Había pasado poco más de un mes desde aquella noche en la que Brooke le abrió, por fin, las puertas de su alma. Desde entonces, las cosas entre ella y Aleksei habían cambiado de una manera tan natural que, a veces, a Brooke le costaba recordar cómo era su vida antes de volver a sentir su cuerpo junto al suyo cada noche.
Dormían juntos siempre que sus turnos se lo permitían, compartían mañanas de café apresurado, cenas tranquilas, momentos robados entre el caos que seguía siendo la vida de ambos. Y aunque ni uno ni otro había mencionado aún palabras como futuro o para siempre, en los gestos, en las miradas, en la manera en que se buscaban, todo estaba dicho.
Aquella tarde de sábado, Brooke había terminado un turno doble que la había dejado agotada. Sin embargo, una promesa es una promesa, y ella le había prometido a Lía que cenarían todos juntos en casa.
Cuando llegó, encontró a Aleksei en la cocina, de espaldas, preparando algo que olía sorprendentemente bien.
—¿Tú cocinando? —pregunt