de la bañera, mirando el pequeño dispositivo blanco con el corazón desbocado.Dos líneas.Clarísimas.Positivo.Sintió que el aire se le escapaba. Por un segundo, la mente se quedó en blanco, como si el mundo se hubiera detenido.Luego… el nudo en la garganta. Las lágrimas. El miedo.Porque sí, lo había deseado. Porque amaba a Aleksei. Porque después de todo lo que habían vivido… una parte de ella anhelaba una nueva vida, una nueva oportunidad.Pero había otra parte —más grande, más oscura— que temblaba solo de pensarlo. Porque ya había pasado por esto. Y la última vez… no había acabado bien.Golpearon suavemente la puerta.—Brooke… ¿puedo pasar? —era Lía, su voz suave, paciente.Brooke respiró hondo.—Sí… pasa.Lía entró des
Había pasado poco más de un mes desde aquella noche en la que Brooke le abrió, por fin, las puertas de su alma. Desde entonces, las cosas entre ella y Aleksei habían cambiado de una manera tan natural que, a veces, a Brooke le costaba recordar cómo era su vida antes de volver a sentir su cuerpo junto al suyo cada noche.Dormían juntos siempre que sus turnos se lo permitían, compartían mañanas de café apresurado, cenas tranquilas, momentos robados entre el caos que seguía siendo la vida de ambos. Y aunque ni uno ni otro había mencionado aún palabras como futuro o para siempre, en los gestos, en las miradas, en la manera en que se buscaban, todo estaba dicho.Aquella tarde de sábado, Brooke había terminado un turno doble que la había dejado agotada. Sin embargo, una promesa es una promesa, y ella le había prometido a Lía que cenarían todos juntos en casa.Cuando llegó, encontró a Aleksei en la cocina, de espaldas, preparando algo que olía sorprendentemente bien.—¿Tú cocinando? —pregunt
El sol apenas despuntaba cuando Brooke abrió los ojos. Tardó un segundo en ubicarse, en recordar dónde estaba… y con quién. La calidez que la envolvía no era la de su cama, sino la de los brazos firmes que la mantenían pegada a un cuerpo que ahora reconocía como su refugio.Aleksei dormía aún, su respiración profunda y acompasada vibrando contra su espalda. Uno de sus brazos la rodeaba por la cintura, como si incluso en sueños no quisiera soltarla.Brooke sonrió sin poder evitarlo. ¿Quién le habría dicho, semanas atrás, que estaría así… otra vez entre sus brazos? Y, sin embargo, ahora le resultaba tan natural, tan necesario.Se quedó unos minutos así, disfrutando del contacto. Pero pronto notó cómo los dedos de Aleksei empezaban a moverse, acariciándole la piel bajo la camiseta que se había puesto tras la noche anterior.—¿Estás despierta? —murmuró la voz grave y aún adormilada de él, rozando su oído.Brooke cerró los ojos y suspiró.—Desde hace un rato. Pero no quería moverme.Alekse
La casa seguía en silencio cuando Brooke alzó la mirada al reloj. No sabía cuántos minutos, tal vez horas, habían pasado desde que había confesado todo. Seguía apoyada en el pecho de Aleksei, su cuerpo por fin calmado, aunque el corazón latía con una fuerza nueva. No había palabras para definir lo que sentía. Solo sabía que ya no podía seguir negando lo que había entre ellos.Aleksei acariciaba su cabello con lentitud, cada movimiento tan suave que se le erizaba la piel.—Deberías descansar —murmuró ella sin moverse—. No deberías haber estado tanto tiempo sentado así.Él esbozó una sonrisa contra su cabello.—No iba a soltarte.Brooke inspiró hondo y se incorporó poco a poco. Lo miró con ternura, pero también con esa determinación que Aleksei siempre había admirado en ella.—Vamos, subamos a tu habitación. Allí podrás estar más cómodo.Aleksei la observó, como si en ese momento no supiera si quería dejarla marchar ni un solo instante.—¿Me ayudarás?Brooke soltó un suspiro suave, pero
Último capítulo