El sol apenas se filtraba por la ventana cuando Brooke se revolvió entre las sábanas. Dormir en casa ajena siempre le costaba un poco, y aunque la habitación de Lía era cómoda y cálida, había algo en el ambiente que no la dejaba descansar del todo. Tal vez era la emoción residual de la noche anterior. Tal vez era el nombre que no quería pensar tan temprano. Aleksei.
Con un bostezo, se levantó y se colocó una sudadera sobre la camiseta de dormir. Sus pies descalzos buscaron el suelo frío y caminó en silencio por el pasillo. No quería despertar a Lía. Tenía el cabello revuelto, los ojos entrecerrados y solo una idea fija: café. No esperaba encontrar a nadie en la cocina. Y mucho menos a él. Aleksei estaba de espaldas, junto a la cafetera, sin camiseta. Solo un pantalón oscuro y su espalda desnuda cubierta de tatuajes, músculos marcados como tallados por el propio frío de la madrugada. Brooke se detuvo en seco. No por pudor, sino por sorpresa. Y por algo más que no quiso nombrar. Él se giró con la taza en la mano. No parecía sorprendido. —Buenos días —dijo con voz grave, aún ronca por el sueño. —Buenos... —Brooke intentó componer una frase más completa, pero las palabras se quedaron atascadas en algún punto entre su garganta y su orgullo—. No sabía que estabas despierto. Aleksei la miró por un instante largo. Luego dejó su taza sobre la encimera y, con calma, sirvió otra. —Café —dijo, tendiéndole la taza sin preguntar cómo lo tomaba. Ella la tomó sin protestar. Sus dedos se rozaron con los de él. Un segundo. Tal vez menos. Pero suficiente como para que el vello de su nuca se erizara. —Gracias. Se sentaron en silencio. Él en el borde de la encimera. Ella junto a la mesa. Brooke bebía a sorbos pequeños, más por tener algo que hacer que por necesidad real de cafeína. No lo miraba directamente, pero sentía su presencia como un pulso. Fuerte. Constante. Irritante. Magnético. —¿Siempre madrugas tanto? —preguntó, finalmente. —A veces ni duermo. —¿Por trabajo? Él no respondió de inmediato. Asintió, pero sin aclarar nada. —Tienes un trabajo muy... misterioso —intentó bromear. —Y tú demasiadas preguntas para estar recién despierta. Brooke rió por lo bajo. —Soy estudiante de medicina. Hacer preguntas me sale natural. —Eso es peligroso —murmuró él. —¿Por qué? —Porque algún día harás la pregunta que no querrás oír respondida. Esa vez fue él quien sostuvo la mirada. Y Brooke no la apartó. No quería hacerlo. No podía. Había algo en esos ojos, tan intensos como tranquilos, que la hacían sentir vista de verdad. No observada. Vista. —¿Siempre hablas con frases crípticas? —susurró ella, como si hablar más alto rompiera el momento. —Solo cuando hay algo que no sé cómo decir de otra forma. Ella apartó la mirada. No por vergüenza, sino por defensa. Estaba empezando a notar lo que no quería. Que ese hombre, con sus silencios y sus cicatrices, empezaba a ocupar espacio en su mente incluso antes del desayuno. --- Cuando Lía apareció media hora más tarde, el ambiente en la cocina ya era otro. Aleksei se había ido. Brooke lavaba la taza con movimientos metódicos. Y el corazón, aún acelerado. —¡Buen día! —canturreó Lía, con una coleta alta y calcetines desparejados. —Buenos días —respondió Brooke sin girarse. —¿Has visto a Aleksei? ¿Salió temprano otra vez? —Sí —murmuró, sin añadir nada. Lía no insistió, pero su sonrisa era demasiado cómplice. --- La universidad fue más caótica de lo habitual. Brooke llegó tarde a clase y se sentó al fondo, entre apuntes arrugados y bostezos que no pudo evitar. En teoría, debía estar repasando para el examen de patología. En la práctica, estaba repasando cada gesto de esa mañana: el roce, la taza, la voz ronca. “Esto no puede estar pasándome”, pensó. “Ni siquiera lo conozco. Ni siquiera sé si me gusta. Solo... hay algo.” La profesora dijo algo sobre tejidos y células que Brooke no retuvo. Miró el reloj. Faltaban dos horas para su turno en el bar y todo lo que deseaba era una ducha larga y fría. Para el cuerpo. Y para la cabeza. --- —Hoy estás extraña —dijo Jenna en cuanto Brooke se puso el delantal. —¿Extraña cómo? —Como si estuvieras viendo a alguien que no está. Brooke no contestó. Jenna no preguntó más. El bar tuvo una tarde tranquila. Un par de mesas, algunos cafés, una mujer con un portátil que pedía silencio con la mirada. Brooke atendía en automático. Cada tanto, miraba la puerta. No sabía qué esperaba. O a quién. Cuando terminó el turno, su amiga la había invitado a dormir en su casa de nuevo así que caminó hasta la casa de Lía con la mochila al hombro. El cielo estaba nublado otra vez. El viento cortaba. Y su mente era un torbellino. No quería gustarle. No quería pensar en él. Pero Aleksei era como esa canción que no te gusta, pero no puedes dejar de tararear. Y esa noche, cuando se metió en la cama de Lía, mientras ella le contaba algo gracioso que había pasado en clase, Brooke no escuchaba del todo. Porque aún tenía en la piel el recuerdo de unos dedos rozando los suyos. Y la sensación absurda de que el mundo se estaba volviendo él. —¿Seguro que estás bien? —preguntó Lía, mientras acomodaba su almohada. —Sí. Solo cansada. —¿Cansada... o confundida por cierto hermano mío que ronda la cocina medio desnudo? Brooke soltó una carcajada nerviosa y se tapó la cara con la sábana. —¡Lía! —Vamos, Brooke. Te vi esta mañana. Y tú lo viste a él. La tensión era tan evidente que hasta la cafetera se puso incómoda. —No pasó nada. —No todavía. Pero algo se está cociendo, y tú lo sabes. Brooke suspiró, mirando al techo. No respondió. No negó. Y eso fue suficiente para que Lía sonriera como si ya lo hubiera dicho todo. --- Esa madrugada, despertó por un ruido sordo. Se levantó en puntillas y salió al pasillo. Desde la barandilla del piso superior, vio luces tenues en el salón. Aleksei estaba sentado en el sofá, con una laptop encendida y expresión tensa. Brooke no bajó. Se quedó quieta, observándolo. Parecía una sombra más de la noche. Un hombre hecho de acero y tormenta. Volvió a su cama sin ser vista. Y soñó con pasos tras ella, otra vez. --- ALEKSEI La cocina aún olía a café. Aleksei pasó los dedos por el borde de la taza que ella había usado. Un gesto inútil. Íntimo. Estúpido. No entendía por qué esa chica le daba vueltas a la cabeza. No tenía lógica. No tenía lugar en su mundo. Y, sin embargo, cada vez que estaba cerca... el ruido desaparecía. El caos se hacía soportable. Ella no era como las demás. No porque fuera diferente. Sino porque no fingía serlo. La había sentido temblar al tocarle los dedos. Y no había retrocedido. Tampoco avanzado. Solo se quedó. Como si ese momento, por breve que fuera, también fuera suyo. No sabía qué hacer con eso. Pero sí sabía algo: El mundo estaba empezando a girar en torno a ella. Y no tenía intención de detenerlo. Solo una cosa lo frenaba: saber que su mundo podía arrastrarla a lugares de los que no se regresa. Por eso mantenía la distancia. Por eso se iba antes de tiempo. Porque si se quedaba… la elegiría. Una y otra vez. Y eso sería el principio del final para ambos. Porque Brooke era luz, y él llevaba demasiada oscuridad encima. Porque ella sonreía con verdad, y él solo sabía fingirla. Y aun así, cada noche la pensaba más. Cada día la buscaba con la mirada, incluso cuando no estaba. Y ese era su secreto: que la quería demasiado pronto. Y que no sabía si tendría la fuerza para detenerse a tiempo.