La mañana amaneció gris, con ese cielo cubierto que parecía presagiar algo. Brooke caminó hasta el café de siempre con las manos metidas en los bolsillos y el abrigo abierto. El viento le removía el cabello, y la ciudad aún no despertaba del todo. A esa hora, solo estaban los madrugadores: los trabajadores silenciosos, los repartidores adormilados, las chicas con prisa y los chicos con legañas. Aquella rutina que solía reconfortarla, ese día le pesaba. Algo había cambiado. O estaba a punto de hacerlo.
Pidió un café con leche y se sentó en la mesa más alejada de la ventana. No tenía ánimo de ver pasar la ciudad. Solo quería pensar. O no pensar, según se viera. El día anterior, Aleksei había aparecido de nuevo, sin anunciarse, sin explicarse. Solo había estado allí, mirándola como si ya supiera todo sobre ella. ¿Y qué había hecho ella? Nada. Nada más que dejarlo estar. Como si eso fuera lo normal. Como si su presencia no le alterara cada célula del cuerpo. No entendía qué era lo que ese hombre despertaba en ella. No se parecía a nadie que hubiera conocido antes, ni tampoco a lo que Brooke solía desear o evitar. Era un misterio con tatuajes, una tensión caminante. —Buenos días, cara de poema trágico —dijo una voz animada a su lado. Lía dejó su bolso en la silla con un suspiro, se quitó la bufanda a rayas y sonrió con el desparpajo de quien ya ha decidido ser feliz ese día. —Buenos días —contestó Brooke, sin energía. —¿Mal café o pensamientos oscuros? —Lo segundo. —¿Aleksei? Brooke suspiró. —Siempre sabes leer entre líneas. —No es difícil cuando llevas una semana mirándolo como si fuera una amenaza existencial y una fantasía erótica al mismo tiempo. Brooke casi se atraganta con el sorbo que acababa de dar. Lía se rio sin disculparse. —Lo siento, pero alguien tenía que decirlo. Y ya sabes cómo soy. —Sin filtros, sin censura y sin vergüenza. —Exacto. Se quedaron en silencio un momento. Lía se acomodó bien el cabello mientras el camarero dejaba su chocolate caliente sobre la mesa. Brooke jugaba con la cuchara, hundiéndola y sacándola como si agitara pensamientos. —¿Siempre fue así tu hermano? —preguntó finalmente. —¿Reservado? ¿Complicado? ¿Intimidante? Sí. Pero antes sonreía más. Brooke alzó una ceja. —¿De verdad? —Era un niño dulce. Muy protector conmigo. Hasta que murió mamá. Papá se volvió insoportable y Aleksei... dejó de reír. Empezó a pelear. A trabajar. A hacer cosas que no me contaba. A veces llegaba con los nudillos abiertos. Decía que era por el gimnasio. Yo era niña, lo creía todo. Brooke la escuchaba en silencio. Podía ver la tristeza suave tras la sonrisa. El dolor que no se iba del todo, pero que Lía decidía no alimentar. —¿Y ahora qué hace exactamente? Lía ladeó la cabeza. —Confía en mí: cuanto menos sepas, mejor. Brooke tragó saliva. No porque tuviera miedo, sino porque supo que acababa de cruzar una línea invisible. Una que separaba lo cotidiano de lo que no lo era. --- El turno en el bar fue agitado desde el primer minuto. Brooke apenas tuvo tiempo para respirar. Gente entrando, comandas que se acumulaban, platos que salían fríos. Y, para colmo, un grupo de universitarios ebrios que no sabían respetar límites. Uno de ellos, un tipo con chaqueta deportiva y aliento a cerveza desde las cinco de la tarde, empezó a lanzarle comentarios cada vez que ella pasaba. —Esa sonrisa vale más que la propina —decía. —¿No te cansas? —le soltó Brooke tras la cuarta vez. —No, y tú tampoco deberías. ¿Por qué no sonríes más? Te hace bien. Brooke giró en seco. —¿Sabes lo que me haría bien? Que cerraras la boca. El tipo se echó a reír como si todo fuera un juego. Los amigos lo celebraron. Jenna, desde el fondo, alzó una ceja, pero no intervino. Brooke volvió a la barra, furiosa. —Te toca descanso —le dijo Jenna. —No puedo ahora. —Sí puedes. Ve al almacén. Respira. Brooke no discutió. Caminó hasta la puerta trasera, empujó con fuerza y se dejó caer sobre una caja vacía. Cerró los ojos. Respiró hondo. Entonces, escuchó pasos. No los confundió. Aleksei. Él no dijo nada. Solo se sentó a su lado, sin tocarla. Sin mirarla siquiera. Compartieron el silencio como si fuera una vieja costumbre. Finalmente, Brooke habló. —¿Qué haces aquí? —Lía me dijo que estabas de mal humor. Vine a comprobarlo. —¿Y? —Confirmado. Ella soltó una risa breve. —No necesito que me rescates de idiotas. —Lo sé. Pero me molesta que existan tan cerca de ti. —No puedes controlar el mundo, Aleksei. —Pero puedo estar en él cuando me importa algo. El silencio volvió. Esta vez no pesaba. Era como un puente invisible entre ambos. --- Más tarde, ya en casa de Lía, las dos chicas compartían una pizza en el suelo del salón, con una manta vieja y un capítulo de una serie que ninguna seguía realmente. —¿Y tú qué quieres, Brooke? —preguntó Lía de repente. —¿Ahora? —En general. Brooke se quedó pensativa. Luego, con voz baja: —Paz. Y alguien que me vea sin necesidad de explicarme. Lía asintió. —Mi hermano puede verte. Pero a su manera. Y no siempre es fácil. —No estoy segura de querer ser vista por alguien como él. —Entonces estás más enredada de lo que crees. --- Esa noche, en su cuarto, Brooke dibujó sus propios ojos, uno azul y otro verde. No porque se estuviera mirando, sino porque sentía que él había visto a través de ellos. Luego escribió debajo: “Hay miradas que te atraviesan. Y otras que te reconstruyen después. La suya hacía ambas cosas.” Cerró el cuaderno. Apagó la luz. Y se quedó escuchando la ciudad respirar. Y mientras el techo se perdía en la oscuridad, repasó en su mente cada detalle: el tono de su voz, la forma en que la miraba sin suavidad, como si quisiera entenderla sin adornos. Aleksei no era un sueño romántico. Era real, afilado, crudo. Tal vez por eso le asustaba. O tal vez, por eso lo deseaba más de lo que quería aceptar. A mitad de la noche, despertó sin razón. El reloj marcaba las 3:17. Se sentó en la cama, abrazando sus rodillas. Pensó en todo lo que estaba cambiando desde que él apareció. En cómo era más fácil huir que permitir que alguien se quedara. Siempre había sido así. Pero ahora no estaba segura de querer correr. Tal vez, por primera vez, quería quedarse. Aunque no supiera cómo. Pensó en él más tiempo del que admitió. Y cuando por fin se durmió, soñó con lluvia y pasos firmes tras ella. Y no tenía miedo. --- ALEKSEI Desde la azotea del edificio frente al bar, Aleksei observaba. No por morbo. No por control. Solo por certeza. Brooke estaba allí. Reía con Lía. Se movía con soltura. Pero había algo en su mirada que él entendía bien: la lucha entre el miedo a sentir y el deseo de hacerlo. Recordaba cuando tenía diecisiete. Cuando su padre le enseñó que el mundo era para los fuertes y los fríos. Que amar era debilidad. Que proteger significaba dominar. Años después, aún no sabía si aquello era verdad. Pero al mirar a Brooke, quería olvidarlo todo. Y empezar de nuevo. Aunque no supiera cómo. Aunque el precio fuera alto. Y aunque ella nunca lo eligiera. Porque ella ya estaba dentro. Y eso no iba a cambiar. Porque lo que sentía por ella... ya no sabía cómo ocultarlo.