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Capitulo 4 “Princesa”

La noche era más fría de lo habitual para esa época del año. Brooke salió del bar con los hombros encogidos y la chaqueta ajustada al cuello, su aliento visible en el aire. El turno había sido largo, y lo único que deseaba era llegar a casa, ponerse el pijama más grande que tuviera y no pensar en nada durante al menos ocho horas.

Pero como siempre últimamente, pensar en "nada" era sinónimo de pensar en él.

Aleksei.

Se acomodó los auriculares y comenzó a caminar por la acera mojada, los charcos reflejando las luces naranjas de las farolas. Había algo en la quietud de la madrugada que la tranquilizaba, incluso cuando todo en su interior se sentía enredado. La ciudad dormía a medias, como si también necesitara una tregua.

Mientras cruzaba la avenida, repasó mentalmente cada segundo del encuentro con Aleksei en el bar el día anterior. No había hecho nada fuera de lugar, pero tampoco había sido indiferente. La forma en que la miraba dejaba claro que no era una simple desconocida para él. Brooke intentó sacudírselo de la cabeza, pero su imagen era como una sombra que no se disolvía.

El cruce frente a su calle estaba vacío. Justo antes de llegar al semáforo, una figura apoyada contra un coche negro captó su atención. Estaba ahí, como si la esperara. O como si hubiera estado simplemente fumando… casualmente. Pero nada en Aleksei era casual.

Brooke se quitó uno de los auriculares, desconfiando de sus propios impulsos.

—¿Me estás siguiendo? —preguntó en tono irónico, deteniéndose a pocos pasos de él.

Él tiró el cigarro al suelo y lo apagó con la punta de la bota. No respondió enseguida.

—Es muy tarde para volver sola.

Ella frunció el ceño.

—Puedo cuidarme sola, no soy ninguna princesa esperando ser rescatada.

Una sonrisa ladeada asomó en sus labios, pero fue breve. Sus ojos brillaban bajo la luz tenue.

—No dije que no pudieras cuidarte. Solo que a veces no está de más que alguien te cubra la espalda.

—¿Y tú eres ese alguien?

—Tal vez. —Se encogió de hombros—. Lía me dijo que a veces salías tarde. Estaba cerca.

—¿Y decidiste venir a vigilarme?

—Decidí venir a verte.

Eso la descolocó. No estaba segura de si debía creerle, o si solo estaba jugando con ella. Pero si algo tenía claro era que Aleksei no decía cosas porque sí.

—No soy alguien que necesite que la salven —murmuró, más para sí que para él.

—No pareces alguien que necesite nada —dijo con suavidad.

El silencio se volvió pesado, como si las palabras que no decían ocuparan más espacio que las que sí. Brooke cruzó los brazos, no por frío, sino por protección. Sabía que estaba a punto de entrar en terreno inestable.

—No eres fácil de leer —añadió.

—Tú tampoco.

Ella levantó la mirada, sorprendida. Él la sostenía con la misma intensidad que la noche de la fiesta, pero ahora había algo distinto. Menos juicio. Más curiosidad. Y algo más… peligroso.

—¿Quieres que te lleve a casa?

—Puedo caminar.

—No te lo pregunté por eso.

Brooke dudó. Podía decir que no. Podía girarse y seguir andando. Pero por alguna razón, sus pies no se movieron.

—Está bien —aceptó, en voz baja.

---

El interior del coche olía a cuero y tabaco, pero no era desagradable. Aleksei conducía con una sola mano, la otra descansando sobre su pierna, relajado. La radio estaba apagada. El silencio no era incómodo. Era tenso. Vivo.

—¿Siempre eres así con la gente nueva? —preguntó ella, sin poder contenerse.

—¿Así cómo?

—Misterioso. Críptico. Algo amenazante.

Él arqueó una ceja.

—¿Te sientes amenazada?

—No. Pero siento que debería.

Una ligera risa salió de su garganta. Era profunda, casi inaudible, pero genuina.

—No quiero asustarte, Brooke.

—Entonces deja de mirarme como si pudieras leerme la mente.

—No puedo leerte. Pero me esfuerzo por entenderte.

Eso, viniendo de él, era casi una confesión.

El coche giró por una calle tranquila. Brooke observó cómo la ciudad pasaba lenta por la ventana. Quiso preguntar más, pero algo la frenó. Tal vez el miedo de obtener respuestas que no quería escuchar.

—Lía dice que antes eras distinto —dijo finalmente.

Aleksei no respondió de inmediato. Se notaba que estaba eligiendo con cuidado las palabras.

—Todos cambiamos. Algunas pérdidas te obligan a eso.

—¿Te cuesta confiar en la gente?

—Me cuesta confiar en mí cuando estoy con gente.

Esa respuesta le dolió. Porque no sonaba como una excusa, sino como una herida abierta. El resto del trayecto transcurrió en silencio. Un silencio que no pedía ser llenado, pero que decía mucho más de lo que cualquier frase podría.

Cuando llegaron frente al portón de la casa de Brooke, se quedaron en el coche durante unos segundos más. Ella dudaba si despedirse rápido o alargar lo inevitable. Fue él quien rompió el momento.

—No tienes que invitarme a entrar. No estoy aquí para eso.

—¿Y para qué estás aquí?

—Para que sepas que si alguna vez necesitas algo, no tienes que fingir que puedes con todo.

Ella lo miró. Por primera vez, no supo qué decir.

Salió del coche con el corazón latiendo con fuerza. No miró atrás.

Pero supo que él sí lo hizo.

---

Al día siguiente, Brooke llegó tarde a clase. Se sentía agotada, como si la noche le hubiera arrancado más de lo que aparentaba. En el aula, los conceptos pasaban frente a sus ojos sin dejar huella. Anatomía, farmacología, diagnóstico diferencial. Nada importaba.

Después de clase, Lía la arrastró a desayunar a un sitio diminuto lleno de plantas y jazz de los años cuarenta. Tenía ese encanto de los lugares donde todo el mundo parecía conocerse.

—Te ves como si no hubieras dormido —dijo, observándola sobre el borde de su taza.

Brooke solo levantó una ceja.

—¿Estuvo en tu bar anoche?

Brooke asintió, removiendo su café.

—Apareció fuera, me llevó a casa.

Lía sonrió como quien ya lo esperaba.

—Eso es muy de él.

—¿Es algo bueno o malo?

—Depende de lo que esperes. Aleksei no se acerca a nadie sin motivo. Si está buscando conocerte, es porque le interesas.

—¿Y tú crees que eso es suficiente?

Lía se encogió de hombros.

—No lo sé. Pero si algo sé de mi hermano… es que cuando pone los ojos en alguien, no se detiene.

Brooke bajó la mirada. No quería admitirlo, pero eso era precisamente lo que más la asustaba.

—¿Por qué está tan roto? —preguntó en voz baja.

Lía dejó la taza sobre el platito con cuidado. Su expresión se volvió más seria.

—No es algo que me toque contar. Pero... Aleksei vio cosas en Rusia que yo ni siquiera entiendo. Y cuando papá murió, él se convirtió en algo así como el escudo de todos. No eligió ser duro. Eligió sobrevivir.

Brooke asintió en silencio. Lo entendía más de lo que le gustaría admitir.

---

Esa noche, ya en casa, se acostó sin encender la televisión. El techo se convirtió en su único paisaje, y los pensamientos en sus únicos compañeros. Intentó concentrarse en los exámenes, en el trabajo, en cualquier otra cosa. Pero la imagen de Aleksei frente a su coche, bajo la luz naranja de la farola, no la soltaba.

No sabía en qué momento había empezado a importarle tanto.

Pero ya era tarde para fingir lo contrario.

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ALEKSEI

Sentado frente al volante, las manos aún en el mismo lugar en que las había dejado cuando Brooke cerró la puerta, Aleksei no se movió durante largos minutos.

La noche había sido más difícil de lo que admitiría. No por lo que dijo. Sino por lo que sintió.

Brooke era distinta. No como las mujeres que conocía. No como nadie que pudiera clasificar.

Había algo en ella que lo sacaba del equilibrio. Que le recordaba que seguía vivo. Y eso… eso era peligroso.

Encendió otro cigarro, esta vez sin encender el motor. Dejó que el humo llenara el coche, como si pudiera borrar la sensación de su voz, de su perfume, de sus ojos mirándolo como si no lo juzgaran.

Sabía que debía alejarse.

Pero ya no estaba seguro de querer hacerlo.

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