Mundo ficciónIniciar sesiónPara muchos el amor no significa nada, para otros, lo es todo en la vida, pero el mayor problema lo tienen las personas que no saben expresar lo que sienten o peor aún, esos que se han hecho una imagen, muy difícil de limpiar, para ellos, el amor es algo difícil de conseguir, por eso acuden a trucos baratos o planes sumamente ideados, no importa que, siempre que consigan lo que ellos quieren, un poco de amor incondicional, más si se es mafioso en fuga de su destino. — Cásate conmigo. — ¿Es una pregunta o una orden? No, espere… no me interesa ninguna de las dos. — Es un negocio, solo será un contrato, yo… recibo mi herencia y tu… gozas de los beneficios. — ¿Y qué beneficios serian esos? Por si no lo recuerda, saco a sus conquistas todas las mañanas, y algunas hasta me insultan, no me gustaría ser la burla de todos. — Lo sé, lo sé, pero… ya nada de chicas de una noche lo prometo, piénsalo, ganamos los dos, de todas formas, tú ya te encargas de lavar mi ropa, cocinar mi comida, limpiar mi hogar. — Y me paga por ello, porque gratis ni un vaso de agua le doy, es un mujerzuelo. — Esa palabra no existe. Pero regresemos a lo que nos conviene a ambos… Un contrato mal hecho, reglas nada claras, el deseo y el amor mezclándose a cada segundo y secretos, muchos secretos ¿Qué podria salir mal?
Leer más—¡Te compré un marido! ¡Mírate en el espejo, Camely! ¿Quién, en su sano juicio, querría a una mujer obesa como tú por voluntad propia? —rugió su hermano Orson, con la voz retumbando por toda la mansión Delmar.
Camely, su hermana menor, lo miró en silencio, con los ojos abiertos de par en par. La voz de su hermano cortaba el aire como una hoja afilada, sin piedad.
—Es mi última palabra —continuó él, con una sonrisa torcida—. Te casas con Zacarías Andrade, o me olvido de ayudar a tu nana con ese trasplante que tanto necesita. Sabes que, sin mi ayuda, la persona que va a donar no lo hará.
Camely sintió el suelo desvanecerse bajo sus pies.
Por un instante, creyó que su corazón se detendría.
No por la propuesta, sino por la frialdad con que su propio hermano podía usar la vida de alguien que ella amaba como moneda de cambio.
Orson Delmar siempre había sido un hombre cruel con ella. No soportaba verla, tal vez porque era la hija ilegítima, la hija de la amante de su padre. Desde pequeños, le había dejado claro que su existencia era una mancha en su apellido.
Camely respiró hondo, conteniendo las lágrimas.
—Me casaré —susurró—. Pero sálvala. Sálvale la vida a mi nana.
Su nana era como la madre buena que nunca tuvo.
El hombre sonrió satisfecho.
—Sabía que aceptarías. Siempre fuiste débil cuando se trataba de esa anciana.
Camely no respondió.
Recordó, como un eco lejano, aquella infancia rota: su enfermedad a los ocho años, de síndrome de Cushing… y su padre, el único hombre que alguna vez la había mirado con amor, había ayudado para que mejorara su salud.
Después de eso, sus padres se divorciaron, cansado de las manipulaciones de su madre, una mujer que había usado la enfermedad de su hija como un arma.
Su madre, Dalia, fue hermosa. Competitiva, egoísta y vacía. Nunca cuidó de Camely, ni de su cuerpo, ni de su mente.
La dejó crecer sin límites, sin afecto, con una herencia de abandono y comida en exceso.
Ahora, a sus veinte años recién cumplidos, Camely Delmar pesaba ciento veinte kilos, y una estatura de un metro y sesenta.
Cada mirada de desprecio en su entorno le recordaba su cuerpo como un castigo.
***
Dos meses después, el destino la esperaba vestida de novia.
Camely se miró al espejo.
El vestido era inmenso, sin forma, tan pesado que apenas podía moverse.
Nadie la había maquillado con esmero, ni peinado con cariño. Ella misma se recogió el cabello, dejando sus cabellos dorados en un moño torpe.
Sus rizos rebeldes escapaban, cayendo sobre sus mejillas redondeadas.
Una empleada, compadecida, le puso un poco de labial rosado.
—¿Me veo… presentable? —preguntó Camely con una voz que apenas era un hilo.
La mujer dudó antes de asentir. Y en ese silencio, Camely entendió la verdad. No lucía bien. No era una novia soñada. Pero no había tiempo de lamentarse.
—¡Camely! —gritó Orson desde el pasillo—. O sales ahora mismo, o te juro que te llevo arrastrando, ¡aunque tenga que usar una grúa!
Ella suspiró y abrió la puerta.
Orson la esperaba con su habitual gesto cruel, y a su lado, su prometida, Susy, una mujer de sonrisa venenosa.
—¡Dios mío! —rio Susy al verla—. Parece un hipopótamo vestido de novia.
—¡Basta, Susana! —gruñó Orson.
Camely bajó la mirada, y caminó con pasos pesados hacia el auto.
***
En la iglesia.
En el interior, el murmullo era un enjambre de cuchillos.
El novio esperaba, Zacarías Andrade estaba de pie junto al altar. Su porte era impecable, su rostro sereno. El traje negro le quedaba perfecto, resaltando su piel clara y su mirada de un azul glacial.
No era un hombre de gestos; cada movimiento suyo era medido, cada respiración, controlada. Tenía la elegancia natural de un rico aristócrata, deseado por muchas mujeres y popular entre los empresarios.
Sus labios, delgados y tensos, no expresaban nada.
Pero por dentro, Zacarías sentía la incomodidad de estar en un teatro donde todos esperaban que fingiera amor.
Había rumores, y él lo sabía.
—Dicen que la familia Andrade está en quiebra… —susurraban algunas mujeres en los bancos—. Este matrimonio es por conveniencia, no por amor.
—Zacarías siempre estuvo enamorado de Gala Duran —añadió otra voz—, pero ella es pobre, una simple futura pintora intentando ganar un nombre. No tiene apellido ni fortuna, y se mantiene en la alta sociedad gracias a los Andrade.
Zacarías cerró los ojos un segundo.
Estaba cansado, lleno de hastío. No amaba a Gala, le tenía un cariño de hermano.
Pero el amor era un lujo que ya no podía permitirse. Su familia necesitaba poder, dinero para no caer en bancarrota, no emociones y eso representaban los Delmar, su salvavidas financiero.
Romina Andrade, la flamante suegra, sonreía con esa elegancia altiva que la caracterizaba. Su mirada fría escaneaba a los invitados.
Creía que este matrimonio los catapultaría a alcanzar las más altas esferas de la riqueza soñada.
La marcha nupcial comenzó.
Todos se giraron hacia la puerta, esperando la entrada triunfal de una joven deslumbrante.
Entonces, las puertas se abrieron.
El murmullo se volvió risa.
Camely entró.
Con el vestido blanco y los rizos cayendo sobre el rostro, avanzó con el rostro tenso, los ojos fijos en el altar.
Podía sentir todas las miradas, las burlas, el rechazo.
Pero no se detuvo.
—Mi nuera es una… ¿¡gorda!? —susurró Romina Andrade, escandalizada, sin poder contenerse.
Zacarías la escuchó. No giró la cabeza. Solo apretó los labios.
Cuando los ojos de ambos se cruzaron —los de Camely, llenos de miedo; los de él, tan fríos que parecían de cristal—, el silencio volvió a dominar el lugar.
Los años habían pasado, y ahora en la cabeza de la gran mesa, el que dirigía el clan, era Zhao Bao, para nadie fue una sorpresa que él fuera el elegido para dirigir la mafia oriental, siempre fue una persona sensata, que observaba y escuchaba antes de tomar una decisión, sin embargo, una vez que daba su orden, nada lo hacía dar marcha atrás, era un tigre firme, un líder innato, pero aun así… había cierta nostalgia en su mirada, día tras día, veía el amor a su alrededor, en especial el de sus padres, como se miraban, como se ayudaban, era como si fueran una sola persona y aun así, eran tan distintos, uno tan alto como un árbol, la otra tan pequeña como un duende, Takashi tan letal como un tigre a pesar de su edad, y Mia tan dulce y tierna como un conejito, y aun así… ellos fluían, él queria eso, encontrar esa mujer que lo cautivara con solo una mirada, una mujer que sea cálida y sincera, sin segundas intenciones, que brindara ayuda, solo por desearlo, sin esperar nada a cambio, sentía q
Almendra siempre supo que no era hija biológica de Takashi y Mia, la diferencia entre ellos era muy notoria, y si de niña creyó lo que su madre le decía, que ella era un regalo de los espíritus del bosque, de grande el saber que solo fue producto de un accidente, la molesto, aunque pronto se le olvido, y es que la vida de Almendra era maravillosa, consentida por su padre y hermanos, la princesa de su madre, no tenía nada que envidiar, salvo la destreza en las luchas, ese siempre fue su punto débil, simplemente no era buena para la lucha, ni manejo de espada, por los dioses, ni siquiera tenía buena puntería.— Ya deja de intentarlo, no eres una Zhao, nunca lo serás, solo te estas lastimando. — Sebastián, ese idiota que siempre la rondaba como una mosca pesada que no se podía quitar de encima.— Mejor vete, no sea que mi Dao resbale y termine en tu cabeza, no creo que a mis tíos les guste que mate sin querer a su consentido Sebastián. — rebatió con acidez, pero antes de dar dos pasos,
Según algunas creencias, el nombre de una persona puede influir en su personalidad, destino y experiencias de vida. Se cree que el nombre puede transmitir una "carga energética" o una "vibración" que puede afectar la vida de la persona. Esto puede estar relacionado con la idea de que los nombres pueden evocar ciertas emociones, recuerdos o asociaciones en las personas. Park sabia que llevaba el mismo nombre que su bisabuelo biológico, pero de él solo se sabía lo que estaba escrito en los viejos pergaminos, sin embargo, el pequeño siempre mostro cierta debilidad, cuando alguien trataba de menos a otra persona, mas cuando se sacaba a relucir su linaje, el las tierras de los Zhao se murmuraba que aquello se debía a que el primer Park Zhao fue un hijo ilegitimo, solo la trampa con la que Sakura atrapo al viejo Shun, y por lo que siempre fue señalado en el clan, sin embargo, para el joven Park, su forma de ser solo se debía a defender a su hermana, que al ser de piel diferente, al igual qu
Manolo había demostrado tener honor, Manolo había dejado el mundo, salvando a su hija, redimiéndose de aquello que no pudo hacer, y Takashi… Takashi no se olvidó que él era el carnicero del clan, al ver a su esposa con el rostro sucio en lodo y lágrimas, con la mirada perdida, estando de rodillas, con la cabeza de su padre en su regazo, acariciaba la melena de un muerto, de un ser que ella queria, y la furia de Takashi desbordo, quienes lo vieron en ese momento, compararon su hazaña, con la de la joya maldita, esa mujer del occidente que una vez llego a las tierras de los Zhao para dejar a Huang al cuidado de su padre, pero al verlo morir, no solo le entrego el pequeño Huang a Jade, sino que antes de irse sin ver atrás, dejó en claro la razón de su apodo, ahora, su nieto biológico, demostraba que había cosas que se llevaban en la genética, porque el mas alto de los quintillizos, se movía como un alma maldita, su destreza, en cada salto, era algo que te aturdía al ver, mas por la altura
Manolo llevaba siete años en las tierras del tigre blanco, siente años en los cuales había reparado en las diferencias que había de su cultura a la que manejaban esos orientales, y no había tardado mucho en comprender que no porque fuese costumbre, o que se le inculcara desde pequeño algo, él debía solo obedecer, fueron siete años, en los que trato de perdonarse, y en los cuales no logro hacerlo, aquel día, sus pasos tranquilos, producto no solo de los años, también de la belleza que lo rodeaba, lo había llevado a la villa de su hija, la mas pequeña, la que se suponía debía cuidar de él y Sara, sin embargo, en su lugar un grupo de manitas los atendía, no tenia que quejarse de nada, solo… que extrañaba a sus hijos, Alan fue el primero en desposarse, con la manita llamada Norrban, no tenia nada de que quejarse de su nuera, era un encanto de mujer, y su hijo la trataba, como él debió de tratar a Sara, como una reina. La segunda en dejar el hogar fue Candela, no era que la joven pretendía
Mía miro atrás mientras corría a la villa, estaba sola, lo sabía, lo que no podía saber, era lo que el destino le tenía preparado, entonces, solo vio cómo sus hijos desaparecían en la espesura del bosque, rezando de que llegara con bien al templo, sabía que era la única forma de protegerlos, ya que su vestido rojo era demasiado llamativo y la hacía un blanco fácil para los atacantes y aun así sintió un nudo en la garganta al pensar en el sacrificio que estaba haciendo, pero sabía que era necesario para salvar a sus hijos.Con manos temblorosas, Mía activó la alarma de advertencia que resonaría en toda la tierra del Tigre Blanco, alertando a la familia y a los demás guardias de la invasión, si es que las detonaciones no lo habían hecho ya.Ahora el sonido estridente llenó el aire, no era un alarma en su residencia, eran todas las alarmas en las villas de los Zhao, un sonido que dejaba en claro que los tigres saldrían a cazar y que sus hijos e hijas, debían buscar resguardo, algunas de
Último capítulo