Brooke no se había dado cuenta de cuán agotada estaba hasta que el despertador sonó esa mañana. El cuerpo le pesaba, y aún tenía el eco del día anterior revoloteando en la cabeza. Pensamientos, escenas, miradas. Él.
Se levantó con pereza, se duchó rápido y bajó a desayunar. Su madre ya se había ido a trabajar, y la cocina estaba en silencio. Le gustaba esa rutina silenciosa, donde nadie hacía preguntas y podía prepararse mentalmente para el día. Aunque últimamente, por más que intentara organizar su mente, el caos tenía nombre y tatuajes.
Aleksei.
No lo había visto desde hacía unos días, pero no podía sacarlo de su cabeza. Ni de sus sueños. Ni de esa parte del pecho que se encogía sin permiso cada vez que pensaba en él.
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En la universidad, el campus estaba más animado de lo habitual. El aire otoñal empezaba a sentirse en serio y la brisa arrastraba hojas secas por los caminos. Brooke caminaba con una mochila liviana, repasando mentalmente la materia del día, cuando se encontró de f