La alarma sonó a las seis y media, pero esta vez no la ignoré. Desperté con la sensación de que algo había cambiado, aunque no pudiera ponerle nombre. Tenía la garganta seca, no por el alcohol, sino por lo mucho que había hablado la noche anterior. O quizás por lo mucho que no había dicho.
Me senté en la cama, estirándome como si eso pudiera arrancarme el recuerdo de esos ojos azules. Los ojos de Aleksei. No sabía por qué me obsesionaban tanto. No habíamos compartido más que unas pocas frases, pero el peso de su mirada seguía clavado en mí como un anzuelo que no terminaba de soltar. Con un suspiro me obligué a levantarme. El agua de la ducha cayó como una especie de exorcismo silencioso, y mientras me vestía con mi uniforme de prácticas, traté de enfocar la mente en el horario del día. Tenía clase de patología clínica a primera hora, luego debía pasar por el laboratorio, y después, turno de tarde en el bar. Nada fuera de lo común. Nada que justificara el nudo en el estómago que llevaba arrastrando desde que abrí los ojos. En el campus todo parecía moverse con su velocidad habitual: estudiantes corriendo, otros dormidos sobre sus apuntes en la cafetería, profesores que no sabían pronunciar bien tu nombre pero que exigían que supieras todo sobre hematología. Me senté al fondo del aula, como siempre, y abrí el portátil con la esperanza de que escribir lo que decía la pantalla me ayudara a olvidar lo que me decía la cabeza. Pero no funcionó. Cada cierto tiempo, mi mente regresaba sola al balcón, al silencio compartido, a esa frase sencilla que él había dicho antes de irse: Nos veremos pronto, Brooke. No era una promesa. Ni una amenaza. Pero se me había quedado grabada con tinta invisible. --- Después de clase, nos tocaba una práctica con pacientes simulados. No era nada nuevo: actores entrenados para que identificáramos síntomas, aprendiéramos a hacer preguntas con tacto y a mantener la compostura ante situaciones emocionales. Normalmente era mi parte favorita de la semana. Me gustaba sentir que lo que estudiaba tenía un propósito real. Pero ese día, todo se me hizo cuesta arriba. Me costaba mantener la mirada en los ojos del paciente. Cada vez que alguien hablaba de dolor en el pecho, de falta de aire, pensaba en Aleksei. En cómo había contenido su propio silencio. En cómo cada palabra suya parecía medida, como si fuera peligroso hablar más de la cuenta. ¿De qué se protegía? --- A la salida de clase, encontré un mensaje de Lía: > “Café en diez minutos o me derrumbo. Estoy frente a la biblioteca. No acepto excusas.” Sonreí y respondí con un simple: “Voy”. A veces agradecía que fuera así, tan directa. Me empujaba a salir de mi cabeza cuando más lo necesitaba. Cuando llegué, estaba sentada en los escalones, con las piernas cruzadas y dos cafés humeantes a su lado. Me ofreció uno sin decir nada y me dio un codazo suave. —Tienes cara de resaca emocional. —¿Eso existe? —Cuando conoces a Aleksei, sí. No supe qué responder. Me limité a dar un sorbo al café, agradecida por la excusa para evitar hablar. —¿Estás bien? —preguntó con un tono menos burlón. —No lo sé. Fue… extraño. No lo conozco, pero siento que sabe más de mí que algunos amigos de años. —Ese es su superpoder. Ve cosas que los demás no. Pero eso también lo agota. La miré. —¿Siempre ha sido así? Lía jugó con la tapa del vaso unos segundos antes de hablar. —No. Antes era distinto. Más ligero. Cuando vivíamos en Moscú, Aleksei solía hacerme reír, contarme historias absurdas… Pero algo cambió cuando papá murió. Él ya arrastraba cosas oscuras, pero después de eso, se cerró por completo. Se volvió más… protector. A veces siento que carga con todo, incluso con lo que no le toca. Asentí, dejando que sus palabras se acomodaran dentro de mí. No sabía si me gustaba saber más de él. A veces, el misterio era más cómodo que la verdad. —Ayer, cuando hablaba contigo, estaba relajado —añadió Lía. —No parecía. —Créeme. Lo estaba. No se acerca a nadie. Menos a mujeres. No desde hace tiempo. —¿Por qué me lo cuentas? Ella me miró con una sonrisa tranquila. —Porque creo que, sin querer, has despertado algo. --- El turno en el bar empezó tranquilo, lo suficiente como para que pudiera organizar las botellas sin que nadie me molestara. A las siete ya había más movimiento. Parejas, estudiantes, algún ejecutivo suelto. Nada fuera de lo habitual. Hasta que sentí un escalofrío en la nuca. Era como si alguien me hubiera tocado sin hacerlo. Levanté la vista. Y ahí estaba. Aleksei. Sentado en una mesa del rincón, con la chaqueta colgada en el respaldo de la silla y la mirada puesta en el fondo del local. No estaba solo. Frente a él había un hombre más mayor, de traje oscuro y gesto severo. No parecían estar disfrutando de una copa. Más bien negociando algo que no debía ser escuchado. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me quedé paralizada con la bandeja a medio levantar. Una compañera pasó a mi lado y me empujó sin querer. —¿Todo bien? —Sí. Sí, claro. Volví al trabajo, fingiendo que no lo había visto. Pero cada vez que cruzaba cerca, sentía su presencia como una descarga eléctrica. No me miraba. Ni una sola vez. Pero sabía que sabía que yo estaba allí. El otro hombre se fue media hora después. Aleksei permaneció sentado, solo, con los dedos jugando con el borde de su vaso vacío. Me acerqué con cuidado, sin estar muy segura de por qué lo hacía. —¿Quieres algo más? —pregunté, intentando sonar casual. Él levantó la vista. Su expresión era neutra, pero sus ojos parecían más oscuros que la noche anterior. —No. Solo pasaba por aquí. —¿Casualidad? —Muy poca gente que conozco cree en las casualidades. No supe si eso era una respuesta o un aviso. —¿Entonces qué te trajo aquí? Aleksei se tomó unos segundos antes de contestar. —Tenía que resolver algo. Y luego me acordé de este lugar. —¿Te lo contó Lía? —Sí. Me dijo que aquí trabajabas tú. Sonreí, sin saber bien por qué. —¿Y qué ves? —Una chica que parece cómoda entre el ruido, pero que observa más de lo que dice. Tragué saliva. No estaba equivocándose. —¿Eso es bueno o malo? —Es interesante. Se levantó entonces, dejando un billete sobre la mesa. —Nos veremos pronto, Brooke. Otra vez esa frase. Otra vez ese tono. Como si ya supiera algo que yo no. Lo vi marcharse sin decir más. El resto de la noche pasó como un borrón. Solo al cerrar y quedarme sola en el vestuario, me permití respirar con calma. --- Al llegar a casa me di una ducha rápida y me tiré en la cama sin encender la luz. Las cortinas abiertas dejaban entrar el reflejo de las farolas, creando sombras suaves en el techo. El ruido de los coches a lo lejos, las voces del vecindario, todo sonaba distante. Como si el mundo estuviera en pausa y yo fuera la única que no podía dormir. Pensé en Lía. En cómo se abría con tanta facilidad. En cómo hablaba de su hermano con una mezcla de orgullo y preocupación. Pensé en Aleksei. En sus gestos mínimos. En su forma de mirarme como si ya supiera algo de mí que ni yo misma había descubierto. No quería admitirlo, pero lo sentía: algo se había movido dentro de mí desde aquella noche. Y no sabía si debía detenerlo o dejarme llevar.